siguiendo el itinerario
dominical del Evangelio de Mateo, hoy llegamos al punto crucial en el cual
Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en
Él como Mesías e Hijo de Dios, "comenzó a explicarles que debía ir a
Jerusalén y sufrir mucho, ser asesinado y resucitar al tercer día" (Mt
16,21). Es un momento crítico en el cual emerge el contraste entre el modo de
pensar de Jesús y el de los discípulos.
Incluso Pedro siente el deber de
reprochar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final innoble.
Entonces Jesús, a su vez, reprocha duramente a Pedro, lo pone "en su
lugar", porque no piensa "según Dios, sino según los hombres"
(v. 23) y sin darse cuenta hace el papel de satanás, el tentador.
Sobre este punto insiste en la
liturgia dominical también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los
cristianos de Roma, les dice a ellos: "No se conformen a este mundo, no
sigan los esquemas de este mundo, sino déjense transformar, renovando su modo
de pensar, para poder discernir la voluntad de Dios" (Rm 12,2)
De hecho, nosotros los
cristianos vivimos en el mundo, insertados plenamente en la realidad social y
cultural de nuestro tiempo, y es justo que sea así; pero esto trae consigo el
riesgo de convertirnos en "mundanos", el riego que "la sal
pierda el sabor" como diría Jesús (cfr. Mt 5,13), es decir, que el
cristiano se "diluya", pierda la carga de novedad que viene del Señor
e del Espíritu Santo. En cambio debería de ser al contrario: cuando en los
cristianos permanece viva la fuerza del Evangelio, esa puede transformar
"los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de
interés, las líneas de pensamiento, las fuentes de inspiración y los modelos de
vida" (PAOLO VI, Esort. ap. Evangelii nuntiandi, 19).
Es triste encontrar cristianos
"diluidos", que parecen el "vino diluido" y no se sabe si
son cristianos o mundanos, como el "vino diluido" no se sabe si es
vino o agua, es triste esto. Es triste encontrar cristianos que no son más la
sal de la tierra, sabemos que cuando la sal pierde su sabor no sirve para nada,
su sal perdió el sabor porque se han entregado al espíritu del mundo, es decir,
se han convertidos en mundanos.
Por eso es necesario renovarse
continuamente nutriéndose de la linfa del Evangelio. ¿Y cómo se puede hacer
esto en la práctica? Sobre todo leyendo y meditando el Evangelio todos los
días, así la Palabra de Jesús estará siempre presente en nuestra vida;
recuerden que les ayudara llevar siempre el Evangelio con ustedes, un pequeño
evangelio, en el bolsillo, en la cartera y leer durante el día un pasaje, pero
siempre con el Evangelio porque es llevar la Palabra de Jesús para poder
leerla.
Además participando en la Misa
dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchando su Palabra y
recibiendo la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y luego son muy
importantes para la renovación espiritual las jornadas de retiro y de
ejercicios espirituales. Evangelio, Eucaristía y oración, no se olviden
Evangelio, Eucaristía y oración: gracias a estos dones del Señor podemos
conformarnos a Cristo y no al mundo, y seguirlo en su vida, el camino de
"perder la propia vida" para encontrarla (v. 25).
"Perderla" en el sentido de donarla, ofrecerla por amor en el amor -
y esto comporta el sacrificio, la cruz - para recibirla nuevamente purificada,
liberada del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad.
La Virgen María nos precede
siempre en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella.
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