miércoles, 25 de marzo de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Buenos días pero no una bonita jornada ¿eh?

Hoy la audiencia se lleva a cabo en dos lugares diferentes, como hacemos cuando llueve: vosotros aquí en la plaza, y muchos enfermos en el Aula Pablo VI que siguen la audiencia a través de las pantallas gigantes. Ahora, como un gesto de fraternal cortesía, les saludamos con un aplauso. ¡Y no es fácil aplaudir con el paraguas en la mano! ¿Eh?
En nuestro camino de catequesis sobre la familia, hoy es una etapa un poco especial: será una parada de oración.

El 25 de marzo en la Iglesia celebramos solemnemente la Anunciación, inicio del misterio de la Encarnación. El arcángel Gabriel visita a la humilde joven de Nazaret y le anuncia que concebirá y dará a luz al Hijo de Dios. Con este Anuncio, el Señor ilumina y refuerza la fe de María, como después hará también por su esposo José, para que Jesús pueda nacer en una familia humana. Esto es muy bonito: nos muestra profundamente el misterio de la Encarnación, así como Dios lo que ha querido, que comprende no solamente la concepción en el vientre de la madre, sino también la acogida en una verdadera familia. Hoy quisiera contemplar con vosotros la belleza de esta unión, de esta condescendencia de Dios; y podemos hacerlo recitando juntos el Ave María, que en la primera parte retoma precisamente las palabras que el ángel dirige a la Virgen. Rezamos juntos:

«Dios te salve María llena eres de gracia el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la ahora de nuestra muerte. Amén»

Y ahora un segundo aspecto: el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación, en muchos países se celebra la Jornada por la Vida. Por esto, hace 20 años, san Juan Pablo II en esta fecha firmó la Encíclica Evangelium vitae. Para recordar tal aniversario hoy están presentes en la plaza muchos mientro del Movimiento por la Vida. En Evangelium vitae la familia ocupa un lugar central, en cuanto es el seno de la vida humana. La palabra de mi venerado predecesor nos recuerda que la pareja humana ha sido bendecida por Dios desde el principio para formar una comunidad de amor y de vida, en la que está confiada a la misión de la procreación. Los esposos cristianos, celebrando el sacramento del Matrimonio, se hacen disponibles a honrar esta bendición, con la gracia de Cristo, para toda la vida. La Iglesia, por su parte, se compromete solemnemente a cuidar de la familia que hace, como don de Dios para su misma vida, en las buenas y en las malas: la unión entre Iglesia y familia es sagrada e inviolable. La Iglesia, como madre, no abandona nunca a la familia, tampoco cuando está abatida, herida y mortificada de muchas formas. Ni siquiera cuando cae en el pecado, o se aleja de la Iglesia; siempre hará de todo para tratar de curarla y de sanarla, invitarla a la conversión y reconciliarla con el Señor.

Pues bien, si esta es la tarea, parece claro de cuánta oración necesita la Iglesia para ser capaz, en cada tiempo, para cumplir esta misión. Una oración llena de amor por la familia y por la vida. Una oración que sabe alegrarse con quien se alegra y sufrir con quien sufre.
Esto es lo que, junto con mis colaboradores, hemos pensado proponer hoy: renovar la oración por el Sínodo de los Obispos sobre la familia. Lanzamos de nuevo este compromiso hasta el próximo octubre, cuando tendrá lugar la Asamblea sinodal ordinaria dedicada a la familia. Quisiera que esta oración, como todo el camino sinodal, sea animada por la compasión del Buen Pastor por su rebaño, especialmente por las personas y las familias que por distintos motivos están “cansadas y agobiadas, como ovejas sin pastor”. Así, sostenida y animada por la gracia de Dios, la Iglesia podrá estar aún más comprometida, y aún más unida, con el testimonio de la verdad del amor de Dios y de su misericordia por las familias del mundo, ninguna excluida, tanto dentro como fuera del redil.

Os pido por favor que no falta vuestra oración. Todo - el Papa, los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, fieles laicos -  todos estamos llamados a rezar por el Sínodo. ¡Es necesario, no lo olvidéis!  Invito a rezar también a los que se sienten alejados, o que ya no están acostumbrados a hacerlo. Esta oración por el Sínodo de la familia es por el bien de todos. Sé que esta mañana os han dado una imagen y que la tenéis entre las manos. Tal vez esté un poco mojada… Os invito a conservarla y llevarla con vosotros, así en los próximos meses podéis recitarla a menudo, con santa insistencia, como nos ha pedido Jesús. Ahora la recitamos juntos:

Jesús, María y José,
en vosotros contemplamos
el esplendor del amor verdadero,
nos dirigimos con fe a vosotros,
Santa Familia de Nazaret
haced nuestras familias
lugares de comunión y cenáculos de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más en las familias haya
violencia, cerrazón y división:
quien haya sido herido o escandalizado
conozca pronto el consuelo y la sanación.
Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
pueda volver a despertar en todos la conciencia
del carácter sagrado e inviolable de la familia
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, atended nuestra súplica. Amén.

domingo, 22 de marzo de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO, Quinto Domingo de Cuaresma


Queridos hermanos y hermanas: En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelista Juan nos llama la atención con un detalle curioso: algunos "griegos", judíos, llegaron a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, que gire al apóstol Felipe, y dicen: "Queremos ver a Jesús "(Jn 12:21). En la ciudad santa, donde Jesús ha ido a la última vez, hay mucha gente. No son pequeñas y sencillas, que acogió con satisfacción el profeta de Nazaret reconociéndolo como el ángel del Señor. Ahí están los jefes de los sacerdotes y líderes de las personas, que quieren eliminar porque consideran herético y peligroso. También hay personas, como esos "griegos", que son la curiosidad de ver y aprender más acerca de su persona y lo creado, el último de los cuales - la resurrección de Lázaro - ha hecho un gran revuelo.

"Queremos ver a Jesús": estas palabras, al igual que muchos otros en los Evangelios, van más allá de determinado episodio y expresan algo universal; revelar un deseo que a través de épocas y culturas, un deseo en los corazones de muchas personas que han oído hablar de Cristo, pero aún no han cumplido. "Quiero ver a Jesús", por lo que siente el corazón de este pueblo.

Respondiendo indirectamente, proféticamente, que exigió a verlo, Jesús pronuncia una profecía que revela su identidad y muestra la manera de hacerle saber de verdad: "Es tiempo '' s que el Hijo del Hombre sea glorificado" (Jn 12, , 23). Es la hora de la cruz! Es el momento de la derrota de Satanás, el príncipe del mal, y el triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios Cristo declara que será "levantado de la tierra", una expresión de la doble significado. (V 32).: "Levantado" porque crucificado, y "levantado" porque exaltado por el Padre en la resurrección, para atraer a todos a sí mismo y reconciliar a los hombres con Dios y entre sí. La hora de la Cruz, la hora más oscura de la historia, es también la fuente de salvación para todos los que creen en Él.

Continuando en la profecía acerca de su inminente Pascua, Jesús usa una imagen sencilla y evocadora, la del "grano de trigo" que cae en la tierra, muere para dar fruto (cf. v. 24). En esto nos encontramos con otro aspecto de la Cruz de Cristo: el de la fertilidad. La cruz de Cristo es fructífera. La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente inagotable de vida nueva, que lleva en sí el poder regenerador del amor de Dios. Inmerso en este amor por el Bautismo, los cristianos pueden convertirse en "granos" y dar mucho fruto si Al igual que Jesús, "perder la vida" por el amor de Dios y al prójimo (cf. v. 25).

Por esta razón, los que aún hoy en día "Queremos ver a Jesús", a los que buscan el rostro de Dios; que recibieron una catequesis por pequeña y luego no lo hizo la fe más profunda y tal vez perdido; a muchos de los que aún no han conocido a Jesús personalmente ...; toda esta gente podemos ofrecer tres cosas: el Evangelio; el crucifijo y el testimonio de nuestra fe, pobre, pero sincero. El Evangelio: ahí podemos encontrar a Jesús, escucharle, le conocen. El crucificado: un signo de Jesús, que se entregó por nosotros. Y entonces una fe que se traduce en gestos simples de la caridad fraterna. Pero sobre todo en la coherencia de vida entre lo que decimos y lo que vivimos, la coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones. Evangelio, crucifijo, testigo. Que la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas.

Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
a pesar del tiempo que ha estado en tantos, felicitaciones. Fuiste muy valiente, incluso maratonistas son valientes, los saludan con afecto. Ayer estuve en Nápoles, en vista pastoral, quiero darle las gracias por la cálida bienvenida todos los napolitanos, todo bien. Muchas gracias!

Hoy es el Día Mundial del Agua, patrocinado por las Naciones Unidas. El agua es el elemento más esencial para la vida, y nuestra capacidad para guardarla y compartirla depende el futuro de la humanidad. Por tanto, animo a la comunidad internacional para asegurar que las aguas del planeta estén adecuadamente protegidos y que nadie sea excluido o discriminado en el uso de este derecho, que es un par bien común excelencia. Con San Francisco de Asís dice: "Alabado sea" yo "Señor, por la hermana agua, / que es muy útil y humilde y preciosa y casta" (Cántico del Hermano Sol).

Saludo a todos los peregrinos presentes, especialmente el coro de "Conservatorio Profesional de Música" de Orihuela (España), los jóvenes del Colegio Saint-Jean de Passy París, los fieles de Hungría, y las bandas del Cantón Ticino (Suiza) . Agita la Orden Franciscana de Cremona, UNITALSI de Lombardía, el grupo se dirigió al obispo mártir Oscar Romero, que pronto será beatificado Seglar; así como los fieles de Fiumicino, los Hijos de la Primera Comunión Sambuceto, los chicos de Rávena, Milán y Florencia, que ha recibido recientemente o están a punto de recibir la Confirmación.

Y ahora vamos a repetir un gesto que ya hizo el año pasado: de acuerdo con la antigua tradición de la Iglesia, durante la Cuaresma entregado el evangelio a los que se preparan para el bautismo; así que ahora ofrezco a ti que estás en la Plaza un regalo, un bolsillo Evangelio. No será distribuido gratuitamente por algunas personas sin hogar que viven en Roma. Una vez más, vemos un muy buen gesto, que agrada a Jesús: los más necesitados son los que nos dan la palabra de Dios: Toma, y ​​tráigalo con usted, para leer a menudo, todos los días llevar en el bolso, en el bolsillo y leyó a menudo un paso. cada día. La Palabra de Dios es luz para nuestro camino! Harás bien!

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olvide de rezar por mí. Buena comida y adiós!

domingo, 15 de marzo de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días: El Evangelio de hoy nos propone las palabras dirigidas por Jesús a Nicodemo: “Dios, amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16). Escuchando esta palabra, dirigimos la mirada de nuestro corazón a Jesús Crucificado y sentimos dentro de nosotros que Dios nos ama, nos ama de verdad, y ¡nos ama mucho! Esta es la expresión más sencilla que resumen todo el Evangelio, toda la fe, toda la teología: Dios nos ama con amor gratuito y sin límites. Así nos ama Dios.

Este amor Dios lo demuestra sobre todo en la creación, como proclama la liturgia, en la Oración eucarística IV: “Has dado origen al universo para infundir tu amor sobre todas tus criaturas y alegrarlas con el esplendor de tu luz”. Al origen del mundo está solo el amor libre y gratuito del Padre. San Ireneo, un santo de los primeros siglos, escribió: “Dios no creó a Adán porque necesitara del hombre, sino para tener alguno a quien donar sus beneficios” (Adversus haereses, IV, 14, 1). Así, el amor de Dios es así.

Así prosigue la Oración eucarística IV:  “Y cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca”. Ha venido con su misericordia. Como en la creación, también en las etapas sucesivas de la historia de la salvación resalta la gratuidad del amor de Dios: el Señor elige a su pueblo no porque se lo merezca,  y le dice así, “yo te he elegido precisamente porque eres el más pequeño entre todos los pueblos”.  Y cuando vino “la plenitud del tiempo”, no obstante los hombres hubieron incumplido más de una vez la alianza, Dios, en vez de abandonarles, ha estrechado con ellos un nuevo vínculo, en la sangre de Jesús --el vínculo de la nueva y eterna alianza-- un vínculo que nada podrá romper nunca.

San Pablo nos recuerda: “Pero Dios, que es rico en misericordia --no olvidarlo nunca, es rico en misericordia-- por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2,4). La Cruz de Cristo es la prueba suprema del amor de Dios por nosotros: Jesús no ha amado “hasta el extremo” (Jn 13,1), es decir, no solo hasta el último instante de su vida terrena, sino hasta el extremo límite del amor. Si en la creación el Padre nos ha dado la prueba de su amor inmenso dándonos la vida, en la Pasión de su Hijo nos ha dado la prueba de las pruebas: ha venido a sufrir y morir por nosotros. Y esto por amor. Así de grande es la misericordia de Dios, porque nos ama, nos perdona con su misericordia, Dios perdona todo y Dios perdona siempre.

María, Madre de misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Esté cerca de nosotros en los momentos de dificultad y nos done los sentimientos de su Hijo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea experiencia del perdón, de acogida y de caridad.


miércoles, 11 de marzo de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy proseguimos la reflexión sobre los abuelos, considerando el valor y la importancia de su rol en la familia. Lo hago identificándome con estas personas, porque también yo pertenezco a esta franja de edad. Cuando fui a Filipinas, los habitante de Filipinas me saludaban diciendo ‘Lolo Kiko’, es decir, ‘Abuelo Francisco’. ‘Lolo Kiko’, decían.

Lo primero que es importante subrayar: es verdad que la sociedad tiende a descartarnos, pero ciertamente el Señor no. Él nos llama a seguirlo en cada edad de la vida, y también la ancianidad contiene una gracia y una misión, una verdadera vocación del Señor. No es aún el momento de “no remar más”.  Este periodo de la vida es distinto a los anteriores, no hay duda; debemos también “inventarlo” un poco, porque nuestras sociedades no están preparadas, espiritual y moralmente, para darles su pleno valor.

Antes, en efecto, no era tan normal tener tiempo a disposición; hoy lo es mucho más. Y también la espiritualidad cristiana ha sido un poco tomada por sorpresa, y se trata de delinear una espiritualidad de las personas ancianas. ¡Pero gracias a Dios no faltan los testimonios de santos y santas ancianos!

Me emocionó mucho la “Jornada por los ancianos” que hicimos aquí en la plaza de san Pedro el año pasado, la plaza llena. Escuché historias de ancianos que se desviven por los otros. Y también historias de parejas y matrimonios que vienen y dicen, hoy hacemos 50 años, 60 años de matrimonio. Y digo, házselo ver a los jóvenes que se cansan pronto. El testimonio de los ancianos en la fidelidad. En esta plaza había muchos ese día.

Es una reflexión para continuar, en ámbito tanto eclesial como civil. El Evangelio viene a nuestro encuentro con una imagen muy bonita, conmovedora y alentadora. Es la imagen de Simeón y de Ana, de quienes nos habla el Evangelio de la infancia de Jesús, de san Lucas. Eran realmente ancianos, el “viejo” Simeón y la “profetisa” Ana que tenía 84 años. No escondía la edad esta mujer. El Evangelio dice que esperaban la venida de Dios cada día, con gran fidelidad, desde hacía muchos años. Querían verlo precisamente ese día, recoger los signos, intuir el inicio. Quizá estaban también un poco resignados, ya, a morir antes: esa larga espera continuaba sin embargo ocupando su vida, no tenían compromisos más importantes que este. Esperar al Señor y rezar. Y así, cuando María y José llegaron al templo para cumplir la disposición de la Ley, Simeón y Ana se movieron impulsados, animados por el Espíritu Santo. El peso de la edad y de la espera desapareció en un momento. Reconocieron al Niño, y descubrieron una nueva fuerza, para una nueva tarea: dar gracias y dar testimonio por este Signo de Dios. Simeón improvisó un bellísimo himno de júbilo. Ha sido un poeta en ese momento. Y Ana se convierte en la primera predicadora de Jesús: “hablaba del niño a quienes esperaban la redención de Jerusalén”.
¡Queridos abuelos, queridos ancianos, pongámonos en la estela de estos ancianos extraordinarios! Nos convertimos también nosotros un poco en poetas de la oración: tomemos gusto a buscar palabras nuestras, apropiemonos de esas que nos enseña la Palabra de Dios. ¡Es un gran don para la Iglesia, la oración de los abuelos y de los ancianos!

Es un gran don para la Iglesia la oración de los abuelos y los ancianos. La oración de los abuelos y los ancianos es un gran don para la Iglesia, un riqueza. Una gran inyección de sabiduría también para toda la sociedad humana: sobre todo para aquella que está demasiado ocupada, demasiado distraída. ¡Alguno debe también cantar, también por ellos, cantar los signos de Dios! Proclamar los signos de Dios. Rezar por ellos. Miremos a Benedicto XVI, que ha elegido pasar en la oración y en la escucha de Dios la última etapa de su vida. Es bonito esto. Un gran creyente del siglo pasado, de tradición ortodoxa, Olivier Clément, decía: “Una civilización donde no se reza más, es una civilización donde la vejez no tiene ya sentido. Y esto es aterrador, nosotros necesitamos antes que nada ancianos que recen, porque la vejez nos es dada para esto. Necesitamos ancianos que recen, porque la vejez es dada para esto. Es algo bello, algo bello esto, la oración de los ancianos.

Nosotros podemos dar las gracias al Señor por los beneficios recibidos, y llenar el vacío de la ingratitud que lo rodea. Podemos interceder por las esperas de las nuevas generaciones y dar dignidad a la memoria y a los sacrificios de las pasadas. Nosotros, los ancianos, podemos recordar a los jóvenes ambiciosos que una vida sin amor es árida. Podemos decir a los jóvenes asustados que la angustia del futuro puede ser vencida. Podemos enseñar a los jóvenes demasiado enamorados de sí mismos que hay más alegría en el dar que en el recibir. Los abuelos y las abuelas forman la “coral” permanente de un gran santuario espiritual, donde la oración de súplica y el canto de alabanza sostienen la comunidad que trabaja y lucha en el campo de la vida.

La oración, finalmente, purifica incesantemente el corazón. La alabanza y la súplica a Dios previene el endurecimiento del corazón en el resentimiento y en el egoísmo. ¡Qué feo es el cinismo de un anciano que ha perdido el sentido de su testimonio, desprecia a los jóvenes y no comunica una sabiduría de vida! ¡Sin embargo, qué bonito es el aliento que el anciano consigue transmitir al joven en búsqueda del sentido de la fe y de la vida! Es verdaderamente la misión de los abuelos, la vocación de los ancianos. Las palabras de los abuelos tienen algo especial para los jóvenes. Y ellos lo saben. Las palabras que mi abuela me dio por escrito el día de mi ordenación sacerdotal, las llevo aún conmigo siempre en el breviario. Y las leo a menudo y me hace bien.

Como quisiera una Iglesia que desafía la cultura del descarte con la alegría desbordante de un nuevo abrazo entre los jóvenes y los ancianos. Y esto es lo que hoy pido al Señor, este abrazo.

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domingo, 8 de marzo de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


"Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de la expulsión de los vendedores del templo. Jesús "hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, con sus ovejas y sus bueyes", el dinero, todo. Este gesto suscitó una fuerte impresión, en la gente y los discípulos. Apareció claramente como un gesto profético, tan es así que algunos de los presentes preguntaron a Jesús, pero dinos: '¿Qué gesto nos muestras para hacer estas cosas? ¿Quién eres tú para hacer estas cosas? Muéstranos un signo de que tienes autoridad para hacerlas'. Buscaban una señal divina, prodigiosa que acreditase a Jesús como enviado de Dios. Y Él respondió: 'Destruid este templo y en tres días lo volveré a levantar'. Le replicaron: 'Este templo ha sido construido en cuarenta y seis años, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?'. No habían entendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que habría sido destruido con la muerte en la cruz, pero que habría resucitado al tercer día. Por eso, en tres días. "Cuando resucitó de entre los muertos --escribe el Evangelista-- sus discípulos recordaron que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado Jesus".
En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se entienden plenamente a la luz de su Pascua. Aquí tenemos, según el Evangelista Juan, el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se convertirá en la Resurrección en el lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Y Cristo Resucitado es precisamente el lugar de la cita universal de todos, entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo, donde Dios se revela, habla, se deja encontrar; y los verdaderos adoradores, los verdaderos adoradores de Dios, no son los custodios del templo material, los poseedores del poder o del saber religioso, son aquellos que adoran a Dios "en espíritu y verdad".
En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, cuando renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Caminemos por el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor por nuestros hermanos, especialmente los más débiles y los más pobres, nosotros construimos a Dios un templo en nuestra vida. Y de así lo hacemos 'encontrable' para tantas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero, nos preguntamos, y cada uno de nosotros se puede preguntar, ¿el Señor se siente verdaderamente como en casa en mi vida? ¿Le permito que haga 'limpieza' en mi corazón y eche a los ídolos, o sea aquellas actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, aquella costumbre de hablar mal y 'despellejar' a los otros? ¿Le dejo hacer limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hoy hemos escuchado en la primera lectura? Cada uno se puede responder a sí mismo, en silencio en su corazón. ¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón? 'Padre, tengo miedo de que me apalee'. Pero Jesús jamás apalea. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su manera de hacer limpieza. Dejemos, cada uno de nosotros, dejemos que el Señor entre con su misericordia --no con el látigo, no, con su misericordia-- a hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús con nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta para que haga un poco de limpieza.
Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce aquello que hay en cada uno de nosotros, y conoce también nuestro más ardiente deseo: el de ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestros corazones. Que María Santísima, que es la morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que podamos redescubrir la belleza del encuentro con Cristo, que es el único que nos libera y nos salva".
Después del Ángelus
"Queridos hermanos y hermanas,
Doy una cordial bienvenida a los fieles de Roma y a todos los peregrinos procedentes de varias partes del mundo. Saludo a los fieles de Curitiba, Brasil; a los grupos parroquiales de Treviso, Génova, Crotone y L’Aquila, y a los de la zona de Domodossola; dirijo un pensamiento especial a los chicos de Garda que han recibido la Confirmación.
Durante esta Cuaresma, tratemos de estar más cerca de las personas que están viviendo momentos de dificultad: cercanos con el afecto, con la oración y con la solidaridad".
El Obispo de Roma dedicó también unas palabras a las mujeres:
"Y hoy, 8 de marzo, ¡un saludo a todas las mujeres! A todas las mujeres que cada día tratan de construir una sociedad más humana y acogedora. Y un gracias fraterno también a las que de mil maneras testimonian el Evangelio y trabajan en la Iglesia. Y ésta es para nosotros una ocasión para reafirmar la importancia de las mujeres y la necesidad de su presencia en la vida. Un mundo donde las mujeres son marginadas es un mundo estéril, porque las mujeres no sólo traen la vida sino que nos transmiten la capacidad de ver más allá --ven más allá de ellas--, nos transmiten la capacidad de entender el mundo con ojos distintos, de sentir las cosas con corazón más creativo, más paciente, más tierno. ¡Una oración y una bendición particular para todas las mujeres aquí presentes en la Plaza y para todas las mujeres! ¡Un saludo!"
"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!"

miércoles, 4 de marzo de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas,
la catequesis de hoy y la del próximo miércoles estarán dedicadas a los ancianos, que, en el ámbito de la familia, son los abuelos. Hoy reflexionamos sobre la problemática condición actual de los ancianos, y la próxima vez, más en positivo, sobre la vocación contenida en esta edad de la vida.

Gracias a los progresos de la medicina la vida se ha alargado: la sociedad, sin embargo, ¡no se ‘ensanchado' a la vida! El número de los ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado lo bastante para hacerles sitio, con justo respeto y concreta consideración para su fragilidad y dignidad. Mientras somos jóvenes, se nos induce a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad de la que estar lejos; cuando después nos hacemos ancianos, especialmente si somos pobres, estamos enfermos o solos, experimentamos las lagunas de una sociedad programada en la eficiencia, que consecuentemente ignora a los ancianos. Y los ancianos son una riqueza, no se pueden ignorar.

Benedicto XVI, visitando un asilo, usó palabras claras y proféticas: “La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se juzga también por cómo se trata a los ancianos y del lugar reservado para ellos en el vivir común” (12 novembre 2012). Es verdad, la atención a los ancianos hace la diferencia de una civilización. En una civilización, ¿hay atención al anciano? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización irá adelante porque sabe respetar la sabiduría de los ancianos. En una civilización que no hay sitio para los ancianos, son descartados porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte.

En Occidente, los estudiosos presentan el siglo actual como el siglo del envejecimiento: los hijos disminuyen, los ancianos aumentan. Este desequilibrio nos interpela, es más, es un gran desafío para la sociedad contemporánea. Incluso una cierta cultura del lucro insiste en el hacer aparecer a los ancianos como un peso, un “lastre”. No solo no producen, piensa, sino que son una carga: en conclusión, por ese resultado de pensar así, son descartados. Es feo ver a los ancianos descartados. Es pecado. No se osa decirlo abiertamente, ¡pero se hace! Hay algo vil en esta adicción a la cultura del descarte. Estamos acostumbrados a descartar gente. Queremos eliminar nuestro creciente miedo a la debilidad y la vulnerabilidad; pero haciéndolo así aumentan en los ancianos la angustia de ser mal tolerados y abandonados.

Ya en mi ministerio en Buenos Aires toqué con la mano esta realidad con sus problemas. “Los ancianos son abandonados, y no solo en la precariedad material. Son abandonados en la egoísta incapacidad de aceptar sus límites que reflejan nuestros límites, en las numerosas dificultades que hoy deben superar para sobrevivir en una civilización que no les permite participar, expresar su opinión, ni ser referente según el modelo consumista de ‘solamente los jóvenes pueden ser útiles y pueden disfrutar’. Sin embargo, estos ancianos deberían ser, para toda la sociedad, la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. Los ancianos son la reserva de sabiduría de nuestro pueblo. ¡Con cuánta facilidad se pone a dormir la conciencia cuando no hay amor!” (Solo el amor nos puede salvar, Ciudad del Vaticano 2013, p. 83). Y sucede así. Yo recuerdo cuando visitaba asilos hablaba con cada uno y muchas veces escuché esto. ‘¿Cómo está usted?’ ‘Bien, bien’ ‘¿Y sus hijos, cuántos tiene? ‘Muchos, muchos’. ‘¿Vienen a visitarla?’ ‘Sí, sí, siempre, siempre, vienen’. ‘¿Cuándo vinieron la última vez?’ Y así, la anciana, recuerdo una especialmente, decía ‘en Navidad’. Estábamos en agosto. Ocho meses sin ser visitada por los hijos. Ocho meses abandonada. Esto se llama pecado mortal. ¿Entendido?

Una vez cuando era pequeño, la abuela nos contaba una historia de un abuelo anciano que al comer se ensuciaba porque no podía llevar la cuchara a la boca con la sopa. Y el hijo, o sea el Papa de la familia,  había decidido separarlo de la mesa común. E hizo una mesa en la cocina donde no se veía para que comiera solo, y así, no quedaba mal cuando venían los amigos a comer o cenar. Pocos días después, llegó a casa y encontró a su hijo pequeño jugando con madera, el martillo, los clavos. Y hacía algo. Le dijo, ‘¿qué haces?’ ‘Hago una mesa papá’. ‘¿Una mesa, por qué?’ 'Para tenerla cuando te hagas anciano, y así puedes comer allí'. Los niños tienen más conciencia que nosotros.

En la tradición de la Iglesia hay una riqueza de sabiduría que siempre ha sostenido una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Tal tradición está enraizada en la Sagrada Escritura, como demuestran por ejemplo estas expresiones del Libro del Eclesiástico: “No te apartes de la conversación de los ancianos, porque ellos mismos aprendieron de sus padres: de ellos aprenderás a ser inteligente y a dar una respuesta en el momento justo”.
La Iglesia no puede y no quiere conformarse con una mentalidad de impaciencia, y mucho menos de indiferencia y de desprecio, en lo relacionado con la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad.

Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que han estado antes que nosotros sobre nuestro mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra batalla cotidiana por una vida digna. Son hombres y mujeres de lo cuales hemos recibido mucho. El anciano no es un extraño. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, pero inevitablemente, aunque no lo pensemos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros.


Frágiles son un poco todos, los ancianos. Algunos, sin embargo, son particularmente débiles, muchos están solos, y marcados por la enfermedad. Algunos dependen de cuidados indispensables y de la atención de los otros. ¿Daremos por esto un paso atrás? ¿Les abandonaremos a su destino? Una sociedad sin proximidad, donde la gratuidad y el afecto sin contrapartida --también entre extraños-- van desapareciendo, es una sociedad perversa. La Iglesia, fiel a la Palabra de Dios, no puede tolerar estas degeneraciones. Una comunidad cristiana en la que proximidad y gratuidad no fueran consideradas indispensables, perdería su alma. Donde no hay honor para los ancianos, no hay futuro para los jóvenes.