jueves, 25 de diciembre de 2014

MENSAJE URBI ET ORBI DEL PAPA FRANCISCO,NAVIDAD 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y luego el Espíritu guio a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).
Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las personas y todos los pueblos.

A él, el Salvador del mundo, le pido hoy que guarde a nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución brutal. Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno, puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.

Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y reconciliación.

Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y construir una convivencia fraterna duradera.

Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia, objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en soldados; niños, tantos niños que sufren abusos. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Agradezco de corazón a los que se están esforzando con valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario.

El Niño Jesús. Pienso en todos los niños hoy maltratados y muertos, sea los que lo padecen antes de ver la luz, privados del amor generoso de sus padres y sepultados en el egoísmo de una cultura que no ama la vida; sean los niños desplazados a causa de las guerras y las persecuciones, sujetos a abusos y explotación ante nuestros ojos y con nuestro silencio cómplice; a los niños masacrados en los bombardeos, incluso allí donde ha nacido el Hijo de Dios. Todavía hoy, su silencio impotente grita bajo la espada de tantos Herodes. Sobre su sangre campea hoy la sombra de los actuales Herodes. Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús, nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su mansedumbre, extirpe la dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en lo mundano y la indiferencia, en la globalización de la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».

Con estos pensamientos, feliz Navidad a todos.


domingo, 21 de diciembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia quiere prepararnos a la Navidad ya a las puertas, invitándonos a meditar el pasaje del anuncio del Ángel a María. El arcángel Gabriel revela a la Virgen la voluntad del Señor de que ella se convierta en madre de su Hijo unigénito: “Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo”. Fijamos la mirada sobre esta sencilla joven de Nazaret, en el momento en el que se hace disponible al mensaje divino con su “sí”; acogemos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros modelo de cómo prepararse a la Navidad.

Sobre todo su fe, su actitud de fe, que consiste en el escuchar la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de mente y de corazón. Respondiendo al Ángel, María dijo: ”Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. En su “aquí estoy” lleno de fe, María no sabe por qué caminos se deberá aventurar, qué dolores deberá padecer, qué riesgos afrontar. Pero es consciente que es el Señor quien le pide y ella se fía totalmente de Él y se abandona a su amor. Esta es la fe de María.

Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer el tiempo de Dios. María es aquella que ha hecho posible la encarnación del Hijo de Dios, “la revelación del misterio, que fue guardado en secreto desde la eternidad”. He hecho posible la encarnación del Verbo gracias precisamente a su “sí” humilde y valiente. María nos enseña a acoger el momento favorable en el que Jesús pasa en nuestra vida y pide una respuesta preparada y generosa. Y Jesús pasa. De hecho, el misterio del nacimiento de Jesús en Belén, sucedido históricamente hace más de dos mil años, se implementa, como evento espiritual, en el “hoy de la liturgia”. El Verbo, que encontró morada en el vientre virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a llamar nuevamente al corazón de cada cristiano. Pasa y llama. Cada uno de nosotros es llamado a responder, como María, con un “sí” personal y sincero, poniéndose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia. 

Cuántas veces Jesús pasa en Nuestra vida y cuántas veces nos manda un ángel. Y cuántas veces no nos damos cuenta porque estamos muy ocupados, sumergidos en nuestros pensamientos, en nuestros quehaceres, incluso en estos días en los preparativos de la Navidad, que no nos damos cuenta de él que pasa y llama a la puerta de nuestro corazón pidiendo acogida, pidiendo un sí como el de María. Un santo decía “tengo miedo de que el Señor pase”. ¿Sabéis por qué tenía miedo? Miedo de no darse cuenta, de dejarlo pasar. Cuando sentimos en nuestro corazón ‘quisiera ser más bueno, más buena, me arrepiento de esto que he hecho’ aquí está el Señor que llama, que hace sentir esto, las ganas de ser mejor, las ganas de estar más cerca de los otros, de Dios. Si tú sientes esto, párate. El Señor está ahí. Ve a rezar y quizar a la confesión a limpiar un poco la habitación. Eso hace bien. Pero recuerda bien, si tú sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama, no dejarlo pasar.

En el misterio de Navidad, junto a María está silenciosa la presencia de san José, como viene representada en todos los belenes --también en ese que podéis admirar aquí en la plaza de San Pedro. El ejemplo de María y de José  es para todos nosotros una invitación a acoger con total apertura de alma a Jesús, que por amor se ha hecho nuestro hermano. Él viene a llevar al mundo el don de la paz: “Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”, como anunciaron a coro los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra verdadera paz. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la paz. La paz del alma, abramos las puertas a Cristo.

Nos confiamos a la intercesión de nuestra Madre y de san José, para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda mundanidad, preparados a acoger al Salvador, el Dios-con-nosotros.

 Al finalizar el ángelus:
Queridos hermanos y hermanas,
os saludo a todos, fieles romanos y peregrinos venidos de distintos países; las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones.

En particular, saludo a los jóvenes del Movimiento de los Focolares, la Comunidad Juan XXIII, y los scouts AGESCI de Tor Sapienza (Roma). No olvidéis, el Señor pasa y si tú sientes las ganas de mejorar, de ser más bueno, es el Señor que llama a tu puerta. En esta Navidad el Señor pasa.

Deseo a todos un buen domingo y una Navidad de esperanza, con las puertas abiertas al Señor, de alegría y de fraternidad. or favor rezad por mí. Buen almuerzo y ¡Hasta pronto!


domingo, 14 de diciembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

«Queridos hermanos y hermanas, queridos niños y jóvenes, buenos días.

Desde hace dos semanas el Tiempo de Adviento nos ha invitado a la vigilancia espiritual para preparar el camino al Señor, del Señor que viene. En este tercer domingo la liturgia nos propone otra actitud interior para vivir la espera del Señor, o sea la alegría. La alegría de Jesús, como dice ese cartel, la alegría de Jesús es de casa. O sea que nos propone la alegría del Jesús.

El corazón del hombre desea la alegría, todos nosotros aspiramos a la alegría,Cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Desde que Jesús entró en la historia, con su nacimiento en Belén, la humanidad ha recibido el germen del Reino de Dios, como un terreno que recibe la semilla, promesa de la futura cosecha. ¡No necesitamos buscar en otras partes! Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre.

No se trata de una alegría solamente esperada o desplazada al paraíso, 'aquí en la tierra estamos tristes pero en el paraíso estaremos alegres', no, no es esto. Pero una alegría ya real y que se puede sentir ahora, porque el mismo Jesús es nuestra alegría, es nuestra casa. Como decía ese cartel vuestro, 'Con Jesús la alegría está en casa', repitamos esto, nuevamente: 'Con Jesús la alegría está en casa', y sin Jesús hay alegría? ¡No! Jesús está vivo, es el resucitado, y opera en nosotros, especialmente con al palabra y los sacramentos.

Todos nosotros bautizados, hijos de la Iglesia, estamos llamados a acoger siempre nuevamente la presencia de Dios en medio de nosotros y a ayudar a los otros a descubrirla, o a redescubrirla si la hubiéramos olvidado. Es una misión bellísima, similar a la de Juan el Bautista: orientar la gente a Cristo -no a nosotros mismos- porque Él es la meta hacia la cual tiende el corazón del hombre cuando busca la alegría y la felicidad.

Nuevamente san Pablo en la liturgia de hoy nos indica las condiciones para ser “misioneros de la alegría”: rezar con perseverancia, dar siempre gracias a Dios, seguir su Espíritu, buscar el bien y evitar el mal. Si esto será nuestro estilo de vida, entonces la Buena Noticia podrá entrar en tantas casas y ayudar a las personas y familias a descubrir que en Jesús está la salvación. En Él es posible encontrar la paz interior y la fuerza para enfrentar cada día las diversas situaciones de la vida, mismo las más pesadas y difíciles.

Nunca se oyó de un santo triste o de una santa con la cara fúnebre, nunca se ha oído, sería un contrasentido. El cristiano es una persona que tiene el corazón colmo de paz, porque sabe poner su alegría en el Señor, incluso cuando atraviesa momentos difíciles en la vida.
Tener fe no significa no tener momentos difíciles, pero tener la fuerza de enfrentarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la Paz que Dios dona a sus hijos.

Con la mirada dirigida a la Navidad que está cerca, la Iglesia nos invita a dar testimonio que Jesús no es un personaje del pasado: Él es la palabra de Dios que hoy sigue iluminando el camino del hombre, sus gestos, los sacramentos, son la manifestación de la ternura, de la consolación y del amor del Padre hacia cada ser humano. La Virgen María 'causa de nuestra alegría' nos vuelva siempre alegres en el Señor, que viene a liberarnos de tantas esclavitudes interiores y exteriores».

El Papa reza la oración de el ángelus. Y a continuación dice las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, me he olvidado comó esta frase, veamos: 'Con Jesús la alegría es de casa'. Todos juntos:'Con Jesús la alegría es de casa'. Saludo a los presentes, familias, grupos parroquiales y asociaciones que han venido aquí desde Roma, de Italia y desde tantas partes del mundo. En particular saludo a los peregrinos de Civitella Casanova, Catania, Gela, Altamura, y a los jóvenes de Frosinone. Al saludar a los fieles polacos, me uno espiritualmente a sus compatriotas que hoy encienden la 'vela de Navidad', y reiteran el empeño de solidaridad, especialmente en este Año de la Cáritas que se celebra en Polonia.

Ahora saludo con cariño a los niños, que han venido para la bendición de los 'Niño Jesús', que organiza el Centro Oratorios Romanos. Felicitaciones, han sido muy buenos, llenos de alegría aquí en la plaza, felicitaciones. Y ahora lleven el nacimiento bendecido. Queridos niños, les agradezco vuestra presencia, y les deseo una feliz Navidad. Cuando recen en casa, delante del pesebre, les pido se acuerden también de mi, como yo me acuerdo de ustedes.

La oración es la respiración del alma: es importante encontrar momentos durante el día para abrir el corazón a Dios, también con simples y breves oraciones del pueblo cristiano. Por esto he pensado de hacerles hoy un regalo, a todos los que se encuentran aquí en la plaza, una sorpresa, un regalo. Un pequeño librito de bolsillo que recoge algunas oraciones, para los diversos momentos de la jornada y para las diversas situaciones de la vida. Es esto. Algunos voluntarios lo distribuirán. Tomen uno cada uno y llévenlo siempre con ustedes, como ayuda para vivir todo el día con Dios.

No olvidemos ese mensaje tan bello que han traído aquí con el cartel: 'Con la alegría Jesús es de casa'. Y a todos ustedes les deseo un cordialmente una 'buona domenica' y 'buon pranzo'. Y no se olviden, por favor, de rezar por mi. ¡Arrivederci! ¡Y tanta alegría!

domingo, 7 de diciembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas,

Este domingo marca la segunda etapa de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la expectativa del regreso de Cristo y el recuerdo de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza Es la invitación del Señor expresada por boca del profeta Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios" (40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la Consolación, en el que el profeta se dirige al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la liberación. El tiempo de tribulación ha terminado; el pueblo de Israel pueden mirar con confianza al futuro: la espera finalmente el regreso a casa.

Isaías se dirige a personas que pasaron por un período oscuro, que han sufrido una prueba muy difícil; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo del senda de la liberación y la salvación. ¿En qué modo se realizará todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida su rebaño. Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, los reunirá en su redil seguro las ovejas dispersas, prestará especial atención a las más frágiles y débiles (v. 11). Esto sucede es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que el profeta invita al oyente - incluyendo nosotros hoy - a difundir entre la gente este mensaje de esperanza.

Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros mismos no experimentamos la alegría de ser consolado y amado por Él. Esto sucede especialmente cuando escuchamos su palabra, cuando permanecemos en la oración silenciosa en su presencia, cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía o en el Sacramento del Perdón.

Así que dejemos que la invitación de Isaías - "Consolad, consolad a mi pueblo" - resuene en nuestro corazón en este Adviento. Hoy necesitamos personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacude los resignados, reanima los desalentados, enciende el fuego de la esperanza. Muchas situaciones requieren nuestro testimonio consolador. Pienso en aquellos que están oprimidos por el sufrimiento, la injusticia y el abuso de poder; a los que son esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales.

El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un incentivo para preparar diligentemente el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y nos consuela. Si nos confiamos a Él con corazón humilde y arrepentido, Él derribará los muros del mal, llenará los vacíos de nuestras omisiones, allanará los golpes del orgullo y de la vanidad, y abrirá el camino del encuentro con Él.

Es curioso pero tantas veces tenemos miedo de la consolación, de ser consolados, es más nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Saben por qué? porque en la tristeza nos sentimos protagonistas, en cambio que en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista, es él que nos consuela, es él que nos da el coraje de salir de nosotros mismos, es él que nos lleva a la fuente de toda verdadera consolación, es decir el Padre y esto es la conversión. Por favor déjense consolar por el Señor.

La Virgen María es el "camino" que Dios mismo ha preparado para venir al mundo. Encomendamos a ella la esperanza de la salvación y la paz para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

DESPUÉS ANGELUS
Queridos hermanos y hermanas,
Saludo a todos ustedes, los fieles de Roma y peregrinos procedentes de Italia y diversos países: familias, grupos parroquiales, asociaciones. En particular, saludo a los misioneros Identes; los fieles de Bianze, Dalmine, Sassuolo, Arpaise y Oliveri; la comunidad de rumanos Cordenons - Pordenone; la asociación de "Puertas Abiertas" en Modena, las familias de Polesine, los chicos Petosino.

Les deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y adiós!

domingo, 30 de noviembre de 2014

VIAJE APOSTOLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A TURQUIA


BENDICIÓN ECUMÉNICA Y FIRMA DE UNA DECLARACIÓN CONJUNTA


DECLARACIÓN COMÚN
Nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico, nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y hermano del Apóstol Pedro. Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.

Durante nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos nuestras comunes intenciones y preocupaciones.

Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos. Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado. Para ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia, pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que «todos sean uno,... para que el mundo crea» (Jn 17,21).

Expresamos nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación. Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas, permanecer en su tierra nativa.

 No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años. Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto forzados con violencia a dejar sus hogares. Parece que se haya perdido hasta el valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por la indiferencia de muchos. Como nos recuerda san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional.

Los retos que afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad. Inspirado por valores comunes y fortalecido por auténticos sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren juntos trágicamente por los horrores de la guerra. Además, como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra. En particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en armonía.

Tenemos presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia humana.

«Que el mismo Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros» (2 Ts 3,16).

El Fanar, 30 de noviembre de 2014.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Ángelus del Papa Francisco

"Queridos hermanos y hermanas.

Al concluir esta celebración deseo saludarles a todos los que han venido a rendir homenaje a los nuevos santos, en modo particular a la delegación oficial de Italia y de India.

El ejemplo de los cuatro santos italianos, nacidos en las provincias de Vicenza, Nápoles, Conseza y Rímini, ayude al querido pueblo italiano a reavivar el espíritu de colaboración y de concordia en favor del bien común y a mirar al futuro con esperanza, confiando en la cercanía de Dios, que nunca nos abandona, ni siquiera en los momentos difíciles.

Por intercesión de los dos santos de la India, provenientes de Kérala, gran tierra de fe y de vocaciones sacerdotales y religiosas, el Señor conceda un nuevo impulso misionero a la Iglesia que está en India, para que inspirándose en su ejemplo de concordia y de reconciliación, los crisitanos de India prosigan en el camino de la solidaridad y de la convivencia fraterna.

Saludo con afecto a los cardenales, obispos, sacerdotes, y también a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y escuelas presentes. Con amor filiar nos dirigimos ahora a la Virgen María madre de la Iglesia, reina de los santos y modelo para todos los cristianos».

A concluir el Santo padre les deseó a los presentes que tengan "un buen domingo, en paz, con la alegría de estos nuevos santos". Y añadió: “Les pido que recen por mí y 'buon pranzo e buona domenica'".


miércoles, 19 de noviembre de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Un gran don del Concilio Vaticano II ha sido el de haber recuperado una visión de Iglesia fundada en la comunión, y de hacer entendido de nuevo también el principio de  la autoridad y de la jerarquía en esta perspectiva. Este nos ha ayudado a entender mejor que todos los cristianos, en cuanto bautizados, tienen igual dignidad delante del Señor y están unidos por la misma vocación, que es la de la santidad. Ahora nos preguntamos: ¿en qué consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?

En primer lugar debemos tener muy presente que la santidad no es algo que conseguimos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que "Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa". Así es, realmente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, el rostro más bello: es descubrirse de nuevo en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, ningún excluido, por lo que constituye el carácter distintivo de cada cristiano.

Todo esto nos hace comprender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispo, sacerdote o religioso… No ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces, antes o después, estamos tentados a pensar que la santidad está reservada solamente a los que tienen la posibilidad de despegarse de los quehaceres diarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno piensa que la santidad es cerrar ojos, poner cara de estampita, así. No, no es esa la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.

Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos 'Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable, siempre con los números, allí no se puede ser santo'. ¡Sí, se puede! Allí donde trabajas, puedes ser santo. Dios te da la gracia para ser santo Dios se comunica contigo, siempre, en cualquier lugar se puede ser santo. Abrirse a esta gracia que trabaja dentro y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y a los nietos a conocer y a seguir a Jesús. Y es necesaria mucha paciencia para esto, para ser buen padre, o un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, es necesaria mucha paciencia.  Y en esta paciencia viene la santidad, ejercitando la paciencia.

 ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Así es: cada estado de vida lleva a la santidad, siempre. En tu casa, en la calle, en el trabajo,  en la Iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que pide el Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos.

En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco examen de conciencia. Y ahora podemos hacerlo, cada uno se responde así mismo, dentro, en silencio. ¿Cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad?  ¿Tengo ganas de hacerme un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Este es el camino a la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a algo pesado, triste. ¡Todo lo contrario! ¡Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor por las personas que están cerca de nosotros. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado hermoso, comenzando por las pequeñas cosas de cada día. Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer la compra y encuentra a una vecina y empiezan a hablar y después llegan los chismorreos. Y esta señora dice, no, yo no hablaré mal de nadie. Esto es un paso a la santidad, esto te ayuda a ser más santo. Después en tu casa, el hijo te pide hablar un poco de sus cosas fantasiosas, 'estoy cansado, he trabajado mucho hoy'. Pero tú, acomódate y escucha tu hijo, que lo necesita, te pones cómodo, le escuchas con paciencia. 

Esto es un paso a la santidad. Después termina el día, estamos todos cansados, pero la oración, hacemos la oración. Eso es un paso a la santidad. Después llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a veces una cuando una confesión que nos limpie un poco. Y después la Virgen, tan buena, tan hermosa, tomo el rosario y la rezo. Esto es un paso a la santidad. Y tantos pasos a la santidad, pequeños. Después voy por la calle veo un pobre, un necesitado, me paro y le pregunto algo. Es un paso a la santidad. Pequeñas cosas. Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso a la santidad nos hará personas mejores, libras del egoísmo y de la clausura en sí mismos, y abiertos a los hermanos y a sus necesidades.

Queridos amigos, en la Primera Lectura de san Pedro se nos dirige esta exhortación: "Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, lo haga como con palabras de Dios; quien ejercita un oficio, lo haga con la energía recibida de Dios, para que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo".

¡Es esta la invitación a la santidad! Acojámosla con alegría, y apoyémonos los unos a los otros, porque el camino hacia la santidad no se recorre solos, cada uno por su cuenta no puede hacerlo, sino que se recorre juntos, en ese único cuerpo que es la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesús.

Vamos adelante con valentía en este camino de la santidad".


domingo, 16 de noviembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25,14-30). Narra de un hombre que, antes de partir para un viaje, convoca a sus servidores y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un gran valor. Ese hombre confía al primer servidor cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del hombre, los tres servidores deben hacer fructificar este patrimonio.

El primer y el segundo servidor duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, entierra en un pozo el talento recibido. Al regreso del señor, los primeros dos reciben felicitaciones y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos son los discípulos y los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos bienes. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una resaltante calidad individual – por ejemplo en la música, en el deporte, etcétera –,  en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» (v. 26) indica el  temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor.

Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos  para provecho de los demás. Es como si nos dijese: “He aquí mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y  úsalos abundantemente”. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano.

Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como también el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer aquellos muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación…

El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en todos coloca la misma, inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza!


La Virgen María encarna esta actitud de la forma más bella y más plena. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar  “de la alegría de nuestro Señor”.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

hemos evidenciado en la catequesis precedente cómo el Señor continúa a pastar su rebaño a través del ministerio de los obispos, asistidos por los presbíteros y de los diáconos. Es en ello que Jesús se hace presente, en el poder de su Espíritu, y continúa sirviendo la Iglesia, alimentando en ella la fe, la esperanza y el testimonio en la caridad. Estos ministerios, constituyen por tanto, un gran don del Señor para cada comunidad cristiana y para toda la Iglesia, en cuanto que son un signo vivo de su presencia y de su amor. Hoy queremos preguntarnos: ¿qué se pide a estos ministros de la Iglesia, para que puedan vivir de forma auténtica y fecunda el propio servicio?

En las "Cartas pastorales" enviadas a sus discípulos Timoteo y Tito, el apóstol Pablo se detiene con atención sobre la figura de los obispos, los presbíteros y los diáconos. También sobre la figura de los fieles, de los ancianos, los jóvenes... Se detiene en una descripción de cada cristiano en la Iglesia, delineando para los obispos, presbíteros, y diáconos lo que son llamados y las prerrogativas que deben ser reconocidas en aquellos que son elegidos e investidos de estos ministerios. 

Entonces, es emblemático como, junto a las dotes inherentes a la fe y la vida espiritual, que no pueden ser descuidadas, son en la vida misma, sean enumeradas algunas cualidades exquisitamente humanas: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la mansedumbre, la fiabilidad, la bondad de corazón. Repito: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la mansedumbre, la fiabilidad, la bondad de corazón. Es este el alfabeto, ¡es esta la gramática de base de cada ministerio! Debe ser la gramática de base de cada obispos, cada presbítero, cada diácono. Sí, porque sin esta predisposición bella y genuina para encontrar, conocer, dialogar, apreciar y relacionarse con los hermanos de forma respetuosa y sincera, no es posible ofrecer un servicio y un testimonio realmente alegre y creíble.


Después hay una actitud de fondo que Pablo recomienda a sus discípulos y, como consecuencia, a todos aquellos que son investidos por el ministerio episcopal, sean obispos, presbíteros, sacerdotes o diáconos. El apóstol exhorta a reavivar continuamente el don que ha sido recibido. Esto significa que debe estar siempre viva la conciencia de que no se es obispo, sacerdote o diácono porque se es más inteligente, más bueno o mejor que los otros, sino debido a la fuerza de un don, un don de amor otorgado por Dios, en el poder de su Espíritu, por el bien de su pueblo. Esta conciencia es realmente importante y constituye una gracia para pedir cada día. De hecho, un pastor que es consciente que el propio ministerio fluye únicamente de la misericordia y del corazón de Dios no podrá nunca asumir una actitud autoritaria, como si todos estuviera a sus pies y la comunidad fuera su propiedad, su reino personal.

La conciencia de que todo es don, todo es don, todo es gracia, ayuda a un Pastor también a no caer en la tentación de ponerse en el centro de atención y de confiar solamente en sí mismo. Son las tentaciones de la vanidad, el orgullo, de la suficiencia, la soberbia. Ay si un obispo, un sacerdote o un diácono pensaran saber todo, tener siempre la respuesta justa para cada cosa y no necesitar de nadie. Al contrario, la conciencia de ser él el primer objeto de la misericordia y de la compasión de Dios debe llevar a un ministro de la Iglesia a ser siempre humilde y comprensivo en la relacionado con los otros.

Aun en la conciencia de ser llamado a custodiar con valentía el depósito de la fe, él se pondrá en escucha de la gente. Es consciente, de hecho, de tener siempre algo que aprender, también de aquellos que pueden estar aún lejos de la fe y de la Iglesia. Con los propios hermanos, después, todo esto debe llevar a asumir una actitud nueva, comprometida con el compartir, la corresponsabilidad y la comunión.

Queridos amigos, debemos estar siempre agradecidos al Señor, porque en la persona y en el ministerio de los obispos, de los sacerdotes y de los diáconos continúa a guiar y a formar su Iglesia, haciéndola crecer a lo largo del camino de la santidad. Al mismo tiempo, debemos continuar rezando, para que los pastores de nuestras comunidades puedan ser imagen viva de la comunión y del amor de Dios. Gracias


lunes, 10 de noviembre de 2014

Maestro de misericordia,Pedro Asúa


En muchas partes del mundo, también hoy los cristianos son perseguidos, torturados y asesinados, pero no dejan de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.

Lo recordó el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, durante la beatificación de Pedro Asúa Mendía, celebrada el sábado 1 de noviembre, en la catedral de María Inmaculada, madre de la Iglesia, en Vitoria-Gasteiz, España.

Los cristianos, dijo, «no cesan de oponerse pacíficamente a la ferocidad de las fieras para transformarlas en mansos corderos por el perdón, la oración, la caridad». Hoy más que nunca «la humanidad necesita espíritu fraternal, comprensión, necesita sentirse acogida. La santidad no destruye, la santidad edifica». Y es esta, añadió, la invitación que la Iglesia, por medio del beato Pedro Asúa Mendía, «nos hace a todos nosotros, sacerdotes y laicos, pues todos están llamados a la santidad. El mundo tiene necesidad de santos para poder transformarse en un jardín de convivencia serena y de armonía jubilosa entre los pueblos».

domingo, 9 de noviembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días: 
Hoy la liturgia recuerda la dedicación de la Basílica de Letrán, catedral de Roma, que la tradición define "madre de todas las iglesia del Urbe e del Orbe". Con el término "madre" se refiere no tanto al edificio sagrado de la Basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside.

 Esta unidad presenta el carácter de una familia universal, y como en la familia está la madre, así también la venerada catedral de Letrán hace de "madre" a la iglesia de todas las comunidades del mundo católico. Con esta fiesta, por tanto, profesamos, en la unidad de la fe, el vínculo de comunión que todas las Iglesias locales, repartidas por el mundo, tienen con la Iglesia de Roma y con su Obispo, sucesor de Pedro.

Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se llama a una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la Iglesia viva y operante en la historia, es decir, de este "templo espiritual", como dice el apóstol Pedro, del que Cristo mismo es "piedra viva, descartada por los hombres pero elegida y preciosa delante de Dios". Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del templo ha revelado una realidad impresionante. Es decir, el templo de Dios no es solamente un edificio hecho de ladrillos, es su cuerpo hecho de piedras vivas. En la fuerza del Bautismo, cada cristiano, forma parte del "edificio de Dios". Es más, se convierte en la Iglesia de Dios.

El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y del Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherente con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos. La coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio. Aquí debemos ir adelante y realizar en nuestra vida esta coherencia cotidiana. Este es un cristiano, no tanto por lo que dice, sino por lo que hace. Por la forma en la que se comporta, esta coherencia que nos da vida. Y es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir.

La Iglesia, al origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido otra cosa que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra a través de la caridad. Van juntas ¿eh? También hoy la Iglesia es llamada a ser en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del Bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad. Con esta finalidad esencial deben ser ordenados también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales. Pero, para esta finalidad esencial, testimoniar la fe en la caridad. La caridad es la expresión de la fe. Y también la fe es la explicación y fundamento de la caridad. 

La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.

Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su amor.

jueves, 6 de noviembre de 2014

NOTA: EN PRÓXIMOS EVENTOS, 
   TIENEN PARA EL 13 DE NOVIEMBRE
           CONCIERTO CORO GOSPEL SONG FOR MY FATHER


miércoles, 5 de noviembre de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado las cosas que el apóstol Pablo dice al obispo Tito. Pero, ¿cuántas virtudes debemos tener los obispos? ¿Hemos escuchado todos no? Y no es fácil, no es fácil porque nosotros somos pecadores pero nos confiamos en vuestra oración para que al menos nos acerquemos a estas cosas que el apóstol Pablo aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezareis por nosotros?

Ya hemos tenido forma de subrayar, en las catequesis precedentes, como el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en la potencia y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, para edificar las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios, se distingue el episcopal. En el obispo, asistido por presbíteros y diáconos, está Cristo mismo que se hace presente y que continúa cuidando de su Iglesia, asegurando su protección y su guía.

En la presencia y en el ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos podemos reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. Y realmente, a través de estos hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejercita su maternidad: nos genera en el Bautismo como cristianos, haciéndonos renacer en Cristo; vigilia en nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña a los brazos del Padre, para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos nutre con la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos durante toda nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de la prueba, del sufrimiento y de la muerte. 

Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús ha elegido los apóstoles y los ha enviado a anunciar el Evangelio y a pastar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son puestos a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de una carga honorífica. El episcopado no es un honor, es un servicio y esto Jesús lo ha querido así. No debe haber sitio en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana habla de 'este hombre ha hecho la carrera eclesiástica y se ha hecho obispo'. En la Iglesia no debe haber sitio para esta mentalidad. El episcopado es un servicio no un honor para presumir. Ser obispos quiere decir tener siempre delante de los ojos el ejemplo de Jesús que, como Buen Pastor, ha venido no para ser servido sino para servir y para dar su vida por sus ovejas. Los santos obispos -y hay muchas en la historia de la Iglesia, tantos obispos santos- nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, como Jesús que "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz". Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficia, y que hace tantas cosas para llegar allí, y cuando llega allí no sirve, se pavonea, vive solamente por su vanidad.


Hay otro elemente precioso, que merece ser destacado. Cuando Jesús eligió y llamó a los apóstoles, los ha pensado no separados uno del otro, cada uno por cuenta propia, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos, como una sola familia. También los obispos constituyen un único colegio, recogido entorno al Papa, el cual es guardián y garante de esta profunda comunión, que estaba tanto en el corazón de Jesús y en el de sus mismos apóstoles. ¡Qué bonito es cuando los obispos, con el Papa, expresan esta colegialidad! Y buscan ser más, más, más servidores de los fieles, más servidores en la Iglesia. Lo hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la familia. Pero pensemos en todos los obispos dispersos en el mundo que, aún viviendo en localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y lejanas entre ellos, de una parte a la otra. Un obispo me  decía el otro día que para llegar a Roma  eran necesarias, desde donde él estaba, más de 30 horas de avión. Tan lejano uno de otro se convierten en expresión de una unión íntima en Cristo, y entre sus comunidades. Y en la oración común eclesial todos los obispos se ponen juntos a la escucha del Señor y del Espíritu, siendo así capaz de prestar atención más profundamente al hombre y los signos de los tiempos.

Queridos hermanos, todo esto nos hace comprender porqué las comunidades cristianas reconocen en el obispo un don grande, y están llamadas a alimentar una sincera y profunda comunión con él, a partir de los presbíteros y los diáconos. No hay una Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al obispos. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús ha querido esta unión de todos los fieles con el obispos, también de los diáconos y los presbíteros. Y esto lo hacen en la conciencia que es precisamente en el obispo que se hace visible la unión de cada Iglesia con los apóstoles y con todas las otras comunidades unidas con su obispo y el Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica.

domingo, 2 de noviembre de 2014

ANGELUS DEL PAPA FRANCISCO, CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES


Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estos dos sucesos están íntimamente relacionados unos con otros, así como la alegría y las lágrimas están en Cristo Jesús, una síntesis que es el fundamento de nuestra fe y nuestra esperanza. Por un lado, en efecto, la Iglesia, peregrina en la historia, se regocija por la intercesión de los santos y beatos que apoyan la misión de anunciar el Evangelio; por otro, que, como Jesús, compartiendo las lágrimas de los que sufren la separación de sus seres queridos, y le gusta, y por él se hace eco de las gracias al Padre que nos ha sacado del dominio del pecado y de la muerte.

Entre ayer y hoy muchos hacen una visita al cementerio, que, como la misma palabra, es el "lugar de descanso", esperando el despertar final. Es agradable pensar que el mismo Jesús despertará. Jesús mismo reveló que la muerte del cuerpo es como un sueño del que nos despierta. Con esta fe nos detenemos - incluso espiritualmente - en las tumbas de nuestros seres queridos, los que me han amado y han hecho algún bien. Pero hoy estamos llamados a recordar todo, incluso los que se acuerda nadie.Recordamos a las víctimas de la guerra y la violencia; muchos mundo "pequeña" aplastado por el hambre y la miseria; recordar el osario común de descanso en el anonimato. Recordamos a nuestros hermanos y hermanas muertos porque son cristianos; y aquellos que sacrificaron sus vidas para servir a los demás. Encomendamos al Señor, sobre todo aquellos que han dejado en el último año.

La tradición de la Iglesia siempre ha instado a orar por los muertos, en particular, al ofrecer a la celebración de la Eucaristía: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a los más abandonados. El fundamento de la oración es en la comunión del Cuerpo Místico. Cómo reitera el Concilio Vaticano II, "la Iglesia peregrina en la tierra, muy consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros días de la religión cristiana, ha honrado con gran respeto la memoria de los muertos" ( Lumen gentium , 50 ).

La memoria de los muertos, el cuidado de las tumbas y los votos son evidencia de confiada esperanza, enraizada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino del ser humano, ya que el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene sus raíces . y su cumplimiento en Dios Dios activar esta oración: "Dios de la misericordia infinita, volar a tu gran bondad a todos los que han dejado este mundo para la eternidad, donde espera a toda la humanidad, redimida por la sangre preciosa de Cristo, su hijo, que murió en rescate por nuestros pecados. 

No mires, Señor, a las múltiples formas de la pobreza, la miseria y las debilidades humanas, cuando estemos ante el tribunal para ser juzgado por una sonrisa o una condena. Levante tú sobre nosotros su mirada lastimosa, que surge de la ternura de su corazón, y nos ayudará a caminar el camino de una purificación completa.Ninguno de sus hijos se perdió en el fuego eterno del infierno, donde no puede haber más arrepentimiento. Nos encomendamos al Señor las almas de nuestros seres queridos, las personas que han muerto sin el sacramental comodidad, o no han tenido la oportunidad de arrepentirse hasta el término de sus vidas. No tienes que tener miedo de conocerte, después de su peregrinación terrena, con la esperanza de ser aceptado en los brazos de su misericordia infinita. Hermana la muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y lleno de todas las cosas buenas hechas en el curso de nuestra vida corta o larga. Señor, nada va a tomar distancia de usted en esta tierra, pero todo ya todos para que nos apoyen en el ardiente deseo de descansar en paz y eternamente en ti. Amén "(Padre Antonio Rungi, pasionista, la oración por los muertos ).

Con esta fe en el destino último del hombre, nos dirigimos ahora a la Virgen María, que sufrió bajo la Cruz del drama de la muerte de Cristo y ha tomado parte en la alegría de su resurrección. Que ella, Puerta del Cielo , para comprender cada vez más el valor de las oraciones por los muertos. Están cerca de nosotros! Ella nos apoya en nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayuda a no perder de vista el objetivo final de la vida que es el Paraíso. Y con esto, esperanza que no defrauda, ​​vamos a seguir adelante!

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:
Familias de felicitación, grupos religiosos, asociaciones y todos los peregrinos que han venido de Roma, Italia, desde muchas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de la Diócesis de Sevilla (España), esas Finales casas en Cesena y voluntarios de Oppeano y Granzette haciendo terapia de payaso en los hospitales. Los veo allí: usted continúa haciendo esto que hace tanto bien a los enfermos. Saludamos a estas personas valientes!
Yo lo único que deseo un buen domingo en la memoria cristiana de nuestros seres queridos fallecidos. Por favor, no te olvides de orar por mí.

Buena comida y adiós!



sábado, 1 de noviembre de 2014

Ángelus del Papa Francisco. Los santos 'últimos para el mundo, 'primeros' para Dios


"Queridos hermanos y hermanas
Los dos primeros días del mes de noviembre constituyen para todos nosotros un momento intenso de fe, de oración y de reflexión sobre 'las cosas últimas' de la vida. Al celebrar de hecho a todos los Santos y al recordar a todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina en la tierra vive y expresa en la liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia del Cielo. Hoy damos alabanza a Dios por las filas innumerables de santos y santas de todos los tiempos: hombres y mujeres comunes, simples y a veces 'últimos' para el mundo, pero 'primeros' para Dios.

Al mismo tiempo recordamos también a nuestros queridos difuntos cuando visitamos los cementerios: es motivo de gran consolación pensar que estos están en compañía de la Virgen María, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del paraíso.

La solemnidad de hoy nos ayuda a considerar una verdad fundamental de la fe cristiana, que profesamos en el Credo: la comunión de los santos. ¿Qué significa esto?: la comunión de los santos. Es la unión común que nace de la fe y une a todos los que pertenecen a Cristo gracias al bautismo. Se trata de una unión espiritual, todos estamos unidos, que no es rota por la muerte, pero sigue en la otra vida.

De hecho subsiste una relación indestructible entre nosotros los vivientes en este mundo y quienes han pasado el límite de la muerte. Nosotros aquí abajo en la tierra junto a quienes han entrado en la eternidad, formamos una sola y gran familia.

Se mantiene esta familiaridad, esta esta maravillosa comunión, maravillosa unión común, entre el cielo y la tierra se realiza de la manera más alta e intensa en la liturgia, y sobretodo en la celebración de la eucaristía, que expresa y realiza la más profunda unión entre los miembros de la Iglesia. En la Eucaristía, de hecho nosotros encontramos a Jesús vivo y su fuerza, y a través de Él entramos en comunión con nuestros hermanos en la fe: aquellos que viven con nosotros aquí en la tierra y aquellos que nos antecedieron en la otra vida, la vida sin final.

Esta realidad de la comunión nos colma de alegría: es hermoso tener a tantos hermanos en la fe que caminan junto con nosotros, nos apoyan con su ayuda y junto a nosotros hacen el mismo recorrido y el mismo camino hacia el cielo, nos esperan y rezan por nosotros, para que juntos podamos contemplar eternamente el rostro glorioso y misericordioso del Padre.
En la gran asamblea de los santos, Dios ha querido reservar el primer lugar a la Madre de Jesús. María está en el centro de la comunión de los santos, como particular custodia del vínculo de la Iglesia universal con Cristo, del vínculo de la familia Ella es nuestra madre, nuestra madre.
Para quien quiere seguir a Jesús en el camino del Evangelio, ella es la guía segura, porque es la primera discípula, la madre cariñosa y atenta, a quien confiar cada deseo y dificultad.

Rezamos junto a la Reina de Todos los Santos, para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como Él es santo".

Angelus Domini...

Después de la oración del ángelus el Santo Padre dirigió las siguientes palabras:
"La liturgia de hoy habla de la gloria de Jerusalén Celeste. Invito a todos a rezar para que la Ciudad Santa, querida para los judíos, crisitanos y musulmanes, que en estos días ha sido testimonio de diversas tensiones, pueda ser cada vez más signo y anticipación de la paz que Dios desea para toda la familia humana.

Queridos hermanos y hermanas. Hoy en Vitoria, España, es proclamado beato el mártir Pietro Asúa Mandía. Sacerdote humilde y austero que predicó el evangelio con santidad de vida, la catequesis y la dedicación hacia los pobres y necesitados. Arrestado, torturado y asesinado por haber manifestado su voluntad de permanecer fiel al Señor en la Iglesia, representa para nosotros un admirable ejemplo de fortaleza en la fe y testimonio de caridad.

Saludo a todos los peregrinos que provienen desde Italia y desde tantos países. En particular saludo a los participantes de la 'Corsa dei Santi' y de la 'Marcia dei santi', promovidas respectivamente por la Fundación Don Bosco en el mundo y por la Asociación Familia Pequeña Iglesia. Me alegro por estas iniciativas que unen el deporte, el testimonio cristiano y el empeño humanitario. Saludo también a los jóvenes de Modena, que han recibido la Confirmación, junto a los papás y catequistas, y también a los voluntarios de la ciudad de Sciacca y al grupo deportivo de la parroquia de Castegnato (Brescia, Italia).

Hoy por la tarde iré al cementerio de El Verano y celebraré la santa misa en sufragio de los difuntos. Visitando al principal cementerio de Roma, me uno espiritualmente a quienes se dirigen en estos días a las tumbas de sus muertos en los cementerios del mundo entero.

Les deseo a todos una hermosa fiesta, en la alegría de ser parte de la gran familia de los santos. Y no se olviden de rezar por mi. 'Buon pranzo' y 'arrivederci'".


domingo, 26 de octubre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!
El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor por Dios y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para probar a Jesús (cfr 22,34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta : «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?»(v. 36). Jesús, citando el Libro del Deuteronomio, responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. 
Este es el más grande y el primer mandamiento» (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: «El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39). Este segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro del Levítico. Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos - el amor por Dios y el amor por el prójimo - revelando que son inseparables y complementarios, son las dos caras de una misma medalla. El Papa Benedicto nos ha dejado un bellísimo comentario sobre este tema en su primera Encíclica Deus caritas est (nn. 16-18).
En efecto, la señal visible que el cristiano puede mostrar para testimoniar al mundo el amor de Dios es el amor por los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca al vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.
Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios que es santo, comprendía también el deber de ocuparse de las personas más débiles como el forastero, el huérfano, la viuda (cfr Es 22,20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza, Él que une en sí mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.
A este punto, a la luz de la palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa del servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que encontramos. No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a sus heridas.
En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones - de los legalismos de ayer y de hoy - Jesús abre un claro que permite ver dos rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos, sino dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano, especialmente el más pequeño, frágil e indefenso, está presente la imagen misma de Dios.
De esta forma Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él nos dona su Espíritu, que nos permite amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso. Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don, para caminar en la ley del amor.

Saludos del Santo Padre después de la Oración Mariana:
Queridos hermanos y hermanas,
Ayer, en São Paulo en Brasil, ha sido proclamada Beata la Madre Assunta Marchetti, nacida en Italia, co-fundadora de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo - Scalabrinianas. Era una hermana ejemplar en el servicio a los huérfanos de los emigrantes italianos; ella veía a Jesús presente en los pobres, en los huérfanos, en los enfermos, en los emigrantes. Demos gracias al Señor por esta mujer, modelo de incansable trabajo misionero y de valerosa dedición en el servicio a la caridad. Este es un llamado, sobre todo la confirmación de lo que hemos dicho antes, acerca de buscar el rostro de Dios en el hermano y la hermana necesitados.
Saludo con afecto a todos los peregrinos provenientes de Italia y de los diferentes Países, iniciando por los devotos de la Virgen del Mar, de Bova Marina, en Reggio Calabria. Recibo con alegría a los fieles de Lugana en Sirmione, Usini, Portobuffolê, Arteselle, Latina e Guidonia; como también a aquellos de Losanna en Suiza, Marsella en Francia. Dirijo un saludo especial a la comunidad peruana de Roma, aquí presente con la sagrada Imagen, que veo del Señor de los Milagros. También saludo a los peregrinos de Schoenstatt, estoy viendo desde aquí la imagen de la Madre.
Les agradezco a todos y los saludo con afecto.
Por favor, no se olviden de rezar por mí. Les deseo buen domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!