miércoles, 26 de febrero de 2014

AUDIENCIA GENERAL, Miércoles 26 de febrero de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy las previsiones decían “lluvia” ¡y ustedes han venido lo mismo! ¡Tienen coraje!, ¿eh? ¡Felicitaciones! Hoy quisiera hablarles del Sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado era llamado “extrema unción”, porque se entendía como consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar en cambio de “Unción de los enfermos” nos ayuda a ampliar la mirada hacia la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.

Hay un ícono bíblico que expresa en toda su profundidad el misterio que se trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del buen samaritano, en el evangelio de Lucas (10,30-35). Cada vez que celebramos este Sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se acerca a la persona que sufre y está gravemente enfermo, o anciano. La parábola dice que el buen samaritano cuida del hombre sufriente derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en aquel que es bendecido por el Obispo cada año, en la Misa Crismal del Jueves Santo, justamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y que se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, la persona que sufre es confiada al dueño del albergue para que pueda continuar cuidando de ella, sin considerar los gastos. Entonces, ¿quién es este dueño del albergue? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a los cuales cada día el Señor Jesús nos confía a aquellos que están afligidos, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos continuar derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y su salvación.

Este mandato está confirmado de modo explícito y preciso en la epístola de Santiago – hemos escuchado - donde se recomienda: “Quién está enfermo, que llame a los presbíteros de la Iglesia para que ellos oren por él y lo unjan con aceite en el nombre del Señor. Y la oración que nace de la fe salvará al enfermo, el Señor lo aliviará y, si tuviera pecados, le serán perdonados” (5,14-15). Se trata por lo tanto de una praxis que estaba en uso ya en tiempos de los Apóstoles. Jesús, de hecho, ha enseñado a sus discípulos a tener su misma predilección por lo enfermos y por los sufrientes y les ha transmitido la capacidad y el deber de continuar derramando, en su nombre y según su corazón, alivio y paz, a través de la gracia especial de este Sacramento. Pero esto no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación.

Pero, es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque todo anciano, toda persona de más de 65 años puede recibir este Sacramento: es Jesús que se acerca. Pero cuando hay un enfermo se piensa: “Llamemos al cura, al sacerdote para que venga. No, no, porque trae mala suerte, entonces no, no lo llamamos” o “después se asustará el enfermo”. ¿Por qué? Porque existe un poco la idea que, cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después de él llega la pompa fúnebre: y eso no es verdad, ¡eh! El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano: por esto es tan importante la visita del sacerdote a los enfermos. Llamarlo: “hay un enfermo, venga, dele la unción, bendígalo”.

 Porque es Jesús que llega para aliviarlo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarlo. También para perdonarle los pecados. ¡Y esto es hermoso! Y no piensen que esto sea un tabú, porque siempre es hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad nosotros no estamos solos: el sacerdote y aquellos que están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo, con Jesús, se estrecha entorno a quien sufre y a los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho que, el que se hace presente en el Sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos, Él, y nos recuerda que ya le pertenecemos y que nada – ni siquiera el mal y la muerte – podrá nunca separarnos de Él. Pero tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote, porque a nuestros enfermos – no digo los enfermos de gripe, de tres, cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria – y también a nuestros ancianos, venga y les dé este Sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante.

¡Hagámoslo! Gracias.

domingo, 23 de febrero de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


Servidores, no patrones de la Iglesia
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En la segunda Lectura de este domingo, San Pablo afirma: “Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es suyo: ya sea Pablo, Apolo, Cefas (es decir, Pedro), el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es suyo; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios” (1 Cor 3,23).

¿Por qué dice esto el Apóstol? Porque el problema que el Apóstol se encuentra es el de las divisiones en la comunidad de Corinto, donde se habían formado grupos que se referían a los diversos predicadores considerándolos jefes; decían: “Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas…” (1, 12). San Pablo explica que este modo de pensar está equivocado, porque la comunidad no pertenece a los apóstoles, sino que son ellos los que pertenecen a la comunidad; pero la comunidad, toda entera, ¡pertenece a Cristo!

De esta pertenencia deriva que en las comunidades cristianas – diócesis, parroquias, asociaciones, movimientos – las diferencias no pueden contradecir el hecho de que todos, por el Bautismo, tenemos la misma dignidad: todos, en Jesucristo, somos hijos de Dios. Y ésta es nuestra dignidad: en Jesucristo somos hijos de Dios. Aquellos que han recibido un ministerio de guía, de predicación, de administrar los Sacramentos, no deben considerarse propietarios de poderes especiales, sino ponerse al servicio de la comunidad, ayudándola a recorrer con alegría el camino de la santidad.

Hoy la Iglesia encomienda el testimonio de este estilo de vida pastoral a los nuevos Cardenales, con quienes celebré esta mañana la Santa Misa. Podemos saludar todos a los nuevos cardenales con un aplauso, ¡saludémoslos a todos!.

El Consistorio de ayer y la Celebración Eucarística de hoy nos han ofrecido una ocasión preciosa para experimentar la catolicidad, la universalidad de la Iglesia, bien representada por la variada procedencia de los miembros del Colegio Cardenalicio, reunidos en estrecha comunión en torno al Sucesor de Pedro. Y que el Señor nos dé la gracia de trabajar por la unidad de la Iglesia, de construir esta unidad, porque la unidad es más, más importante que los conflictos. La unidad de la Iglesia está en Cristo. Los conflictos son problemas que no siempre son “de Cristo”.

¡Que los momentos litúrgicos y de fiesta, que hemos tenido la oportunidad de vivir en el curso de las últimas dos jornadas, refuercen en todos nosotros la fe, el amor por Cristo y por su Iglesia! También los invito a sostener a estos Pastores y a asistirlos con la oración, a fin de que guíen siempre con celo al pueblo que les ha sido encomendado, mostrando a todos la ternura y el amor del Señor.

Pero, ¡cuánta necesidad de oración tiene un Obispo, un Cardenal, un Papa, para que pueda ayudar a seguir adelante al pueblo de Dios! Digo “ayudar”, es decir, servir al pueblo de Dios. Porque la vocación del Obispo, del Cardenal y del Papa es, justamente, ésta: ser servidor, servir en nombre de Cristo. Recen por nosotros para que todos seamos buenos servidores, buenos “servidores” no buenos “patrones”.

Todos juntos, Obispos, presbíteros, personas consagradas y fieles laicos debemos ofrecer el testimonio de una Iglesia fiel a Cristo, animada por el deseo de servir a los hermanos y dispuesta a salir al encuentro con coraje profético de las expectativas y exigencias espirituales de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. Que la Virgen nos acompañe y nos proteja en este camino.

domingo, 16 de febrero de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas: El Evangelio de este domingo forma parte todavía del llamado "Sermón de la Montaña", la primera gran predicación de Jesús. Hoy el tema es la actitud de Jesús con respecto a la Ley judía. Él dice: " No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5:17). Así que Jesús no quiere cancelar los mandamientos que el Señor dio por medio de Moisés, sino que quiere llevarlos a su plenitud. E inmediatamente después añade que este "cumplimiento" de la Ley requiere una justicia superior, una observancia más auténtica. Y de hecho dice a sus discípulos: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos " (Mt 05:20).

¿Pero qué significa este "pleno cumplimiento" de la ley? ¿Y en qué consiste esta justicia superior? El mismo Jesús nos responde con algunos ejemplos, comparando La antigua ley con lo que Él nos dice. Comienza desde el quinto mandamiento del Decálogo: “Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás"; pero yo les digo que todo aquel que se enoja contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal". (vv. 21-22). Con esto, Jesús nos recuerda que ¡también las palabras pueden matar! Por lo tanto, no sólo no se debe atentar contra la vida de los demás, sino tampoco derramar sobre él el veneno de la ira y golpearlo con la calumnia. Jesús propone a los que siguen la perfección del amor: un amor cuya única medida es no tener medida, ir más allá de todo cálculo. El amor al prójimo es una actitud tan fundamental que Jesús llega a afirmar que nuestra relación con Dios no puede ser sincera si no queremos hacer la paz con el prójimo: “Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, y ve antes a reconciliarte con tu hermano”. (vv. 23-24). Por esto estamos llamados a reconciliarnos con nuestros hermanos antes de mostrar nuestra devoción al Señor en la oración.  

De todo esto queda claro que Jesús no da importancia sólo a la observancia disciplinar y a la conducta externa. Él va a la raíz de la Ley, centrándose especialmente en la intención y por tanto en el corazón humano, donde se originan nuestras acciones buenas o malas. Para obtener un comportamiento bueno y honesto no son suficientes las normas jurídicas, sino que son necesarias motivaciones profundas, expresión de una sabiduría oculta, la Sabiduría de Dios, que se pueden recibir gracias al Espíritu Santo. Y nosotros, a través de la fe en Cristo, podemos abrirnos a la acción del Espíritu, que nos permite vivir el amor divino.
A la luz de esta enseñanza de Cristo, todos los mandamientos revelan su pleno significado como una exigencia de amor, y todos se reúnen en el gran mandamiento: amar a Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo.

Después del Ángelus  Saludo con afecto a todos los romanos y los peregrinos presentes, las familias, las parroquias, los jóvenes de tantos países del mundo.
En particular saludo a los numerosos fieles de la República Checa, que han acompañado a sus obispos en la visita ad Limina; y aquellos españoles provenientes de las Diócesis de Orihuela-Alicante, Jerez de la Frontera, Cádiz y Ceuta.Saludo a los grupos parroquiales de Calenzano, Aversa y Nápoles; aquellos de Santa María Regina Pacis en Ostia y de Sant’ Andrea Avellino en Roma; como también el Movimiento Juvenil Guanelliano, los muchachos del Movimiento Arcobaleno de Módena y la Coral Santo Stefano de Caorle.  Saludo también al grupo de militares italianos.

 ¡A todos les auguro un buen domingo y un buen almuerzo! ¡Hasta la vista!

miércoles, 12 de febrero de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!: 

 En la última catequesis destaqué como la Eucaristía nos introduce en la comunión real con Jesús y su misterio. Ahora podemos hacernos algunas preguntas sobre la relación entre la Eucaristía que celebramos y nuestra vida como iglesia y como cristianos individuales ¿Cómo vivimos nosotros la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la Misa, cuando vamos a Misa los domingos? ¿Es sólo un momento de fiesta? ¿Es una tradición bien establecida, que se hace? ¿Es una ocasión para encontrarnos o para sentirnos bien, o es algo más? Hay señales muy específicas para averiguar cómo vivir esto. Cómo vivimos la Eucaristía. 

Señales que nos dicen si vivimos la Eucaristía bien, o no la vivimos tan bien… El primer indicador es la manera en que vemos y consideramos a los demás. En la Eucaristía, Cristo siempre actualiza el don de sí mismo que él hizo en la Cruz. Toda su vida es un acto de total compartir, darse por amor; por eso Él amaba estar con sus discípulos y las personas que conocía. Esto significaba para Él compartir sus deseos, sus problemas, le conmovían sus almas y sus vidas.

Ahora, cuando nosotros participamos en la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y ricos; originario del lugar y extranjeros; en compañía de familiares o solos… ¿Pero la Eucaristía que celebro, me lleva a sentirlos de verdad a todos, como hermanos y hermanas? ¿Crece en mí la capacidad de alegrarme con los que están alegres y de llorar con los que lloran? ¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?
Todos vamos a misa porque amamos a Jesús y queremos compartir su Pasión y su Resurrección en la Eucaristía ¿Pero amamos, como Jesús quiere que amemos a aquellos hermanos y hermanas necesitados? Por ejemplo, en Roma, en estos días, hemos visto muchos problemas sociales, o por la lluvia que ha causado tantos daños a barrios enteros, o por la falta de trabajo ante esta crisis social en todo el mundo… Me pregunto, todos preguntémonos: “Yo, que voy a misa, ¿cómo vivo esto? ¿Me preocupo de ayudar, de acercarme, de rezar por ellos, que no tienen este problema? ¿O soy un poco indiferente? O tal vez me preocupo de chismorrear: “¿Viste cómo iba vestida aquella, como iba vestido aquél?”….

A veces se hace esto después de la misa, ¿o no? ¡Se hace! ¡Y esto no se debe hacer! Debemos preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que tienen una necesidad, una enfermedad, un problema. Pensemos – ¡nos hará bien a hacerlo hoy! – en estos hermanos y hermanas que tienen problemas hoy aquí, en Roma, problemas por la lluvia, por esta tragedia de la lluvia, por los problemas sociales del trabajo y pidamos a Jesús, este Jesús que recibimos en la Eucaristía, que nos ayude a ayudarlos.

Un segundo indicador, muy importante, es la gracia de ser perdonados y perdonar. A veces alguien pregunta: “¿Por qué hay que ir a la iglesia, si los que participan regularmente en la Misa son pecadores como los demás?”. ¡Cuántas veces hemos oído esto! En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque cree o quiere aparentar más que los demás, sino porque se reconoce siempre con la necesidad de ser aceptado y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. ¡Si cada uno de nosotros no se siente con la necesidad de la misericordia de Dios, no se siente un pecador, es mejor que no vaya a misa! Porque vamos a Misa, porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús, participar en su redención, en su perdón. ¡Ese “confieso”, que decimos al principio no es algo “formal”, es un verdadero acto de penitencia! ¡Yo soy pecador y confieso! Así da inicio la Misa. No debemos olvidar nunca que la Última Cena de Jesús tuvo lugar “la noche en que fue traicionado” (1 Cor 11,23).

En el pan y el vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Debemos ir a Misa humildemente, como pecadores y el Señor nos reconciliará.

Un último y valioso indicador nos lo ofrece la relación entre la celebración eucarística y la vida de nuestras comunidades cristianas. Debemos tener siempre presente que la Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una conmemoración nuestra de lo que Jesús dijo e hizo. No ¡Es propiamente una acción de Cristo! ¡Es Cristo quien los realiza, que está en el altar! Y Cristo es el Señor. Es un don de Cristo, que se hace presente y nos reúne en torno a Él, para alimentarnos con su Palabra y con su vida. Esto significa que la misión y la misma identidad de la Iglesia fluyen a partir de ahí, de la Eucaristía, y allí siempre toman forma. Una celebración puede llegar a ser impecable en términos de apariencia, hermosísima, pero si no nos lleva al encuentro con Jesús, puede que no comporte ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio, Cristo quiere entrar en nuestra existencia e impregnarla de su gracia, para que en cada comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida: esta coherencia entre liturgia y vida.


El corazón se llena de fe y de esperanza, pensando en las palabras de Jesús recogidas en el Evangelio: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. (6, 54). Vivamos la Eucaristía con espíritu de fe y de oración, de perdón, de penitencia, de alegría en común, de preocupación por las necesidades de tantos hermanos y hermanas, con la certeza de que el Señor cumplirá lo que ha prometido: ¡la vida eterna! Así sea.

domingo, 9 de febrero de 2014

ÁNGELUS PADRE FRANCISCO, Domingo, 09 de febrero 2014

              Hermanos y hermanas, buenos días!
En el Evangelio de este domingo, que viene inmediatamente después de las Bienaventuranzas, Jesús dice a sus discípulos: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" ( Mt. 5:13-14). Esto nos sorprende un poco ", si pensamos en los que tenían antes, cuando Jesús dijo estas palabras. ¿Quiénes fueron los discípulos? Eran pescadores, gente sencilla... Pero Jesús los mira con los ojos de Dios, y su declaración se entiende simplemente como resultado de las Bienaventuranzas. Quiere decir: si usted es pobre en espíritu, si va a ser leve, si eres puro de corazón, si se quiere ser misericordioso... serás la sal de la tierra y luz del mundo!

Para comprender mejor estas imágenes, tenga en cuenta que la ley judía prescribe para poner un poco de sal sobre cada oferta presentada a Dios como una señal del pacto. La luz, entonces, de que Israel era el símbolo de la revelación mesiánica que triunfa sobre las tinieblas del paganismo. Los cristianos, el nuevo Israel, reciben una misión contra todos los hombres con la fe y la caridad pueden guiar, consagrar, hacer fructífera la humanidad. Todos los cristianos bautizados son discípulos y misioneros están llamados a convertirse en un Evangelio vivo en el mundo: con una vida santa dará "sabor" a diferentes ambientes y se defiende de la corrupción, como la sal, y llevar la luz de Cristo a través del testimonio de una auténtica caridad. Pero si nosotros, los cristianos pierden sabor y apagar nuestra presencia de la sal y de la luz, se pierde eficacia. Pero, ¿quién es esta hermosa misión de dar a luz para el mundo! Es una misión que tenemos. Es s hermoso! También "muy agradable de mantener la luz que hemos recibido de Jesús, protegerlo, conservarlo. El cristiano debe ser una persona brillante, que trae la luz, que siempre da luz! Una luz que no es suyo, sino que es don de Dios, pues es don de Jesús nos trae esta luz. Si los cristianos fuera de esta luz, su vida no tiene sentido: es un cristiano sólo de nombre, que no conduce a la luz, una vida sin sentido. Pero me gustaría preguntarte ahora, ¿cómo te gustaría vivir? Como una lámpara de encendido o apagado, como una lámpara? Dentro o fuera? ¿Cómo te gustaría vivir? [La gente responde: ¡Luces!] Lámpara encendida! Es sólo que Dios nos da esta luz y dar a los demás. Lámpara en! Esta es la vocación cristiana.

Después del Ángelus

El día después de mañana, 11 de febrero, celebraremos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes y la Jornada Mundial del Enfermo, vivirá. Es una buena oportunidad para poner en el centro del pueblo de la comunidad enfermos. Oremos por ellos y con ellos, estar cerca de ellos.malato para esta Jornada se inspira en una expresión de san Juan: La fe y la caridad: "También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3:16);En particular, podemos imitar la actitud de Jesús hacia los enfermos, enfermos de todo tipo: el Señor se encarga de todo el mundo comparte su sufrimiento y abre el corazón a la esperanza.

También creo que de todos los trabajadores de la salud, que valioso trabajo que hacer! Muchas gracias por su valioso trabajo. Se reúnen todos los días en los enfermos no sólo de cuerpos marcados por la fragilidad, pero el pueblo, que brindan atención y las respuestas apropiadas. La dignidad de la persona nunca se reduce a su facultad o capacidad, y no termina cuando la persona misma es débil, los discapacitados y necesitados de ayuda. También creo que las familias, en las que es normal a cuidar de los que están enfermos, pero a veces las situaciones pueden ser más pesados. Mucha gente me escribe, y hoy me gustaría asegurar una oración por todas las familias, y les digo: no tengáis miedo de la fragilidad! No tenga miedo de la fragilidad! Ayudar a otros en amor, y usted se sentirá la presencia reconfortante de Dios. La actitud generosa hacia los enfermos y el cristiano es la sal de la tierra y luz del mundo. Que la Virgen María nos ayude a practicarlo, y obtener paz y consuelo a todos los que sufren.

En estos días se llevan a cabo en Sochi, Rusia, los Juegos Olímpicos de Invierno. Me gustaría extender mi saludo a los organizadores ya todos los atletas, con la esperanza de que se trata de una verdadera fiesta del deporte y la amistad.

Saludo a todos los peregrinos presentes hoy, familias, grupos religiosos y asociaciones. En particular, saludo a los profesores y estudiantes de Inglaterra y el grupo de teólogos cristianos de diferentes países europeos, en Roma para una reunión de estudio; feligreses de Santa María Inmaculada y de San Vicente de Paul en Roma, aquellos que vinieron de Leapfrog y Montecarelli en Mugello, y el Affi se hundan, el Alivio de la Comunidad, y de la Scuola di San Luca.
Rezo por aquellos que están sufriendo daños y perturbaciones a causa de desastres naturales, en muchos países - incluso aquí en Roma - se cierran. La naturaleza nos desafía a ser simpático y atento a la protección de la creación, incluso evitar, en la medida de lo posible, las consecuencias más graves.

Y antes de irse, me acuerdo de la pregunta que le pregunté: lámpara encendida o apagado de la lámpara? ¿Qué quieres? Dentro o fuera? El cristiano trae la luz! Es una lámpara encendida! Siempre por delante, con la luz de Jesús!

Les deseo a todos un buen domingo y una buena comida. ¡Adiós!

miércoles, 5 de febrero de 2014

Audiencia General del Papa Francisco,5 de febrero de 2014


Queridos hermanos y hermanas,
¡Buenos días! ¡Buenos días aunque no buen día! ¡Qué día más feo! Hoy os hablaré de la Eucaristía.
La Eucaristía se coloca en el corazón de la “iniciación cristiana”, junto al Bautismo y a la Confirmación y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este Sacramento del amor, de hecho, surge todo camino auténtico de fe, de comunión y de testimonio.

Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, nos hace intuir lo que vamos a vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que es una mesa, cubierto por un mantel y nos recuerda a un banquete. Sobre la mesa hay una cruz, que indica que sobre este altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él la comida espiritual que allí se recibe, bajo el signo del pan y del vino. Al lado de la mesa está el ambón, es decir el lugar desde el que se proclama la Palabra de Dios: esto indica que allí nos reunimos para escuchar al Señor que nos habla mediante las Sagradas Escrituras y por tanto el alimento que se recibe es también su Palabra.

Palabra y Pan en la Misa se convierten en una única cosa, como en la Última Cena, cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que había hecho, se condensaron en el gesto de partir el pan y de ofrecer el cáliz, anticipo del sacrificio de la cruz, y en aquellas palabras: “Tomad, comed, este es mi cuerpo… Tomad bebed, esta es mi sangre”.

El gesto de Jesús, cumplido en la Última Cena es el extremo agradecimiento al Padre por su amor, por su misericordia. “Agradecimiento” en griego se dice “eucaristía”. Es el supremo agradecimiento al Padre, que nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo por amor. He aquí la razón de que el término “eucaristía”, resume todo el gesto, que es el gesto de Dios y del hombre unidos, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

Por tanto, la celebración eucarística es más que un simple banquete: es el memorial de la Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. “Memorial” no significa solo el recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este Sacramento participamos en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La Eucaristía constituye la cima de la acción salvífica de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vierte sobre nosotros toda su misericordia y su amor, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia, y el modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Y por esto comúnmente, cuando nos acercamos a este Sacramento, se dice que “recibimos la Comunión”, “hacemos la Comunión”: esto significa que en la potencia del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de un modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celeste, donde con todos los Santos, tendremos la alegría inimaginable de contemplar a Dios cara a cara.

Queridos amigos, ¡no agradeceremos nunca suficientemente al Señor por el don que nos ha hecho con la Eucaristía! ¡Es un don tan grande! Y por esto es muy importante ir a Misa los domingos. Ir a Misa no solo para rezar sino para recibir la comunión, este pan que es el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre ¡Es bello hacer esto! Y todos los domingos vamos a Misa porque es el día de la Resurrección del Señor, por esto el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía sentimos la pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo.

Y nunca terminaremos de acoger todo su valor y riqueza. Pidámosle que este Sacramento pueda continuar manteniendo viva en la Iglesia su presencia y plasmar nuestras comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre. Y esto se hace durante toda la Vida pero se empieza el día de la Primera Comunión. Es importante que los niños se preparen bien para la Primera Comunión y que ningún niño se quede sin hacerla. Porque es el primer paso de esta pertenencia a Jesucristo fuerte, fuerte después del Bautismo y la Confirmación.
¡Gracias!

Resume de las palabras del Papa en español durante la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Nuestra catequesis de hoy está centrada en la Eucaristía, corazón de la iniciación cristiana y fuente de la vida de la Iglesia. Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Misa, nos ayuda a introducirnos en el Misterio. En el centro encontramos el altar, una mesa preparada, que nos hace pensar en un banquete. Sobre la mesa, hay una cruz, para indicarnos que en ese altar se ofrece el sacrificio de Cristo: Él es el alimento que recibimos bajo las especies del pan y del vino. Y junto a la mesa, está el ambón, desde donde se proclama la Palabra de Dios, mediante la que el Señor nos habla.

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, realiza el memorial de la Pascua del Señor, en el que Cristo se hace misteriosamente presente y nosotros podemos participar, “comulgar”, en su pasión, muerte y resurrección. Así, la Eucaristía nos configura de modo único y profundo con Jesús, renovando nuestro corazón, nuestra existencia y nuestra relación con Él y con los hermanos, y nos hace pregustar la comunión con el Padre en el banquete del Reino de los cielos. Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y otros países latinoamericanos. Pidamos que la celebración de la Eucaristía mantenga siempre viva a la Iglesia, y haga que nuestras comunidades se distingan por la caridad y la comunión.
Muchas gracias.

domingo, 2 de febrero de 2014

ÁNGELUS PADRE FRANCISCO Domingo, 02 de febrero 2014

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Hoy celebramos la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. Esta fecha también se celebra el Día Mundial de la Vida Consagrada, que recuerda la importancia de que la Iglesia de los que habían oído la llamada a seguir a Jesús de cerca en el camino de los consejos evangélicos. El evangelio de hoy narra que, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, María y José llevaron al niño al templo para consagrar y ofrecerlo a Dios, como lo exige la ley judía. Este episodio evangélico es también un icono de la donación por parte de aquellos que, por un don de Dios, tomando los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente.

Esto sí mismos ofrecen a Dios se refiere a todos los cristianos, porque todos estamos consagrados a Él por medio del bautismo. Todos estamos llamados a ofrecernos al Padre con Jesús y como Jesús, haciendo un generoso regalo de nuestra vida, en la familia, en el trabajo, en el servicio a la Iglesia, en las obras de misericordia. Sin embargo, esta consagración se vive de una manera particular por las religiosas, religiosos, laicos consagrados, que pertenecen a la profesión de los votos a Dios plena y exclusivamente. Esta membresía permite el Señor a los que viven de una manera auténtica de ofrecer un testimonio especial al Evangelio del Reino de Dios, totalmente consagrada a Dios, estoy totalmente entregado a los hermanos, para llevar la luz de Cristo, donde se encuentran la oscuridad más densa, y difundir su esperanza en los corazones descorazonados.

Las personas consagradas son un signo de Dios en las diferentes áreas de la vida, son un fermento para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, son profecía de compartir con los pobres y los pequeños. Así entendida y vivida, la vida consagrada parece que lo que realmente es: es un don de Dios, un don de Dios a la Iglesia, un don de Dios a su pueblo! Cada persona consagrada es un don para el pueblo de Dios en el camino. Hay tanta necesidad de estas presencias, que fortalecen y renuevan el compromiso de la difusión del Evangelio, la educación cristiana, la caridad hacia los necesitados, de la oración contemplativa, el compromiso de la formación humana, la formación espiritual de los jóvenes, familias, un compromiso con la justicia y la paz en la familia humana.Pero creemos que un poco de "qué pasaría si no hubiera hospitales hermanas, hermanas de las misiones, las monjas de la escuela. Pero pensar en una Iglesia sin las hermanas! Usted no puede pensar que son este regalo, esta levadura que da a luz al pueblo de Dios son estas grandes mujeres que dedican su vida a Dios, que llevan el mensaje de Jesús.

La Iglesia y el mundo necesita este testimonio del amor y la misericordia de Dios los hombres, los religiosos y las religiosas son una prueba de que Dios es bueno y misericordioso. Por lo tanto, es necesario para mejorar la experiencia de gratitud a la vida consagrada y profundizar en el conocimiento de los diferentes carismas y espiritualidad. Debemos orar porque tantos jóvenes a responder "sí" al Señor, que los llama a consagrarse totalmente a Él para el servicio desinteresado a los hermanos, consagrar su vida a servir a Dios y al prójimo.

Por todo ello, como ya se ha anunciado, el próximo año se dedicará de manera especial a la vida consagrada.Encomendamos esta iniciativa en estos momentos a la intercesión de la Virgen María y San José, que, como los padres de Jesús, fueron los primeros en ser consagrado a Él, y para consagrar sus vidas a Él

Después del Ángelus
Saludo a las familias, las parroquias, las asociaciones y todos los peregrinos que habían venido de Roma, Italia, y muchas partes del mundo. En particular, saludo a los estudiantes de español en Villafranca de los Barros y Zafra, los devotos de la Santísima Stephen Bellesini de Verona, los fieles de Taranto, los coros de Turriff, Módena y de la provincia de Taranto.
Hoy se celebra en el Italian Pro-Life Day , cuyo tema es "Crear el futuro." Extiendo mi saludo y mi aliento a las asociaciones, movimientos y centros culturales que participan en la defensa y promoción de la vida. Me uno a los obispos italianos en reiterando que "todo niño es el rostro del Señor, amante de la vida, un regalo para la familia y para la sociedad" ( Mensaje para la Jornada Nacional por la Vida XXXVI ). Cada uno, a su función y en su propio campo, se siente llamado a amar y servir a la vida, aceptarla, respetarla y promoverla, especialmente cuando es frágil y necesita atención y cuidados, desde el seno materno hasta su fin en esta tierra.

Saludo al cardenal vicario y de los que trabajan en la diócesis de Roma para la animación de la Jornada por la Vida.Expreso mi agradecimiento a los miembros de la facultad que, en esta ocasión, dieron a luz a las conferencias sobre temas de actualidad relacionados con el nacimiento. Muchas gracias.

Mi pensamiento se dirige a las queridas poblaciones de Roma y la Toscana, afectadas por las lluvias que han causado inundaciones y inondazioni.Non perderte estos hermanos, que están en aflicción, nuestra solidaridad concreta y nuestra oración. Queridos hermanos y hermanas, que están tan cerca!

Les deseo a todos un buen domingo y una buena comida. ¡Adiós!