miércoles, 29 de abril de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas:
nuestra reflexión sobre el diseño originario de Dios sobre la pareja hombre-mujer, después de haber considerado las dos narraciones del Libro del Génesis, se dirige ahora directamente a Jesús.

El evangelista Juan, al inicio de su Evangelio, narra el episodio de las bodas de Caná, donde estaban presentes la Virgen María y Jesús, con sus primeros discípulos. Jesús no solo participó en ese matrimonio, sino que “salvó la fiesta” con el milagro del vino. Por tanto, el primero de sus signos prodigiosos, con el que Él revela su gloria, lo cumplió en el contexto de un matrimonio, y fue un gesto de gran simpatía para esa familia naciente, solicitado por el cuidado maternal de María. Y esto nos hace recordar el libro del Génesis, cuando Dios terminó la obra de la creación y hace su obra maestra; la obra maestra es el hombre y la mujer. Y aquí precisamente Jesús comienza sus milagros, con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia: ¡el hombre y la mujer que se aman! ¡Ésta es la obra maestra!

Desde los tiempos de las bodas de Caná, muchas cosas han cambiado, pero ese “signo” de Cristo contiene un mensaje siempre válido.

Hoy no parece fácil hablar del matrimonio como de una fiesta que se renueva con el tiempo, en las distintas etapas de toda la vida de los cónyuges. Es un hecho que las personas que se casan son cada vez menos. Esto es un hecho: los jóvenes no quieren casarse. En muchos países aumentan sin embargo el número de las separaciones, mientras que disminuye el número de los hijos. La dificultad de permanecer juntos --tanto como pareja y como familia-- lleva a romper las uniones con mayor frecuencia y rapidez cada vez, y precisamente los hijos son los primeros que sufren las consecuencias. Pero pensemos que las primeras víctimas, las víctimas más importantes, las víctimas que sufren más en una separación son los hijos. Si se experimenta desde pequeños que el matrimonio es una unión “con tiempo determinado” inconscientemente se querrá así. De hecho, muchos jóvenes han sido llevados a renunciar al proyecto mismo de una unión irrevocable y de una familia duradera. Creo que debemos reflexionar con gran seriedad sobre el por qué tantos jóvenes “no quieren” casarse. Está la cultura de lo provisional, todo es provisional, no hay nada definitivo.

Esta es una de las preocupaciones que surgen a día de hoy: ¿por qué los jóvenes no quieren casarse?, ¿por qué a menudo prefieren una convivencia, y muchas veces “con responsabilidad limitada”?, ¿por qué muchos -- también entre los bautizados-- tienen poca confianza en el matrimonio y en la familia? Es importante tratar de entender, si queremos que los jóvenes puedan encontrar el camino justo a recorrer. ¿Por qué tienen poca confianza en la familia?

Las dificultades no son solo de carácter económico, si bien estas sean realmente serias. Muchos creen que el cambio sucedido en estos últimos decenios se ha puesto en marcha por la emancipación de la mujer. Pero tampoco es válido este argumento. ¡Pero esta es también una injuria! ¡No, no es verdad! Es una forma de machismo, que siempre quiere dominar a la mujer. Hacemos el papelón que hizo Adán, cuando Dios le dijo: “¿Pero por qué has comido la fruta?” Y él: “Ella me la dio”. Es culpa de la mujer. ¡Pobre mujer! ¡Debemos defender a las mujeres, eh!

En realidad, casi todos los hombres y las mujeres quisieran una seguridad afectiva estable, un matrimonio sólido y una familia feliz. La familia está en la cima de todos los niveles de satisfacción entre los jóvenes; pero, por miedo a equivocarse, muchos no quieren ni siquiera pensarlo; aún siendo cristianos, no piensan en el matrimonio sacramental, signo único e irrepetible de la alianza, que se convierte en testimonio de la fe. Quizá precisamente este miedo de equivocarse es el obstáculo más grande para acoger la palabra de Cristo, que promete su gracia a la unión conyugal y a la familia.

El testimonio más persuasivo de la bendición del matrimonio cristiano es la vida buena de los esposos cristianos y de la familia. ¡No hay mejor forma para mostrar la belleza del sacramento! El matrimonio consagrado a Dios cuida esa unión entre el hombre y la mujer que Dios ha bendecido desde la creación del hombre; y es fuente de paz y de bien para toda la vida conyugal y familiar. Por ejemplo, en los primeros tiempos del cristianismo, esta gran dignidad de la unión entre el hombre y la mujer derrotó un abuso que hasta entonces era normal, es decir, el derecho de los maridos de repudiar a las mujeres, también con los motivos más engañosos y humillantes. El evangelio de la familia, el evangelio que anuncia este sacramento ha vencido esta cultura de repudio habitual.
La semilla cristiana de la igualdad radical entre los cónyuges debe hoy llevar nuevos frutos. El testimonio de la dignidad social del matrimonio se hará persuasivo precisamente por este camino, el camino del testimonio que atrae, de la reciprocidad del hombre y complementariedad en el hombre.

Por esto como cristianos, debemos hacernos más exigentes al respecto. Por ejemplo: apoyar con decisión el derecho a la igual retribución por el igual trabajo. ¿Por qué se da por hecho que las mujeres deben ganar menos? No. ¡El mismo derecho! ¡La disparidad es un escándalo! Al mismo tiempo, reconocer como riqueza siempre válida la maternidad de la mujer y la paternidad de los hombres, a beneficio sobre todo de los niños. Igualmente la virtud de la hospitalidad de las familias cristianas reviste hoy una importancia crucial, especialmente en las situaciones de pobreza, de degradación, de violencia familiar.
Queridos hermanos y hermanas, ¡no tengamos miedo de invitar a Jesús a la fiesta de la boda! ¡Y también a su Madre María! Los cristianos, cuando se casan “en el Señor”, son transformados en un signo eficaz del amor de Dios. Los cristianos no se casan solo por sí mismos: se casan en el Señor en favor de toda la comunidad, de toda la sociedad.

De esta bella vocación del matrimonio cristiano, hablaré también en la próxima catequesis.

Principio del formulario


Festividad de Catalina de Siena, copatrona de Europa

Catequesis que el Papa Benedicto XVI pronunció durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI con peregrinos procedentes de todo el mundo.
Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablaros de una mujer que ha tenido un papel eminente en la historia de la Iglesia. Se trata de santa Catalina de Siena. El siglo en que vivió – el decimocuarto – fue una época difícil para la vida de la Iglesia y para todo el tejido social en Italia y en Europa. Con todo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su Pueblo, suscitando Santos y Santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas y aún hoy nos habla y nos empuja a caminar con valor hacia la santidad para ser de forma cada vez más plena discípulos del Señor.

Nacida en Siena, en 1347, en una familia muy numerosa, murió en su ciudad natal en 1380. A la edad de 16 años, impulsada por una visión de santo Domingo, entró en la Orden Terciaria Dominica, en la rama femenina llamada Mantellate  [llamadas así por llevar un manto negro, n.d.t.]. Permaneciendo con la familia, confirmó el voto de virginidad que había hecho de forma privada cuando era aún adolescente, se dedicó a la oración, a la penitencia, a las obras de caridad, sobre todo en beneficio de los enfermos.

Cuando la fama de su santidad se difundió, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual hacia toda categoría de personas: nobles y hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas consagradas, eclesiásticos, incluido el papa Gregorio XI, que en aquel periodo residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a volver a Roma. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados: también por este motivo el Venerable Juan Pablo II la quiso declarar Copatrona de Europa: para que el Viejo Continente no olvide nunca las raíces cristianas que están en la base de su camino y siga tomando del Evangelio los valores fundamentales que aseguran la justicia y la concordia.

Catalina sufrió mucho, como muchos Santos. Alguno pensó incluso que había que desconfiar de ella hasta el punto de que en 1374, seis años antes de su muerte, el capítulo general de los Dominicos la convocó a Florencia para interrogarla. Le pusieron al lado a un fraile docto y humilde, Raimundo de Capua, futuro Maestro General de la Orden. Convertido en su confesor y también en su “hijo espiritual”, escribió una primera biografía completa de la Santa. Fue canonizada en 1461.

La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y a escribir cuando era ya adulta, está contenida en el Diálogo de la Divina Providencia o bien Libro de la Divina Doctrina, una obra maestra de la literatura espiritual, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones. Su enseñanza está dotada de una riqueza tal que el Siervo de Dios Pablo VI, en 1970, la declaró Doctora de la Iglesia, título que se añadía al de Copatrona de la Ciudad de Roma, por voluntad del Beato Pío IX, y de Patrona de Italia, por decisión del Venerable Pío XII.

En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: “Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.

Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “…no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gal 2,20).

Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión. También Catalina pertenece a este grupo de santos eucarísticos con la que quise concluir mi Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis (cfr n. 94). Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para nutrir nuestro camino de fe, revigorizar nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a Él.

Alrededor de una personalidad tan fuerte y auténtica se fue construyendo una verdadera y auténtica familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven mujer de elevadísimo nivel de vida, y quizás impresionadas también por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser guiados espiritualmente por Catalina. La llamaban “mamá”, pues como hijos espirituales tomaban de ella la nutrición del espíritu.

También hoy la Iglesia recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de tantas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, refuerzan la fe de la gente y orientan la vida cristiana hacia cimas cada vez más elevadas. “Hijo os digo y os llamo – escribe Catalina dirigiéndose a uno de sus hijos espirituales, el cartujo Giovanni Sabatini -, en cuanto que os doy a luz a través de continuas oraciones y deseo en presencia de Dios, así como una madre da a luz a su hijo” (Epistolario, Carta n. 141: A don Giovanni de’ Sabbatini). Al fraile dominico Bartolomeo de Dominici solía dirigirse con estas palabras: “Dilectísimo y queridísimo hermano e hijo en el dulce Jesucristo“.

Otro rasgo de la espiritualidad de Catalina está ligado al don de las lágrimas. Estas expresan una sensibilidad exquisita y profunda, capacidad de conmoción y de ternura. No pocos santos tuvieron el don de las lágrimas, renovando la emoción del mismo Jesús, que no reprimió ni escondió su llanto ante el sepulcro del amigo Lázaro y al dolor de María y de Marta, y a la vista de Jerusalén, en sus últimos días terrenos. Según Catalina, las lágrimas de los Santos se mezclan con la Sangre de Cristo, de la que ella habló con tonos vibrantes y con imágenes simbólicas muy eficaces: “Tened memoria de Cristo crucificado, Dios y hombre (…). Poneos por objetivo a Cristo crucificado, escondeos en las llagas de Cristo crucificado, ahogaos en la sangre de Cristo crucificado” (Epistolario, Carta n. 16:A uno cuyo nombre se calla).

Aquí podemos comprender por qué Catalina, aún consciente de las debilidades humanas de los sacerdotes, hubiese tenido siempre una grandísima reverencia por ellos: ellos dispensan, a través de los Sacramentos y la Palabra, la fuerza salvífica de la Sangre de Cristo. La Santa de Siena invitó siempre a los sagrados ministros, también al Papa, a quien llamaba “dulce Cristo en la tierra”, a ser fieles a sus responsabilidades, movida siempre y solo por su amor profundo y constante por la Iglesia. Antes de morir dijo: “Partiendo del cuerpo yo, en verdad, he consumido y dado la vida en la Iglesia y por la Iglesia Santa, lo cual me es de singularísima gracia” (Raimundo de Capua, S. Caterina da Siena, Legenda maior, n. 363).

De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En el Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente lanzado entre el cielo y la tierra. Está formado por tres escalones constituidos por los pies, el costado y la boca de Jesús. Elevándose a través de estos escalones, el alma pasa a través de las tres etapas de todo camino de santificación: el desapego del pecado, la práctica de las virtudes y del amor, la unión dulce y afectuosa con Dios.

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de santa Catalina a amar con valor, de forma intensa y sincera, a Cristo y la Iglesia. Hagamos nuestras para ello las palabras de santa Catalina que leemos en el Diálogo de la Divina Providencia, en la conclusión del capítulo que habla de Cristo-puente: “Por misericordia nos has lavado en la Sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh Loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (…) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti: a dondequiera que me vuelva a pensar, no encuentro sino misericordia” (cap. 30, pp. 79-80). Gracias.

domingo, 26 de abril de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Cuarto Domingo de Pascua, llamado “Domingo del Buen Pastor”, cada año nos invita a redescubrir, siempre con nuevo asombro, esta definición que Jesús ha dado de sí mismo, leyéndola a la luz de su pasión, muerte y resurrección. “El buen pastor ofrece la vida por las ovejas”: estas palabras se realizan plenamente cuando Cristo, obedeciendo libremente la voluntad del Padre, se ha inmolado en la Cruz. Entonces queda completamente claro qué significa que Él es “el buen pastor”: da la vida ha ofrecido su vida en sacrificio por nosotros. Por ti, por ti, por ti, por mí, por todos ¡Por eso es el buen pastor!

Cristo es el verdadero pastor, que realiza el modelo más alto de amor por el rebaño: Él dispone libremente de su vida, nadie se la quita, sino que la dona a favor de las ovejas. En abierta oposición a los falsos pastores, Jesús se presenta como el verdadero y único pastor del pueblo: el mal pastor piensa en sí mismo y explota a las ovejas; el pastor bueno piensa en sus ovejas y se dona a sí mismo. A diferencia del mercenario, Cristo pastor es un guía pensativo que participa en la vida de su rebaño, no busca otro interés, no tiene otra ambición que la de guiar, alimentar y proteger a sus ovejas. Y todo esto al precio más alto, el del sacrificio de la propia vida.

En la figura de Jesús, buen pastor, nosotros comtemplamos la Providencia de Dios, su preocupación paterna por cada uno de nosotros. La consecuencia de esta contemplación de Jesús Pastor verdadero y bueno, es la exclamación de asombro conmovido que encontramos en la segunda Lectura de la liturgia de hoy: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, mirad qué amor nos ha tenido el Padre, …” Es realmente un amor sorprendente y misterioso, porque donándonos Jesús como Pastor que da la vida por nosotros, ¡el Padre nos ha dado todo lo más grande y precioso que podía darnos! Es el amor más alto y más puro, porque no está motivado por ninguna necesidad, no está condicionado por ningún cálculo, no es atraído por ningún deseo de intercambio interesado. Frente a este amor de Dios, nosotros experimentamos una alegría inmensa y nos abrimos al reconocimiento por lo que hemos recibido gratuitamente.

Pero contemplar y dar gracias no basta. Es necesario también seguir al Buen Pastor. En particular, los que tienen la misión de guías en la Iglesia --sacerdotes, obispos, Papas-- están llamados a asumir no la mentalidad del líder sino la de siervo, imitando a Jesús, que despojándose de sí mismo, nos ha salvado con su misericordia. A este estilo de vida pastoral están llamados también los nuevos sacerdotes de la diócesis de Roma, que he tenido la alegría de ordenar esta mañana en la Basílica de San Pedro. Dos de ellos se asomarán para dar las gracias por vuestras oraciones y para saludaros.

María Santísima obtenga para mí, para los obispos y para los sacerdotes de todo el mundo la gracia de servir al pueblo santo de Dios mediante la alegre predicación del Evangelio, la sentida celebración de los sacramentos y la paciencia y mansa guía pastoral.

Queridos hermanos y hermanas:
deseo asegurar mi cercanía a la población golpeada por un fuerte terremoto en Nepal y en los países vecinos. Rezo por las víctimas, por los heridos y por todos aquellos que sufren por esta calamidad. Tengan el apoyo de la solidaridad fraterna y rezamos a la Virgen para que esté cerca de ellos.

Dios te salve María...
Hoy en Canadá será proclamada beata María Elisa Turgeon, fundadora de las Hermanas de Nuestra Señora del Santo Rosario de San Germán: una religiosa ejemplar, dedicada a la oración, a la enseñanza en los pequeños centros de su diócesis y a las obras de caridad. Damos las gracias al Señor por esta mujer, modelo de vida consagrada a Dios y de generoso compromiso al servicio del prójimo.

Saludo con afecto a todos los peregrinos procedente de Roma, de Italia y de varios países, en particular a los numerosos venidos de Polonia con ocasión del primer aniversario de la canonización de Juan Pablo II. Queridísimos, resuene siempre en vuestros corazones su llamada: “¡Abrid las puertas a Cristo!” que decía con esa voz fuerte y santa que él tenía. El Señor os bendiga y a vuestras familias y la Virgen os proteja. Saludo a los fieles de Budapest, Madrid, Burgos, Bratislava y El Cairo; como también a los de Trieste, Giovinazzo, Gorga, Gorlago, Pesaro, Lamezia Terme. Saludo a los jóvenes de Niscemi y Trezzano Rosa, y a los jóvenes de Casalpusterlengo y Codogno que van a renovar su profesión de fe.

Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


domingo, 19 de abril de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena por dos veces la palabra “testigos”. La primera vez, en los labios de Pedro: él, después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén, exclama: “Mataron al autor de la vida.

Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos”. La segunda vez es en los labios de Jesús resucitado: Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: “Ustedes son testigos de todo esto”. Los Apóstoles, que vieron con los propios ojos a Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.

Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no solo porque sabe reconstruir en modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque aquellos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida. 

El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continúa conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, por las vanidades, por el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la pregunta sobre la “resurrección” de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?
María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz”.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del Regina Coeli:
Regina coeli, laetare, alleluia...
Al concluir la plegaria, el Papa se refirió al naufragio de un viejo pesquero con centenares de inmigrantes ocurrido este domingo frente a las costas de Libia:
“Queridos hermanos y hermanas,
están llegando en estas horas noticias relativas a una nueva tragedia en las aguas del Mediterráneo. Una embarcación cargada de migrantes volcó la pasada noche a unas 60 millas de la costa libia y se teme que haya centenares de víctimas.

Expreso mi más sentido dolor ante tal tragedia y aseguro para los desaparecidos y sus familias mi recuerdo y mi oración. Dirijo un apremiante llamamiento para que la comunidad internacional actúe con decisión y rapidez para evitar que similares tragedias se repitan.

Son hombres y mujeres como nosotros, hermanos nuestro que buscan una vida mejor, hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras, buscan una vida mejor… Buscaban la felicidad…
Les invito a rezar en silencio antes y después todos juntos por estos hermanos y hermanas”.
Tras un momento de silencio, el Pontífice y los fieles presentes en la Plaza de San Pedro rezaron un Ave María:
Ave María…

A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Obispo de Roma:
“Dirijo un cordial saludo a todos ustedes, venidos de Italia y de tantas partes del mundo: a los peregrinos de la diócesis de San Andrés, en Brasil, a los de Berlín, Múnich y Colonia, a los estudiantes de Grafton (Australia) y a los de Sant Feliu de Llobregat (España). Saludo a los polacos de la diócesis de Rzeszów y manifiesto mi cercanía a los participantes en la “Marcha por la santidad de la vida” que se desarrolla en Varsovia, animando a defender y a promover siempre la vida humana.

Saludo a la Acción Católica de Formia, los fieles de Milán, Lodi, Limbiate y Torre Boldone (Bérgamo); a los chicos de Turín, Senigallia, Almenno San Salvatore, Villafontana y Grássina; a los jóvenes de Noventa Vicentina y Catania; al coro de Trecate y a los socios del Lions Club.

Un saludo especial al grupo de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, con ocasión de la actual Jornada Nacional de apoyo a este gran Ateneo. Es importante que pueda continuar para seguir formando a los jóvenes en una cultura que conjugue fe y ciencia, ética y profesionalidad”.

El Santo Padre dedicó también unas palabras a la exposición de la Sábana Santa de Turín:
“Hoy comienza en Turín la solemne ostensión de la sagrada Síndone. También yo, si Dios quiere, iré a venerarla el próximo 21 de junio. Espero que este acto de veneración nos ayude a todos a encontrar en Jesucristo el rostro misericordioso de Dios y nos ayude a reconocerlo en los rostros de los hermanos, especialmente en los que más sufren”.

Como de costumbre, Francisco concluyó su intervención diciendo:
“Por favor, no se olviden de rezar por mí. Les deseo a todos un buen domingo y ¡buen almuerzo!”

domingo, 12 de abril de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, buenos días: Hoy es el octavo día después de la Pascua, y el Evangelio de Juan también documenta las dos apariciones de Jesús resucitado a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo: la tarde de Pascua, ausente Tomás, y los próximos ocho días, esta Tomás. La primera vez, el Señor mostró las heridas de su cuerpo a los discípulos, hizo la señal de que sopla sobre ellos y les dijo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). Transmite a ellos su propia misión, con el poder del Espíritu Santo.

Pero esa noche le faltaba Tomás, que no quiso creer el testimonio de otros. "Si no veo y no tocar sus heridas - dijo - no creo" (Jn 20:25). Ocho días más tarde - es decir, al igual que hoy en día - Jesús vuelve a presentarse en medio de su gira y ahora a Tomás, invitándolo a tocar las heridas de sus manos y el costado. Cumple con su incredulidad, ya que, a través de los signos de la pasión, para llegar a la plenitud de la fe Pascua, que la fe en la resurrección de Jesús.

Tomás es uno que no está satisfecho y busca, tiene la intención de ver por sí mismos, hacer su propia experiencia personal. Tras una resistencia inicial y ansiedades, que finalmente llega a creer, a pesar de avanzar con dificultad, pero se trata de la fe. Jesús está esperando pacientemente y ofreciendo las dificultades e inseguridades de la recién llegada. El Señor proclama "bienaventurados" los que creen sin ver (cf. v. 29) - y la primera de ellas es María, su Madre - aunque también atiende a la necesidad del discípulo con incredulidad: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos ... "(v. 27). El contacto salvífico con las heridas del Señor Resucitado, Tomás manifiesta sus heridas, sus heridas, sus lágrimas, su humillación; la señal de los clavos es la prueba decisiva de que era amado, que se esperaba, se entendió. Se encuentra frente a un Mesías lleno de dulzura, la misericordia, la ternura. Ese fue el Señor quien lo estaba buscando en las profundidades secretas de su ser, porque él siempre había sabido que era tan. ¿Y cuántos de nosotros buscan en lo más profundo del corazón al encuentro de Jesús, como lo es: dulce, misericordioso, tierno! Porque sabemos que, en el fondo, que es así. Contacto personal encontrado con la amabilidad y la paciencia de Cristo misericordioso, Tomás incluye el profundo significado de la Resurrección y, transformados interiormente, declara su fe plena y completa en él, exclamando: "¡Señor mío y Dios mío" (V. 28). Hermosa, hermosa expresión, esta Tomás!

Él fue capaz de "tocar" el Misterio Pascual que manifiesta plenamente el amor salvador de Dios, rico en misericordia (cf. Ef 2,4). Y como Tomás también todos nosotros en este segundo domingo de Pascua, se nos invita a contemplar en las llagas de Cristo resucitado la Divina Misericordia, que sobrepasa todos los límites humanos y brilla en las tinieblas del mal y del pecado. Un tiempo intenso y prolongado para dar cabida a las inmensas riquezas del amor misericordioso de Dios será el próximo Jubileo extraordinario de la Misericordia, cuya bula de convocación promulgué última noche aquí, en la Basílica de San Pedro. Eso Bull comienza con las palabras "Misericordiae Vultus": la cara de la Misericordia es Jesucristo. Mantenemos un ojo en él, que siempre nos busca, nos espera, nos perdona; tan misericordioso, no tiene miedo de nuestras miserias. En sus heridas nos cura y perdona todos nuestros pecados. Y la Virgen María nos ayude a ser misericordiosos con los demás como Jesús está con nosotros.

Después del ANGELUS:
Queridos hermanos y hermanas,
Dirijo un cordial saludo a usted fieles de Roma y que vengo de tantas partes del mundo. Saludo a los peregrinos de la diócesis de Metuchen (EE.UU.), las Siervas del Niño Jesús de Croacia, las Hijas de la Divina Caridad, grupos parroquiales de Forli y Gravina di Puglia, y todos los niños y jóvenes presentes, en particular, alumnos de la escuela "Hijas de Jesús" en Modena, los candidatos de la confirmación "Liceo Verga" Adriano y Palestrina. Saludo a los peregrinos que asistieron a la misa celebrada por el cardenal vicario de Roma, en la iglesia de Santo Spirito in Sassia, centro de devoción a la Divina Misericordia. 

Saludo a las comunidades neocatecumenales de Roma, a partir de hoy una misión especial en las calles de la ciudad para rezar y dar testimonio de la fe.

Dirijo un cordial saludo a los fieles de las Iglesias de Oriente que, según su calendario, celebrar la Santa Pascua hoy. Me uno a la alegría de su anuncio de Cristo resucitado: Christos Anesti! Saludamos a nuestros hermanos de Oriente en este día de la Pascua, con aplausos, todo el mundo!

Dirijo un cordial saludo a los fieles armenios, que llegaron a Roma y asistieron a la Misa con la presencia de mis hermanos, los tres Patriarcas, y numerosos obispos.

En las últimas semanas he venido de todo el mundo tantos mensajes de saludos de Pascua. Con gratitud a todos ellos partes. Quiero agradecer a los niños, los ancianos, las familias, las diócesis, las parroquias y las instituciones religiosas y diversas asociaciones, que querían mostrarme afecto y cercanía. Y seguir orando por mí, por favor.

Les deseo a todos un buen domingo. Buena comida y adiós.

domingo, 5 de abril de 2015

BENDICIÓN URBI ET ORBI DEL PAPA FRANCISCO EN EL DOMINGO DE PASCUA


Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
Jesucristo ha resucitado.
El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la luz ha disipado la oscuridad.
Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria divina; se vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y muerte de cruz. Por esto Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del universo. Jesús es el Señor.

Con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la vida y la felicidad: esta vía es la humildad, que comporta la humillación. Este es el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla pueden ir hacia los «bienes de allá arriba», a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira «desde arriba hacia abajo», el humilde, «desde abajo hacia arriba».

La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que «inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.
El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer... Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.

Esto no es debilidad, sino autentica fuerza. Quién lleva en sí el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.
Imploremos al Señor resucitado la gracia de no ceder al orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor humilde del perdón y de la paz. Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de todos los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y las violencias que se están produciendo, son mucas.

Pedimos paz ante todo por Siria e Irak, para que cese el fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes grupos que conforman estos amados países. Que la comunidad internacional no permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria dentro de estos países y el drama de tantos refugiados.
Imploremos la paz para todos los habitantes de Tierra Santa. Que crezca entre israelíes y palestinos la cultura del encuentro y se reanude el proceso de paz, para poner fin a años de sufrimientos y divisiones.

Pidamos la paz para Libia, para que se acabe con el absurdo derramamiento de sangre por el que está pasando, así como toda bárbara violencia, y para que cuantos se preocupan por el destino del país se esfuercen en favorecer la reconciliación y edificar una sociedad fraterna que respete la dignidad de la persona. Y esperemos que también en Yemen prevalezca una voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población.
Al mismo tiempo, encomendemos con esperanza al Señor misericordioso el acuerdo alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno.

Supliquemos al Señor resucitado el don de la paz en Nigeria, Sudán del Sur y diversas regiones del Sudán y la República Democrática del Congo. Que todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante por aquellos que perdieron su vida ―y pienso muy especialmente en los jóvenes asesinados el pasado jueves en la Universidad de Garissa, en Kenia―, los que han sido secuestrados, los que han tenido que abandonar sus hogares y sus seres queridos.

Que la resurrección del Señor haga llegar la luz a la amada Ucrania, especialmente a los que han sufrido la violencia del conflicto de los últimos meses. Que el país reencuentre la paz y la esperanza gracias al compromiso de todas las partes interesadas.
Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas que ganan con la sangre de los hombres y las mujeres.

Y que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos hoy están de luto; y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la voz consoladora del Señor Jesús: «Paz a vosotros» (Lc 24,36). «No temáis, he resucitado y siempre estaré con vosotros» (cf. Misal Romano, Antífona de entrada del día de Pascua).