domingo, 28 de septiembre de 2014

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO EN LA SANTA MISA CON LOS ANCIANOS


¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

¡Gracias haber venido en tan gran número! Y gracias por su acogida festiva:
¡hoy es su fiesta, nuestra fiesta! Agradezco a monseñor Paglia y a todos los que la han preparado. También agradezco en especial la presencia del Papa Emérito Benedicto XVI. Tantas veces he dicho que me gusta tanto que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en casa ¡Gracias!

He escuchado los testimonios de algunos de ustedes, que presentan experiencias comunes a tantos ancianos y abuelos. Pero uno era diferente: el de los hermanos que vinieron desde Kara Qosh, escapando de una persecución violenta. ¡A todos ellos juntos les decimos "gracias" de forma especial! Es muy bello que ustedes hayan venido aquí hoy: es un don para la Iglesia. Y nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra oración y nuestra ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es inhumana, así como la que se comete contra los niños. ¡Pero Dios no los abandona, está con ustedes! Con su ayuda, ustedes son y seguirán siendo la memoria de su pueblo; y también para nosotros, para la gran familia de la Iglesia. ¡Gracias!

Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias, donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.

La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados ... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!

A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!

Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos ... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos - sean para los ancianos - y no para los intereses de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser "santuarios" de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!

Pero también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño hace a nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico "equilibrado", en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta cultura del descarte!

Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humano, más inclusiva, que no necesita descartar a los débiles de cuerpo y mente, aún más, una sociedad que mide su propio "paso" precisamente sobre estas personas.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
 
Continuamos hoy hablando de la Iglesia. Cuando profesamos nuestra fe, nosotros afirmamos que la Iglesia es “católica” y “apostólica”. Pero ¿cuál es, efectivamente, el significado de estas dos características de la Iglesia? ¿Y qué valores tienen para la comunidad cristiana y para cada uno de nosotros?
 
1.     Católica significa universal. Una definición completa y clara nos la ofrece uno de los Padres de la Iglesia, en los primeros siglos, San Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: “La Iglesia, sin duda, se llama católica, es decir universal, por el hecho de que está en todas partes, del uno al otro confín de la tierra; y porque abarca universalmente y sin defección todas las verdades que tienen que llegar al conocimiento de los hombres, ya sea de las cosas celestes, que las terrestres” (Catequesis XVIII, 23).
 
Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que esta habla todas las lenguas. Y esto no es otra cosa que el efecto de Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-13): es el Espíritu Santo, de hecho, el que hace que los Apóstoles y toda la Iglesia sean capaces de hacer llegar a todos, a los confines de la Tierra, la Bella Noticia de la Salvación y del amor de Dios.
 
La Iglesia nació católica, “sinfónica”, desde los orígenes y no puede dejar de ser católica, proyectada a la evangelización y al encuentro con todos.
 
La Palabra de Dios hoy se lee en todas las lenguas; todos tienen el Evangelio en su propia lengua, para leerlo. Vuelvo a decir lo mismo: es bueno que todos tengamos un evangelio pequeño, de bolsillo, al trabajo y durante la jornada poder leer una cita. ¡Esto nos hará bien!
 
El Evangelio está traducido a todas las lenguas para que la Iglesia anuncie a Jesucristo, Redentor a todo el mundo. Por eso se dice que la Iglesia es católica, es decir universal.
 
2.     Si la Iglesia nació católica, quiere decir que nació “en salida”, que nació misionera. Si los Apóstoles se hubiesen quedado en el Cenáculo, sin salir a predicar el Evangelio, la Iglesia sería sólo la Iglesia de ese pueblo, de esa ciudad, de ese Cenáculo.
 
Pero todos salieron por el mundo. Desde el momento del nacimiento de la Iglesia, desde el momento de la venida del Espíritu Santo, por eso la Iglesia nació “en salida”, es decir misionera.
 
Es lo que expresamos cuando la calificamos de apostólica. Porque el apóstol es el que trae la Buena Noticia de la Resurrección de Jesús.
 
Este término nos recuerda que la Iglesia se basa en los Apóstoles y está en continuidad con ellos, son los Apóstoles los que van y fundan nuevas Iglesias, nombran obispos y por eso en todo el mundo está en continuidad.
 
Todos nosotros estamos en continuidad con ese grupo de Apóstoles que recibió el Espíritu Santo y después ha ido “en salida” a predicar.
 
La Iglesia es enviada a llevar a todos los hombres el anuncio del Evangelio, acompañándolo con los signos de la ternura y de la potencia de Dios. También esto deriva del evento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, el que supera toda resistencia, vence la tentación de encerrarnos en sí mismos, entre los pocos elegidos, y de considerarse los únicos destinatarios de la bendición de Dios.

domingo, 14 de septiembre de 2014

SANTA MISA CON EL RITO DEL MATRIMONIO HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


La prima Lectura nos habla del camino del pueblo en el desierto. Pensemos en aquella gente en marcha, siguiendo a Moisés; eran sobre todo familias: padres, madres, hijos, abuelos; hombres y mujeres de todas las edades, muchos niños, con los ancianos que avanzaban con dificultad… Este pueblo nos lleva a pensar en la Iglesia en camino por el desierto del mundo actual, nos lleva a pensar en el Pueblo de Dios, compuesto en su mayor parte por familias.

Y nos hace pensar también en las familias, nuestras familias, en camino por los derroteros de la vida, por las vicisitudes de cada día… Es incalculable la fuerza, la carga de humanidad que hay en una familia: la ayuda mutua, la educación de los hijos, las relaciones que maduran a medida que crecen las personas, las alegrías y las dificultades compartidas… En efecto, las familias son el primer lugar en que nos formamos como personas y, al mismo tiempo, son los “adobes” para la construcción de la sociedad.

Volvamos al texto bíblico. En un momento dado, «el pueblo estaba extenuado del camino» (Nm 21,4). Estaban cansados, no tenían agua y comían sólo “maná”, un alimento milagroso, dado por Dios, pero que, en aquel momento de crisis, les parecía demasiado poco. Y entonces se quejaron y protestaron contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis sacado…?” (cf. Nm21,5). Es la tentación de volver atrás, de abandonar el camino.

Esto me lleva a pensar en las parejas de esposos que “se sienten extenuadas del camino”, del camino de la vida conyugal y familiar. El cansancio del camino se convierte en agotamiento interior; pierden el gusto del Matrimonio, no encuentran ya en el Sacramento la fuente de agua. La vida cotidiana se hace pesada, y muchas veces “da náusea”.
En ese momento de desorientación –dice la Biblia–, llegaron serpientes venenosas que mordían a la gente, y muchos murieron. Esto provocó el arrepentimiento del pueblo, que pidió perdón a Moisés y le suplicó que rogase al Señor que apartase las serpientes. Moisés rezó al Señor y Él dio el remedio: una serpiente de bronce sobre un estandarte; quien la mire, quedará sano del veneno mortal de las serpientes.

¿Qué significa este símbolo? Dios no acaba con las serpientes, sino que da un “antídoto”: mediante esa serpiente de bronce, hecha por Moisés, Dios comunica su fuerza de curación, fuerza de curación que es su misericordia, más fuerte que el veneno del tentador.

Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, se identificó con este símbolo: el Padre, por amor, lo ha “entregado” a Él, el Hijo Unigénito, a los hombres para que tengan vida (cf. Jn 3,13-17); y este amor inmenso del Padre lleva al Hijo, a Jesús, a hacerse hombre, a hacerse siervo, a morir por nosotros y a morir en una cruz; por eso el Padre lo ha resucitado y le ha dado poder sobre todo el universo. Así se expresa el himno de la Carta de San Pablo a los Filipenses (2,6-11). Quien confía en Jesús crucificado recibe la misericordia de Dios que cura del veneno mortal del pecado.

El remedio que Dios da al pueblo vale también, especialmente, para los esposos que, “extenuados del camino”, sienten la tentación del desánimo, de la infidelidad, de mirar atrás, del abandono… También a ellos Dios Padre les entrega a su Hijo Jesús, no para condenarlos, sino para salvarlos: si confían en Él, los cura con el amor misericordioso que brota de su Cruz, con la fuerza de una gracia que regenera y encauza de nuevo la vida conyugal y familiar.

El amor de Jesús, que ha bendecido y consagrado la unión de los esposos, es capaz de mantener su amor y de renovarlo cuando humanamente se pierde, se hiere, se agota. El amor de Cristo puede devolver a los esposos la alegría de caminar juntos; porque eso es el matrimonio: un camino en común de un hombre y una mujer, en el que el hombre tiene la misión de ayudar a su mujer a ser mejor mujer, y la mujer tiene la misión de ayudar a su marido a ser mejor hombre. Ésta es vuestra misión entre vosotros. “Te amo, y por eso te hago mejor mujer”; “te amo, y por eso te hago mejor hombre”.

 Es la reciprocidad de la diferencia. No es un camino llano, sin problemas, no, no sería humano. Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero así es la vida. Y en el marco de esta teología que nos ofrece la Palabra de Dios sobre el pueblo que camina, también sobre las familias en camino, sobre los esposos en camino, un pequeño consejo. Es normal que los esposos discutan. Es normal. Siempre se ha hecho. Pero os doy un consejo: que vuestras jornadas jamás terminen sin hacer las paces. Jamás. Basta un pequeño gesto. Y de este modo se sigue caminando.

 El matrimonio es símbolo de la vida, de la vida real, no es una “novela”. Es sacramento del amor de Cristo y de la Iglesia, un amor que encuentra en la Cruz su prueba y su garantía. Os deseo, a todos vosotros, un hermoso camino: un camino fecundo; que el amor crezca. Deseo que seáis felices. No faltarán las cruces, no faltarán. Pero el Señor estará allí para ayudaros a avanzar. Que el Señor os bendiga.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Lignum Crucis

El día 14 de Septiembre es nuestra fiesta principal por ser el convento de "Santa Cruz". Vamos a mostrarles el Lignum Crucis que se expondrá ese día a la veneración de los fieles. Todos pasaremos a besarlo.

Todos están invitados y a los sacerdotes que quieran concelebrar les agradeceríamos que trajeran el alba y la estola.


domingo, 7 de septiembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo, tomado del capítulo 18 de Mateo, presenta el tema de la corrección fraterna en la comunidad de los creyentes.

 Jesús nos enseña que si mi hermano comete una culpa contra mí, yo debo usar la caridad hacia él, antes que todo, hablarle personalmente, explicándole que aquello que ha dicho o hecho no es bueno ¿Y si el hermano no me escucha? Jesús sugiere una intervención progresiva: primero, vuelve a hablarle con otras dos o tres personas, para que sea más consciente del error que ha cometido; si, no obstante esto, no acoge la exhortación, es necesario decirlo a la comunidad; y si tampoco escucha a la comunidad, es necesario hacerle percibir la fractura y el distanciamiento que él mismo ha provocado, haciendo venir a menos la comunión con los hermanos en la fe.

  Las etapas de este itinerario indican el esfuerzo que el Señor pide a su comunidad para acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda. Es ante todo necesario evitar el clamor de la habladuría y el cotilleo de la comunidad: «Ve y corrígelo en privado» (v. 15). La actitud es de delicadeza, prudencia, humildad, atención hacia quien ha cometido una culpa, evitando que las palabras puedan herir y matar al hermano. Al mismo tiempo esta discreción tiene la finalidad de no mortificar inútilmente al pecador. Es a la luz de esta exigencia que se comprende también la serie sucesiva de intervenciones, que prevé la intervención de algunos testimonios y luego incluso de la comunidad. El objetivo es aquel de ayudar al hermano a darse cuenta de aquello que ha hecho, y que con su culpa ha ofendido no solamente a uno, sino a todos.

  En realidad, ante Dios todos somos pecadores y necesitados de perdón. Todos. Jesús, de hecho, nos ha dicho no juzgar. La corrección fraterna es un aspecto del amor y de la comunión que deben reinar en la comunidad cristiana, es un servicio recíproco que podemos y debemos darnos los unos a los otros. Corregir al hermano es un servicio. Y es posible y eficaz solamente si cada uno se reconoce pecador y necesitado del perdón del Señor. La misma consciencia que me hace reconocer el error del otro, me hace acordar que yo me equivocado primero y que me equivoco tantas veces.

  Por esto, al inicio de la Santa Misa, estamos siempre invitados a reconocer ante el Señor que somos pecadores, expresando con las palabras y con los gestos el sincero arrepentimiento del corazón. Y decimos "ten piedad de mi Señor que soy pecador". Es el Espíritu Santo el que habla a nuestro espíritu y nos hace reconocer nuestras culpas a la luz de la palabra de Jesús. Y es el mismo Jesús que nos invita a todos, santos y pecadores, a su mesa recogiéndonos de los cruces de los caminos, de las diversas situaciones de la vida (cfr Mt 22,9-10). Y entre las condiciones que acomunan a los participantes a la celebración eucarística, dos son fundamentales dos condiciones para ir bien a la misa: todos somos pecadores y a todos Dios dona su misericordia. Debemos recordar esto siempre antes de ir hacia el hermano para la corrección fraterna.

  Pidamos todo esto por intercesión de la Bienaventurada Virgen María, que mañana celebraremos en la conmemoración litúrgica de su Natividad.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!:

En las anteriores catequesis destacamos muchas veces que uno no se convierte en cristiano por sí mismo, con sus propias fuerzas, de forma autónoma, ¡ni se convierte uno en cristiano dentro de un laboratorio! sino que se es generado y se crece en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia.

En este sentido la Iglesia es verdaderamente madre, nuestra madre la Iglesia, ¡qué bello llamarla así: nuestra madre la Iglesia! Una madre que nos da vida en Cristo y que nos hace vivir con los demás hermanos en la comunión del Espíritu Santo.

1. En su maternidad, la Iglesia tiene como modelo a la virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda ser. Es lo que ya las primeras comunidades cristianas han destacado y el Concilio Vaticano II expresó de forma admirable (cfr. Const. Lumen Gentium, 63-64). La maternidad de María es ciertamente única, singular, y se ha cumplido en la plenitud de los tiempos, cuando la Virgen dio a luz al Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu Santo. Y, sin embargo, la maternidad de la Iglesia se pone en continuidad con la de María, como prolongación en la historia. 

La Iglesia, en la fecundidad del Espíritu, continua generando nuevos hijos en Cristo, siempre en la escucha de la Palabra de Dios y en la docilidad a su diseño de amor. La Iglesia es madre. El nacimiento de Jesús en el seno de María, es el preludio del nacimiento de todo cristiano en el seno de la Iglesia, desde el momento que Cristo es el primogénito de una multitud de hermanos (cfr. Rm 8,29).

 El primer hermano es Jesús, nació de María, que es el modelo y todos los demás hemos nacido de la Iglesia. Comprendemos, entonces, que la relación que une a María y a la Iglesia es muy profunda: mirando a María, descubrimos el rostros más bello y tierno de la Iglesia; mirando a la Iglesia, reconocemos las características sublimes de María. Los cristianos no somos huérfanos, tenemos a una madre, tenemos a nuestra madre. ¡Esto es grande: no somos huérfanos! La Iglesia es Madre, María es madre.

2. La Iglesia es nuestra madre porque nos ha dado a luz en el Bautismo. Cada vez que bautizamos a un niño se convierte en hijo de la Iglesia. Y desde aquel día, como mamá cuidadosa, nos hace crecer en la fe y nos indica, con la fuerza de la Palabra de Dios, el camino de la salvación, defendiéndonos del mal.

La Iglesia ha recibido de Jesús el tesoro precioso del Evangelio no para quedárnoslo, sino para darlo generosamente a los demás. ¡Cómo hace una madre! En este servicio de evangelización se manifiesta de modo especial la maternidad de la Iglesia, comprometida, como una madre, en ofrecer a sus hijos el alimento espiritual que alimenta y fructifica nuestra vida cristiana.

Todos, por tanto, estamos llamados a acoger, con la mente y el corazón abiertos, la Palabra de Dios que la Iglesia dispensa todos los días, porque esta Palabra tiene la capacidad de cambiarnos desde dentro. Solo la Palabra de Dios tiene esta capacidad de transformarnos desde dentro, de nuestras raíces más profundas.

 Tiene este poder la Palabra de Dios ¿y quien nos da la Palabra de Dios?  Nuestra Madre la Iglesia. Nos amamanta desde niños con esta Palabra, nos alimenta toda la vida con esta Palabra ¡Esto es grande! Es la Madre Iglesia la que con la Palabra de Dios nos cambia desde dentro. La Palabra de Dios que nos da la Madre Iglesia nos transforma, hace que nuestra humanidad no palpite según la carne sino según el Espíritu.

En sus cuidados maternos, la Iglesia se esfuerza en mostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados con la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, podemos orientar nuestras elecciones al bien y atravesar con valentía y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos, que existen, en la vida existen. El camino de salvación, a través del cual la Iglesia nos guía y nos acompaña con la fuerza del Evangelio y el apoyo de los Sacramentos, nos da la capacidad de defendernos del mal. La Iglesia tiene la valentía de una madre que sabe defender a sus propios hijos de los peligros que derivan de la presencia de satanás en el mundo, para llevarnos al encuentro con Jesús. 


Una madre siempre defiende a los hijos. Esta defensa consiste también en la exhortación a estar vigilantes, vigilar contra el engaño y la seducción del maligno. Porque aunque Dios ha vencido a satanás, este vuelve siempre con sus tentaciones, lo sabemos todos nosotros, hemos sido tentados, somos tentados. Él viene “como león rugiente da vueltas buscando a quien devorar” dice Pedro (1Pe 5,8). 

Nos corresponde a nosotros el no ser ingenuos, vigilar y resistir firmes en la fe. Resistir con los consejos de la madre, resistir con la ayuda de la Madre Iglesia. Como buena madre siempre acompaña a sus hijos en los momentos difíciles.