domingo, 30 de noviembre de 2014

VIAJE APOSTOLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A TURQUIA


BENDICIÓN ECUMÉNICA Y FIRMA DE UNA DECLARACIÓN CONJUNTA


DECLARACIÓN COMÚN
Nosotros, el Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico, nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y hermano del Apóstol Pedro. Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.

Durante nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos nuestras comunes intenciones y preocupaciones.

Expresamos nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos. Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado. Para ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia, pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que «todos sean uno,... para que el mundo crea» (Jn 17,21).

Expresamos nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la reconciliación. Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas, permanecer en su tierra nativa.

 No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años. Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto forzados con violencia a dejar sus hogares. Parece que se haya perdido hasta el valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por la indiferencia de muchos. Como nos recuerda san Pablo: «Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional.

Los retos que afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la amistad. Inspirado por valores comunes y fortalecido por auténticos sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren juntos trágicamente por los horrores de la guerra. Además, como líderes cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra. En particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en armonía.

Tenemos presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia humana.

«Que el mismo Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros» (2 Ts 3,16).

El Fanar, 30 de noviembre de 2014.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Ángelus del Papa Francisco

"Queridos hermanos y hermanas.

Al concluir esta celebración deseo saludarles a todos los que han venido a rendir homenaje a los nuevos santos, en modo particular a la delegación oficial de Italia y de India.

El ejemplo de los cuatro santos italianos, nacidos en las provincias de Vicenza, Nápoles, Conseza y Rímini, ayude al querido pueblo italiano a reavivar el espíritu de colaboración y de concordia en favor del bien común y a mirar al futuro con esperanza, confiando en la cercanía de Dios, que nunca nos abandona, ni siquiera en los momentos difíciles.

Por intercesión de los dos santos de la India, provenientes de Kérala, gran tierra de fe y de vocaciones sacerdotales y religiosas, el Señor conceda un nuevo impulso misionero a la Iglesia que está en India, para que inspirándose en su ejemplo de concordia y de reconciliación, los crisitanos de India prosigan en el camino de la solidaridad y de la convivencia fraterna.

Saludo con afecto a los cardenales, obispos, sacerdotes, y también a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones y escuelas presentes. Con amor filiar nos dirigimos ahora a la Virgen María madre de la Iglesia, reina de los santos y modelo para todos los cristianos».

A concluir el Santo padre les deseó a los presentes que tengan "un buen domingo, en paz, con la alegría de estos nuevos santos". Y añadió: “Les pido que recen por mí y 'buon pranzo e buona domenica'".


miércoles, 19 de noviembre de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Un gran don del Concilio Vaticano II ha sido el de haber recuperado una visión de Iglesia fundada en la comunión, y de hacer entendido de nuevo también el principio de  la autoridad y de la jerarquía en esta perspectiva. Este nos ha ayudado a entender mejor que todos los cristianos, en cuanto bautizados, tienen igual dignidad delante del Señor y están unidos por la misma vocación, que es la de la santidad. Ahora nos preguntamos: ¿en qué consiste esta vocación universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?

En primer lugar debemos tener muy presente que la santidad no es algo que conseguimos nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que "Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa". Así es, realmente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, el rostro más bello: es descubrirse de nuevo en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, por tanto, que la santidad no es una prerrogativa solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, ningún excluido, por lo que constituye el carácter distintivo de cada cristiano.

Todo esto nos hace comprender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispo, sacerdote o religioso… No ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces, antes o después, estamos tentados a pensar que la santidad está reservada solamente a los que tienen la posibilidad de despegarse de los quehaceres diarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno piensa que la santidad es cerrar ojos, poner cara de estampita, así. No, no es esa la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.

Es más, es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos 'Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable, siempre con los números, allí no se puede ser santo'. ¡Sí, se puede! Allí donde trabajas, puedes ser santo. Dios te da la gracia para ser santo Dios se comunica contigo, siempre, en cualquier lugar se puede ser santo. Abrirse a esta gracia que trabaja dentro y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y a los nietos a conocer y a seguir a Jesús. Y es necesaria mucha paciencia para esto, para ser buen padre, o un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, es necesaria mucha paciencia.  Y en esta paciencia viene la santidad, ejercitando la paciencia.

 ¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Así es: cada estado de vida lleva a la santidad, siempre. En tu casa, en la calle, en el trabajo,  en la Iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que pide el Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos.

En este punto, cada uno de nosotros puede hacer un poco examen de conciencia. Y ahora podemos hacerlo, cada uno se responde así mismo, dentro, en silencio. ¿Cómo hemos respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad?  ¿Tengo ganas de hacerme un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Este es el camino a la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a algo pesado, triste. ¡Todo lo contrario! ¡Es la invitación a compartir su alegría, a vivir y a ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida, haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor por las personas que están cerca de nosotros. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un significado nuevo, un significado hermoso, comenzando por las pequeñas cosas de cada día. Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer la compra y encuentra a una vecina y empiezan a hablar y después llegan los chismorreos. Y esta señora dice, no, yo no hablaré mal de nadie. Esto es un paso a la santidad, esto te ayuda a ser más santo. Después en tu casa, el hijo te pide hablar un poco de sus cosas fantasiosas, 'estoy cansado, he trabajado mucho hoy'. Pero tú, acomódate y escucha tu hijo, que lo necesita, te pones cómodo, le escuchas con paciencia. 

Esto es un paso a la santidad. Después termina el día, estamos todos cansados, pero la oración, hacemos la oración. Eso es un paso a la santidad. Después llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a veces una cuando una confesión que nos limpie un poco. Y después la Virgen, tan buena, tan hermosa, tomo el rosario y la rezo. Esto es un paso a la santidad. Y tantos pasos a la santidad, pequeños. Después voy por la calle veo un pobre, un necesitado, me paro y le pregunto algo. Es un paso a la santidad. Pequeñas cosas. Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso a la santidad nos hará personas mejores, libras del egoísmo y de la clausura en sí mismos, y abiertos a los hermanos y a sus necesidades.

Queridos amigos, en la Primera Lectura de san Pedro se nos dirige esta exhortación: "Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, lo haga como con palabras de Dios; quien ejercita un oficio, lo haga con la energía recibida de Dios, para que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo".

¡Es esta la invitación a la santidad! Acojámosla con alegría, y apoyémonos los unos a los otros, porque el camino hacia la santidad no se recorre solos, cada uno por su cuenta no puede hacerlo, sino que se recorre juntos, en ese único cuerpo que es la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesús.

Vamos adelante con valentía en este camino de la santidad".


domingo, 16 de noviembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25,14-30). Narra de un hombre que, antes de partir para un viaje, convoca a sus servidores y les confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un gran valor. Ese hombre confía al primer servidor cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del hombre, los tres servidores deben hacer fructificar este patrimonio.

El primer y el segundo servidor duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, entierra en un pozo el talento recibido. Al regreso del señor, los primeros dos reciben felicitaciones y la recompensa, mientras el tercero, que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos son los discípulos y los talentos son el patrimonio que el Señor les confía: su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celeste, su perdón… en resumen, sus más preciosos bienes. Mientras en el lenguaje común el término “talento” indica una resaltante calidad individual – por ejemplo en la música, en el deporte, etcétera –,  en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el «servidor malo y perezoso» (v. 26) indica el  temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor.

Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere que la usemos  para provecho de los demás. Es como si nos dijese: “He aquí mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y  úsalos abundantemente”. Y nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano.

Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como también el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer aquellos muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación…

El Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en todos coloca la misma, inmensa confianza ¡No lo defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos confianza con confianza!


La Virgen María encarna esta actitud de la forma más bella y más plena. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. Pidámosle ayudarnos a ser “servidores buenos y fieles”, para participar  “de la alegría de nuestro Señor”.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

hemos evidenciado en la catequesis precedente cómo el Señor continúa a pastar su rebaño a través del ministerio de los obispos, asistidos por los presbíteros y de los diáconos. Es en ello que Jesús se hace presente, en el poder de su Espíritu, y continúa sirviendo la Iglesia, alimentando en ella la fe, la esperanza y el testimonio en la caridad. Estos ministerios, constituyen por tanto, un gran don del Señor para cada comunidad cristiana y para toda la Iglesia, en cuanto que son un signo vivo de su presencia y de su amor. Hoy queremos preguntarnos: ¿qué se pide a estos ministros de la Iglesia, para que puedan vivir de forma auténtica y fecunda el propio servicio?

En las "Cartas pastorales" enviadas a sus discípulos Timoteo y Tito, el apóstol Pablo se detiene con atención sobre la figura de los obispos, los presbíteros y los diáconos. También sobre la figura de los fieles, de los ancianos, los jóvenes... Se detiene en una descripción de cada cristiano en la Iglesia, delineando para los obispos, presbíteros, y diáconos lo que son llamados y las prerrogativas que deben ser reconocidas en aquellos que son elegidos e investidos de estos ministerios. 

Entonces, es emblemático como, junto a las dotes inherentes a la fe y la vida espiritual, que no pueden ser descuidadas, son en la vida misma, sean enumeradas algunas cualidades exquisitamente humanas: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la mansedumbre, la fiabilidad, la bondad de corazón. Repito: la acogida, la sobriedad, la paciencia, la mansedumbre, la fiabilidad, la bondad de corazón. Es este el alfabeto, ¡es esta la gramática de base de cada ministerio! Debe ser la gramática de base de cada obispos, cada presbítero, cada diácono. Sí, porque sin esta predisposición bella y genuina para encontrar, conocer, dialogar, apreciar y relacionarse con los hermanos de forma respetuosa y sincera, no es posible ofrecer un servicio y un testimonio realmente alegre y creíble.


Después hay una actitud de fondo que Pablo recomienda a sus discípulos y, como consecuencia, a todos aquellos que son investidos por el ministerio episcopal, sean obispos, presbíteros, sacerdotes o diáconos. El apóstol exhorta a reavivar continuamente el don que ha sido recibido. Esto significa que debe estar siempre viva la conciencia de que no se es obispo, sacerdote o diácono porque se es más inteligente, más bueno o mejor que los otros, sino debido a la fuerza de un don, un don de amor otorgado por Dios, en el poder de su Espíritu, por el bien de su pueblo. Esta conciencia es realmente importante y constituye una gracia para pedir cada día. De hecho, un pastor que es consciente que el propio ministerio fluye únicamente de la misericordia y del corazón de Dios no podrá nunca asumir una actitud autoritaria, como si todos estuviera a sus pies y la comunidad fuera su propiedad, su reino personal.

La conciencia de que todo es don, todo es don, todo es gracia, ayuda a un Pastor también a no caer en la tentación de ponerse en el centro de atención y de confiar solamente en sí mismo. Son las tentaciones de la vanidad, el orgullo, de la suficiencia, la soberbia. Ay si un obispo, un sacerdote o un diácono pensaran saber todo, tener siempre la respuesta justa para cada cosa y no necesitar de nadie. Al contrario, la conciencia de ser él el primer objeto de la misericordia y de la compasión de Dios debe llevar a un ministro de la Iglesia a ser siempre humilde y comprensivo en la relacionado con los otros.

Aun en la conciencia de ser llamado a custodiar con valentía el depósito de la fe, él se pondrá en escucha de la gente. Es consciente, de hecho, de tener siempre algo que aprender, también de aquellos que pueden estar aún lejos de la fe y de la Iglesia. Con los propios hermanos, después, todo esto debe llevar a asumir una actitud nueva, comprometida con el compartir, la corresponsabilidad y la comunión.

Queridos amigos, debemos estar siempre agradecidos al Señor, porque en la persona y en el ministerio de los obispos, de los sacerdotes y de los diáconos continúa a guiar y a formar su Iglesia, haciéndola crecer a lo largo del camino de la santidad. Al mismo tiempo, debemos continuar rezando, para que los pastores de nuestras comunidades puedan ser imagen viva de la comunión y del amor de Dios. Gracias


lunes, 10 de noviembre de 2014

Maestro de misericordia,Pedro Asúa


En muchas partes del mundo, también hoy los cristianos son perseguidos, torturados y asesinados, pero no dejan de dar testimonio de Cristo y de su Evangelio.

Lo recordó el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los santos, durante la beatificación de Pedro Asúa Mendía, celebrada el sábado 1 de noviembre, en la catedral de María Inmaculada, madre de la Iglesia, en Vitoria-Gasteiz, España.

Los cristianos, dijo, «no cesan de oponerse pacíficamente a la ferocidad de las fieras para transformarlas en mansos corderos por el perdón, la oración, la caridad». Hoy más que nunca «la humanidad necesita espíritu fraternal, comprensión, necesita sentirse acogida. La santidad no destruye, la santidad edifica». Y es esta, añadió, la invitación que la Iglesia, por medio del beato Pedro Asúa Mendía, «nos hace a todos nosotros, sacerdotes y laicos, pues todos están llamados a la santidad. El mundo tiene necesidad de santos para poder transformarse en un jardín de convivencia serena y de armonía jubilosa entre los pueblos».

domingo, 9 de noviembre de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días: 
Hoy la liturgia recuerda la dedicación de la Basílica de Letrán, catedral de Roma, que la tradición define "madre de todas las iglesia del Urbe e del Orbe". Con el término "madre" se refiere no tanto al edificio sagrado de la Basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que él preside.

 Esta unidad presenta el carácter de una familia universal, y como en la familia está la madre, así también la venerada catedral de Letrán hace de "madre" a la iglesia de todas las comunidades del mundo católico. Con esta fiesta, por tanto, profesamos, en la unidad de la fe, el vínculo de comunión que todas las Iglesias locales, repartidas por el mundo, tienen con la Iglesia de Roma y con su Obispo, sucesor de Pedro.

Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se llama a una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la Iglesia viva y operante en la historia, es decir, de este "templo espiritual", como dice el apóstol Pedro, del que Cristo mismo es "piedra viva, descartada por los hombres pero elegida y preciosa delante de Dios". Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del templo ha revelado una realidad impresionante. Es decir, el templo de Dios no es solamente un edificio hecho de ladrillos, es su cuerpo hecho de piedras vivas. En la fuerza del Bautismo, cada cristiano, forma parte del "edificio de Dios". Es más, se convierte en la Iglesia de Dios.

El edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la sangre de Cristo y del Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de nosotros ser coherente con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos. La coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio. Aquí debemos ir adelante y realizar en nuestra vida esta coherencia cotidiana. Este es un cristiano, no tanto por lo que dice, sino por lo que hace. Por la forma en la que se comporta, esta coherencia que nos da vida. Y es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir.

La Iglesia, al origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha sido otra cosa que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra a través de la caridad. Van juntas ¿eh? También hoy la Iglesia es llamada a ser en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del Bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad. Con esta finalidad esencial deben ser ordenados también los elementos institucionales, las estructuras y los organismos pastorales. Pero, para esta finalidad esencial, testimoniar la fe en la caridad. La caridad es la expresión de la fe. Y también la fe es la explicación y fundamento de la caridad. 

La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.

Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su amor.

jueves, 6 de noviembre de 2014

NOTA: EN PRÓXIMOS EVENTOS, 
   TIENEN PARA EL 13 DE NOVIEMBRE
           CONCIERTO CORO GOSPEL SONG FOR MY FATHER


miércoles, 5 de noviembre de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado las cosas que el apóstol Pablo dice al obispo Tito. Pero, ¿cuántas virtudes debemos tener los obispos? ¿Hemos escuchado todos no? Y no es fácil, no es fácil porque nosotros somos pecadores pero nos confiamos en vuestra oración para que al menos nos acerquemos a estas cosas que el apóstol Pablo aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezareis por nosotros?

Ya hemos tenido forma de subrayar, en las catequesis precedentes, como el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia. Ahora, en la potencia y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar ministerios, para edificar las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre estos ministerios, se distingue el episcopal. En el obispo, asistido por presbíteros y diáconos, está Cristo mismo que se hace presente y que continúa cuidando de su Iglesia, asegurando su protección y su guía.

En la presencia y en el ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los diáconos podemos reconocer el verdadero rostro de la Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. Y realmente, a través de estos hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la Iglesia ejercita su maternidad: nos genera en el Bautismo como cristianos, haciéndonos renacer en Cristo; vigilia en nuestro crecimiento en la fe; nos acompaña a los brazos del Padre, para recibir su perdón; prepara para nosotros la mesa eucarística, donde nos nutre con la Palabra de Dios y el Cuerpo y la Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su Espíritu, sosteniéndonos durante toda nuestra vida y envolviéndonos con su ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de la prueba, del sufrimiento y de la muerte. 

Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la persona del obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús ha elegido los apóstoles y los ha enviado a anunciar el Evangelio y a pastar su rebaño, así los obispos, sus sucesores, son puestos a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como signo vivo de la presencia del Señor en medio de ellos. Comprendemos, por tanto, que no se trata de una posición de prestigio, de una carga honorífica. El episcopado no es un honor, es un servicio y esto Jesús lo ha querido así. No debe haber sitio en la Iglesia para la mentalidad mundana. La mentalidad mundana habla de 'este hombre ha hecho la carrera eclesiástica y se ha hecho obispo'. En la Iglesia no debe haber sitio para esta mentalidad. El episcopado es un servicio no un honor para presumir. Ser obispos quiere decir tener siempre delante de los ojos el ejemplo de Jesús que, como Buen Pastor, ha venido no para ser servido sino para servir y para dar su vida por sus ovejas. Los santos obispos -y hay muchas en la historia de la Iglesia, tantos obispos santos- nos muestran que este ministerio no se busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge en obediencia, no para elevarse, sino para abajarse, como Jesús que "se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz". Es triste cuando se ve un hombre que busca este oficia, y que hace tantas cosas para llegar allí, y cuando llega allí no sirve, se pavonea, vive solamente por su vanidad.


Hay otro elemente precioso, que merece ser destacado. Cuando Jesús eligió y llamó a los apóstoles, los ha pensado no separados uno del otro, cada uno por cuenta propia, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos, como una sola familia. También los obispos constituyen un único colegio, recogido entorno al Papa, el cual es guardián y garante de esta profunda comunión, que estaba tanto en el corazón de Jesús y en el de sus mismos apóstoles. ¡Qué bonito es cuando los obispos, con el Papa, expresan esta colegialidad! Y buscan ser más, más, más servidores de los fieles, más servidores en la Iglesia. Lo hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la familia. Pero pensemos en todos los obispos dispersos en el mundo que, aún viviendo en localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y lejanas entre ellos, de una parte a la otra. Un obispo me  decía el otro día que para llegar a Roma  eran necesarias, desde donde él estaba, más de 30 horas de avión. Tan lejano uno de otro se convierten en expresión de una unión íntima en Cristo, y entre sus comunidades. Y en la oración común eclesial todos los obispos se ponen juntos a la escucha del Señor y del Espíritu, siendo así capaz de prestar atención más profundamente al hombre y los signos de los tiempos.

Queridos hermanos, todo esto nos hace comprender porqué las comunidades cristianas reconocen en el obispo un don grande, y están llamadas a alimentar una sincera y profunda comunión con él, a partir de los presbíteros y los diáconos. No hay una Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los presbíteros no están unidos al obispos. Esta Iglesia no unida al obispo es una Iglesia enferma. Jesús ha querido esta unión de todos los fieles con el obispos, también de los diáconos y los presbíteros. Y esto lo hacen en la conciencia que es precisamente en el obispo que se hace visible la unión de cada Iglesia con los apóstoles y con todas las otras comunidades unidas con su obispo y el Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica.

domingo, 2 de noviembre de 2014

ANGELUS DEL PAPA FRANCISCO, CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES


Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Ayer celebramos la solemnidad de Todos los Santos, y hoy la liturgia nos invita a conmemorar a los fieles difuntos. Estos dos sucesos están íntimamente relacionados unos con otros, así como la alegría y las lágrimas están en Cristo Jesús, una síntesis que es el fundamento de nuestra fe y nuestra esperanza. Por un lado, en efecto, la Iglesia, peregrina en la historia, se regocija por la intercesión de los santos y beatos que apoyan la misión de anunciar el Evangelio; por otro, que, como Jesús, compartiendo las lágrimas de los que sufren la separación de sus seres queridos, y le gusta, y por él se hace eco de las gracias al Padre que nos ha sacado del dominio del pecado y de la muerte.

Entre ayer y hoy muchos hacen una visita al cementerio, que, como la misma palabra, es el "lugar de descanso", esperando el despertar final. Es agradable pensar que el mismo Jesús despertará. Jesús mismo reveló que la muerte del cuerpo es como un sueño del que nos despierta. Con esta fe nos detenemos - incluso espiritualmente - en las tumbas de nuestros seres queridos, los que me han amado y han hecho algún bien. Pero hoy estamos llamados a recordar todo, incluso los que se acuerda nadie.Recordamos a las víctimas de la guerra y la violencia; muchos mundo "pequeña" aplastado por el hambre y la miseria; recordar el osario común de descanso en el anonimato. Recordamos a nuestros hermanos y hermanas muertos porque son cristianos; y aquellos que sacrificaron sus vidas para servir a los demás. Encomendamos al Señor, sobre todo aquellos que han dejado en el último año.

La tradición de la Iglesia siempre ha instado a orar por los muertos, en particular, al ofrecer a la celebración de la Eucaristía: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a los más abandonados. El fundamento de la oración es en la comunión del Cuerpo Místico. Cómo reitera el Concilio Vaticano II, "la Iglesia peregrina en la tierra, muy consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros días de la religión cristiana, ha honrado con gran respeto la memoria de los muertos" ( Lumen gentium , 50 ).

La memoria de los muertos, el cuidado de las tumbas y los votos son evidencia de confiada esperanza, enraizada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre el destino del ser humano, ya que el hombre está destinado a una vida sin límites, que tiene sus raíces . y su cumplimiento en Dios Dios activar esta oración: "Dios de la misericordia infinita, volar a tu gran bondad a todos los que han dejado este mundo para la eternidad, donde espera a toda la humanidad, redimida por la sangre preciosa de Cristo, su hijo, que murió en rescate por nuestros pecados. 

No mires, Señor, a las múltiples formas de la pobreza, la miseria y las debilidades humanas, cuando estemos ante el tribunal para ser juzgado por una sonrisa o una condena. Levante tú sobre nosotros su mirada lastimosa, que surge de la ternura de su corazón, y nos ayudará a caminar el camino de una purificación completa.Ninguno de sus hijos se perdió en el fuego eterno del infierno, donde no puede haber más arrepentimiento. Nos encomendamos al Señor las almas de nuestros seres queridos, las personas que han muerto sin el sacramental comodidad, o no han tenido la oportunidad de arrepentirse hasta el término de sus vidas. No tienes que tener miedo de conocerte, después de su peregrinación terrena, con la esperanza de ser aceptado en los brazos de su misericordia infinita. Hermana la muerte corporal nos encuentre vigilantes en la oración y lleno de todas las cosas buenas hechas en el curso de nuestra vida corta o larga. Señor, nada va a tomar distancia de usted en esta tierra, pero todo ya todos para que nos apoyen en el ardiente deseo de descansar en paz y eternamente en ti. Amén "(Padre Antonio Rungi, pasionista, la oración por los muertos ).

Con esta fe en el destino último del hombre, nos dirigimos ahora a la Virgen María, que sufrió bajo la Cruz del drama de la muerte de Cristo y ha tomado parte en la alegría de su resurrección. Que ella, Puerta del Cielo , para comprender cada vez más el valor de las oraciones por los muertos. Están cerca de nosotros! Ella nos apoya en nuestra peregrinación diaria en la tierra y nos ayuda a no perder de vista el objetivo final de la vida que es el Paraíso. Y con esto, esperanza que no defrauda, ​​vamos a seguir adelante!

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:
Familias de felicitación, grupos religiosos, asociaciones y todos los peregrinos que han venido de Roma, Italia, desde muchas partes del mundo. En particular, saludo a los fieles de la Diócesis de Sevilla (España), esas Finales casas en Cesena y voluntarios de Oppeano y Granzette haciendo terapia de payaso en los hospitales. Los veo allí: usted continúa haciendo esto que hace tanto bien a los enfermos. Saludamos a estas personas valientes!
Yo lo único que deseo un buen domingo en la memoria cristiana de nuestros seres queridos fallecidos. Por favor, no te olvides de orar por mí.

Buena comida y adiós!



sábado, 1 de noviembre de 2014

Ángelus del Papa Francisco. Los santos 'últimos para el mundo, 'primeros' para Dios


"Queridos hermanos y hermanas
Los dos primeros días del mes de noviembre constituyen para todos nosotros un momento intenso de fe, de oración y de reflexión sobre 'las cosas últimas' de la vida. Al celebrar de hecho a todos los Santos y al recordar a todos los fieles difuntos, la Iglesia peregrina en la tierra vive y expresa en la liturgia el vínculo espiritual que la une a la Iglesia del Cielo. Hoy damos alabanza a Dios por las filas innumerables de santos y santas de todos los tiempos: hombres y mujeres comunes, simples y a veces 'últimos' para el mundo, pero 'primeros' para Dios.

Al mismo tiempo recordamos también a nuestros queridos difuntos cuando visitamos los cementerios: es motivo de gran consolación pensar que estos están en compañía de la Virgen María, de los apóstoles, de los mártires y de todos los santos y santas del paraíso.

La solemnidad de hoy nos ayuda a considerar una verdad fundamental de la fe cristiana, que profesamos en el Credo: la comunión de los santos. ¿Qué significa esto?: la comunión de los santos. Es la unión común que nace de la fe y une a todos los que pertenecen a Cristo gracias al bautismo. Se trata de una unión espiritual, todos estamos unidos, que no es rota por la muerte, pero sigue en la otra vida.

De hecho subsiste una relación indestructible entre nosotros los vivientes en este mundo y quienes han pasado el límite de la muerte. Nosotros aquí abajo en la tierra junto a quienes han entrado en la eternidad, formamos una sola y gran familia.

Se mantiene esta familiaridad, esta esta maravillosa comunión, maravillosa unión común, entre el cielo y la tierra se realiza de la manera más alta e intensa en la liturgia, y sobretodo en la celebración de la eucaristía, que expresa y realiza la más profunda unión entre los miembros de la Iglesia. En la Eucaristía, de hecho nosotros encontramos a Jesús vivo y su fuerza, y a través de Él entramos en comunión con nuestros hermanos en la fe: aquellos que viven con nosotros aquí en la tierra y aquellos que nos antecedieron en la otra vida, la vida sin final.

Esta realidad de la comunión nos colma de alegría: es hermoso tener a tantos hermanos en la fe que caminan junto con nosotros, nos apoyan con su ayuda y junto a nosotros hacen el mismo recorrido y el mismo camino hacia el cielo, nos esperan y rezan por nosotros, para que juntos podamos contemplar eternamente el rostro glorioso y misericordioso del Padre.
En la gran asamblea de los santos, Dios ha querido reservar el primer lugar a la Madre de Jesús. María está en el centro de la comunión de los santos, como particular custodia del vínculo de la Iglesia universal con Cristo, del vínculo de la familia Ella es nuestra madre, nuestra madre.
Para quien quiere seguir a Jesús en el camino del Evangelio, ella es la guía segura, porque es la primera discípula, la madre cariñosa y atenta, a quien confiar cada deseo y dificultad.

Rezamos junto a la Reina de Todos los Santos, para que nos ayude a responder con generosidad y fidelidad a Dios, que nos llama a ser santos como Él es santo".

Angelus Domini...

Después de la oración del ángelus el Santo Padre dirigió las siguientes palabras:
"La liturgia de hoy habla de la gloria de Jerusalén Celeste. Invito a todos a rezar para que la Ciudad Santa, querida para los judíos, crisitanos y musulmanes, que en estos días ha sido testimonio de diversas tensiones, pueda ser cada vez más signo y anticipación de la paz que Dios desea para toda la familia humana.

Queridos hermanos y hermanas. Hoy en Vitoria, España, es proclamado beato el mártir Pietro Asúa Mandía. Sacerdote humilde y austero que predicó el evangelio con santidad de vida, la catequesis y la dedicación hacia los pobres y necesitados. Arrestado, torturado y asesinado por haber manifestado su voluntad de permanecer fiel al Señor en la Iglesia, representa para nosotros un admirable ejemplo de fortaleza en la fe y testimonio de caridad.

Saludo a todos los peregrinos que provienen desde Italia y desde tantos países. En particular saludo a los participantes de la 'Corsa dei Santi' y de la 'Marcia dei santi', promovidas respectivamente por la Fundación Don Bosco en el mundo y por la Asociación Familia Pequeña Iglesia. Me alegro por estas iniciativas que unen el deporte, el testimonio cristiano y el empeño humanitario. Saludo también a los jóvenes de Modena, que han recibido la Confirmación, junto a los papás y catequistas, y también a los voluntarios de la ciudad de Sciacca y al grupo deportivo de la parroquia de Castegnato (Brescia, Italia).

Hoy por la tarde iré al cementerio de El Verano y celebraré la santa misa en sufragio de los difuntos. Visitando al principal cementerio de Roma, me uno espiritualmente a quienes se dirigen en estos días a las tumbas de sus muertos en los cementerios del mundo entero.

Les deseo a todos una hermosa fiesta, en la alegría de ser parte de la gran familia de los santos. Y no se olviden de rezar por mi. 'Buon pranzo' y 'arrivederci'".