miércoles, 28 de enero de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
Retomamos hoy el camino de catequesis sobre la familia. Hoy nos dejamos guiar por la palabra padre. Una palabra, más que cualquier otra, querida para nosotros cristianos, porque es el nombre con el que Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios, Padre. El sentido de este nombre ha recibido una nueva profundidad propia a partir del modo en que Jesús lo usaba para dirigirse a Dios y manifestar su relación especial con Él. El misterio bendecido de la intimidad de Dios,Padre, Hijo y Espíritu, revelado por Jesús, es el corazón de nuestra fe cristiana.

“Padre” es una palabra conocida por todos, una palabra universal. Ésta indica una relación fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre. Hoy en día, sin embargo, se ha llegado a afirmar que la nuestra sería una ‘sociedad sin padres’. En otros términos, en particular en la cultura occidental, la figura del padre sería simbólicamente ausente, desaparecida, eliminada. En un primer momento, la cosa se ha percibido como una liberación: liberación del padre-dueño, del padre como representante de la ley que se impone desde fuera, del padre como censura de la felicidad de los hijos y obstáculo de la emancipación y de la autonomía de los jóvenes. De hecho, a veces en nuestras casas reinaba en el pasado el autoritarismo, en ciertos casos incluso la opresión: padres que trataban a los hijos como siervos, no respetando las exigencias personales de su crecimiento: padres que nos les ayudaban a emprender su camino con libertad, y no es fácil educar al hijo en libertad. Padre que no les ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y el de la sociedad. Esto, ciertamente, no es una buena actitud.

Pero, como sucede a veces, hemos pasado de un extremo al otro. El problema de nuestros días no parece ser tanto la presencia invasiva de los padres, sino más bien su ausencia, su fuga. Los padres están a menudo tan centrados sobre sí mismos, su trabajo, y sobre la propia realización individual, que olvidan incluso la familia. Y dejan solos a los pequeños y a los jóvenes. Ya de obispo de Buenos Aires me daba cuenta del sentido de orfandad que viven hoy los chavales. A menudo preguntaba a los padres si jugaban con sus hijos, si tenían la valentía y el amor de perder tiempo con los hijos.   Y la respuesta era fea. En la mayoría de los casos: ‘no puedo, mucho trabajo’. El padre estaba ausente de ese hijo que crecía y no jugaba con él, no perdía tiempo con él. Ahora, en este camino común de reflexión sobre la familia, quisiera decir a todas las comunidades cristianas que debemos estar más atentos: la ausencia de la figura paterna en la vida de los pequeños y de los jóvenes produce lagunas y heridas que pueden ser también muy graves. Y de hecho las desviaciones de los niños y de los adolescentes se ponen en buena parte reconducir a esta falta, a la carencia de ejemplos y de guías autorizadas en su vida de cada día. A la carencia de cercanía, a la carencia de amor por parte del padre. Es más profundo de lo que pensamos el sentido de orfandad que viven muchos jóvenes.

Son huérfanos pero en la familia porque los padres a menudo están ausentes, también físicamente, en casa, pero sobre todo porque, cuando están, no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no cumplen su tarea educativa, no dan a los hijos en ejemplo acompañado por las palabras, esos principios, esos valores, esas reglas de vida que necesitan como el pan. La cualidad educativa de la presencia paterna es aún más necesaria cuando  el padre está obligado por el trabajo a estar lejos de casa.

A veces parece que los padres no saben bien qué lugar ocupar en la familia y cómo educar a los hijos. Y entonces, en la duda, se abstienen, se retiran y descuidan sus responsabilidades, quizá refugiándose en una relación improbable “de igual a igual” con los hijos. Es verdad que debes ser compañero de tu hijo, pero sin olvidar que eres el padre. Pero si tú solamente te comportas como un compañero a la pa no le hará bien al joven.

Esto también lo vemos en la comunidad civil. La comunidad civil, con sus instituciones, tiene una cierta responsabilidad, podemos decir paterna, hacia los jóvenes, una responsabilidad que a veces descuida o ejerce mal. También ésta a menudo les deja huérfanos y no les propone una verdad de perspectiva. Los jóvenes permanecen así, huérfanos de caminos seguros que recorrer, huérfanos de maestros de los que fiarse, huérfanos de ideales que calienten el corazón, huérfanos de valores y de esperanzas que les apoyen cotidianamente. Están llenos quizá de ídolos pero se les roba el corazón, son empujados a soñar diversiones y placeres, pero no se les da trabajo; son ilusionados con el dios dinero, y se les niegan las verdaderas riquezas.

Y entonces hará bien a todos, a los padres y a los hijos, escuchar de nuevo la promesa que Jesús ha hecho a sus discípulos: “No os dejaré huérfanos” (Jn 14, 18). Es Él, de hecho, el Camino que hay que recorrer, el Maestro para escuchar, la Esperanza de que mundo puede cambiar, que el amor vence el odio, que puede haber un futuro de fraternidad y de paz para todos.

Algunos de vosotros podrá decirme, pero padre, hoy usted ha estado demasiado negativo. Ha hablado solo de la ausencia de los padres, de lo que pasa cuando los padres no están cerca de los hijos. Es verdad. He querido subrayar esto porque el próximo miércoles seguiré con esta catequesis, destacando la belleza de la paternidad. Por eso he elegido comenzar por la oscuridad para llegar hasta la luz.

Que el Señor nos ayude a entender bien estas cosas. Gracias.


miércoles, 21 de enero de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


"Queridos hermanos y hermanas, buenos días: hoy me detendré sobre el viaje apostólico en Sri Lanka y Filipinas, que he realizado la semana pasada. Después de la visita en Corea de hace algunos meses, me he dirigido nuevamente en Asia, continente de ricas tradiciones culturales y espirituales. El viaje ha sido sobre todo un encuentro lleno de alegría con las comunidades eclesiales que en esos países, dan testimonio de Cristo: les he confirmado en la fe y en la misionariedad.

Conservaré siempre en el corazón el recuerdo de la bienvenida festiva de parte de las multitudes --en algunos casos casi oceánicas-- que han acompañado los momentos importantes del viaje. Además he animado el diálogo interreligioso al servicio de la paz, como también el camino de esos pueblos hacia la unidad y el desarrollo social, especialmente con el protagonismo de las familias y de los jóvenes.

El momento culminante de mi permanencia en Sri Lanka ha sido la canonización del gran misionero José Vaz. Este santo sacerdote administraba los sacramentos a los fieles, a menudo en secreto,  pero ayudaba indistintamente a todos los necesitados, de cualquier religión y condición social. Su ejemplo de santidad y amor al prójimo continúa inspirando a la Iglesia en Sri Lanka en su apostolado de caridad y de educación. He indicado san José Vaz como modelo para todos los cristianos, llamados hoy a proponer la verdad salvífica del Evangelio en un contexto multireligioso, con respeto hacia los otros, con perseverancia y con humildad.

Sri Lanka es un país de gran belleza natural, cuyo pueblo está tratando de reconstruir la unidad después de un largo y dramático conflicto civil. En mi encuentro con las autoridades gubernamentales, subrayé la importancia del diálogo, del respeto por la dignidad humana, del esfuerzo de implicar a todos para encontrar soluciones adecuadas para la reconciliación y al bien común.

Las distintas religiones tienen un rol significativo para desarrollar al respecto. Mi encuentro con los exponentes religiosos ha sido una confirmación de buenas relaciones que ya existen entre las distintas comunidades. En tal contexto he querido animar la cooperación ya iniciada entre los seguidores de las distintas tradiciones religiosas, también para poder resanar con el bálsamo del perdón a los que aún se ven afectados por los sufrimientos de los últimos años. El tema de la reconciliación ha caracterizado también mi visita al santuario de Nuestra Señora de Madhu, muy venerada por las poblaciones Tamil y Cingalés y meta de peregrinación de miembros de otras religiones. En ese lugar santo hemos pedido a María nuestra Madre, obtener para todo el pueblos esrilanqués, el don de la unidad y de la paz.

De Sri Lanka he ido a Filipinas, donde la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio. Es el principal país católico de Asia, y el pueblo filipino es bien conocido por su profunda fe, su religiosidad y su entusiasmo, también en la diáspora. En mi encuentro con las autoridades nacionales, como también en momentos de oración y durante la multitudinaria misa conclusiva, subrayé la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de inspirar una sociedad digna del hombre, donde hay lugar para la dignidad de cada uno y las aspiraciones del pueblo filipino. El fin principal de la visita, y motivo por el cual decidí ir a Filipinas, y este ha sido el motivo principal, era poder expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que han sufrido la devastación del tifón Yolanda. Fui a Tacloban, en la región golpeada más gravemente, donde rendí homenaje a la fe y a la capacidad de recuperarse de la población local. En Tacloban, lamentablemente, las condiciones climáticas adversas han causado otra víctima inocente: la joven voluntaria Kristel, golpeada y muerta por una estructura que cayó por el viento. Después di las gracias a cuántos, desde distintas partes del mundo, han respondido a su necesidad con una generosa profusión de ayudas. El poder del amor de Dios, revelado en el misterio de la Cruz, se ha hecho evidente en el espíritu de solidaridad demostrado por múltiples actos de caridad y de sacrificio que han marcado esos días oscuros.
Los encuentros con las familias y con los jóvenes, en Manila, fueron momentos importantes de la visita en Filipinas. Las familias sanas son esenciales en la vida de la sociedad. Da consolación y esperanza ver a tantas familias numerosas que acogen a los hijos como un verdadero don de Dios. Ellos saben que cada hijo es una bendición. He escuchado decir que las familias con muchos hijos y el nacimiento de muchos hijos están entre las causas de la pobreza. Me parece una opinión simplista. Puedo decir, podemos decir todos, que la causa principal de la pobreza es un sistema económico que ha quitado a la persona del centro y ha puesto al dios dinero, un sistema económico que excluye, excluye siempre, excluye a los niños, ancianos, jóvenes sin trabajo... y que crea la cultura del descarte en la que vivimos. Nos hemos acostumbrado a ver personas descartadas. Esta es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas.

Evocando la figura de san José, que ha protegido la vida del “Santo Niño”, tan venerado en ese país, recordé que es necesario proteger las familias, que enfrentan diversas amenazas, para que puedan testimoniar la belleza de la familia en el proyecto de Dios. Es necesario defenderlas de las nuevas colonizaciones ideológicas, que atentan contra su identidad y su misión.

Ha sido una alegría para mí estar con los jóvenes de Filipinas, para escuchar sus esperanzas y sus preocupaciones. He querido ofrecerles mi aliento para sus esfuerzos en el contribuir en la renovación de la sociedad, especialmente a través del servicio a los pobres y la tutela del ambiente natural.

El cuidado de los pobres es un elemento esencial de nuestra vida y testimonio cristianos, implica el rechazo de toda forma de corrupción que roba a los pobres y requiere una cultura de honestidad.

Doy las gracias al Señor por esta visita pastoral en Sri Lanka y en Filipinas. Le pido que bendiga siempre estos dos países  y que confirme la fidelidad de los cristianos en el mensaje evangélico de nuestra redención, reconciliación y comunión en Cristo.


domingo, 18 de enero de 2015

ENCUENTRO CON LAS FAMILIAS DISCURSO DEL SANTO PADRE


Mall of Asia Arena, Manila 
Estimadas familias
Queridos amigos en Cristo: Muchas gracias por vuestra presencia aquí esta noche y por el testimonio de vuestro amor a Jesús y a su Iglesia. Agradezco a monseñor Reyes, Presidente de la Comisión Episcopal de Familia y Vida, sus palabras de bienvenida. Y, de una manera especial, doy las gracias a los que han presentado sus testimonios – gracias – y han compartido su vida de fe con nosotros. La Iglesia de Filipinas está bendecida por el apostolado de muchos movimientos que se ocupan de la familia, y yo les agradezco su testimonio.


Las Escrituras rara vez hablan de san José, pero cuando lo hacen, a menudo lo encuentran descansando, mientras un ángel le revela la voluntad de Dios en sueños. En el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar, nos encontramos con José que descansa no una vez sino dos veces. Esta noche me gustaría descansar en el Señor con todos vosotros. Tengo necesidad de descansar en el Señor con las familias, y recordar mi familia: mi padre, mi madre, mi abuelo, mi abuela… Hoy descanso con vosotros y quisiera reflexionar con vosotros sobre el don de la familia.

Pero antes quisiera decir algo sobre el sueño. Mi inglés es tan pobre. Si me lo permitís, pediré a Mons. Miles de traducir y hablaré en español. A mí me gusta mucho esto de soñar en una familia. Toda mamá y todo papá soñó a su hijo durante nueve meses ¿es verdad o no? [Sí] Soñar cómo será el hijo. No es posible una familia sin soñar. Cuando en una familia se pierde la capacidad de soñar los chicos no crecen, el amor no crece, la vida se debilita y se apaga. Por eso les recomiendo que a la noche, cuando hacen el examen de conciencia, se hagan también, también, esta pregunta: ¿Hoy soñé con el futuro de mis hijos? ¿hoy soñé con el amor de mi esposo, de mi esposa? ¿hoy soñé con mis padres, mis abuelos que llevaron la historia hasta mí. ¡Es tan importante soñar! Primero de todo soñar en una familia. No pierdan esta capacidad de soñar.

Y también cuántas dificultades en la vida del matrimonio se solucionan si nos tomamos un espacio de sueño. Si nos detenemos y pensamos en el cónyuge, en la cónyuge. Y soñamos con las bondades que tiene, las cosas buenas que tiene. Por eso es muy importante recuperar el amor a través de la ilusión de todos los días. ¡Nunca dejen de ser novios!
A José le fue revelada la voluntad de Dios durante el descanso. En este momento de descanso en el Señor, cuando nos detenemos de nuestras muchas obligaciones y actividades diarias, Dios también nos habla. Él nos habla en la lectura que acabamos de escuchar, en nuestra oración y testimonio, y en el silencio de nuestro corazón. Reflexionemos sobre lo que el Señor nos quiere decir, especialmente en el Evangelio de esta tarde. Hay tres aspectos de este pasaje que me gustaría que considerásemos. Primero: descansar en el Señor. Segundo: levantarse con Jesús y María. Tercero: ser una voz profética.

Descansar en el Señor. El descanso es necesario para la salud de nuestras mentes y cuerpos, aunque a menudo es muy difícil de lograr debido a las numerosas obligaciones que recaen sobre nosotros. Pero el descanso es también esencial para nuestra salud espiritual, para que podamos escuchar la voz de Dios y entender lo que él nos pide. José fue elegido por Dios para ser el padre putativo de Jesús y el esposo de María. Como cristianos, también vosotros estáis llamados, al igual que José, a construir un hogar para Jesús. Preparar una casa para Jesús. Le preparáis un hogar en vuestros corazones, vuestras familias, vuestras parroquias y comunidades.

Para oír y aceptar la llamada de Dios, y preparar una casa para Jesús, debéis ser capaces de descansar en el Señor. Debéis dedicar tiempo cada día a descansar en el Señor, a la oración. Rezar es descansar en el Señor. Es posible que me digáis: Santo Padre, lo sabemos, yo quiero orar, pero tengo mucho trabajo. Tengo que cuidar de mis hijos; además están las tareas del hogar; estoy muy cansado incluso para dormir bien. Tenéis razón, seguramente es así, pero si no oramos, no conoceremos la cosa más importante de todas: la voluntad de Dios sobre nosotros. Y a pesar de toda nuestra actividad y ajetreo, sin la oración, lograremos realmente muy poco.

Descansar en la oración es especialmente importante para las familias. Donde primero aprendemos a orar es en la familia. No olvidéis: cuando la familia reza unida, permanece unida. Esto es importante. Allí conseguimos conocer a Dios, crecer como hombres y mujeres de fe, vernos como miembros de la gran familia de Dios, la Iglesia. En la familia aprendemos a amar, a perdonar, a ser generosos y abiertos, no cerrados y egoístas. Aprendemos a ir más allá de nuestras propias necesidades, para encontrar a los demás y compartir nuestras vidas con ellos. Por eso es tan importante rezar en familia. Muy importante. Por eso las familias son tan importantes en el plan de Dios sobre la Iglesia. Rezar juntos en familia es descansar en el Señor.
Yo quisiera decirles también una cosa personal. Yo quiero mucho a san José, porque es un hombre fuerte y de silencio y en mi escritorio tengo una imagen de san José durmiendo y durmiendo cuida a la Iglesia. Y cuando tengo un problema, una dificultad, yo escribo un papelito y lo pongo debajo de san José, para que lo sueñe. Esto significa para que rece por ese problema.
Otra consideración: levantarse con Jesús y María. Esos momentos preciosos de reposo, de descanso con el Señor en la oración, son momentos que quisiéramos tal vez prolongar. Pero, al igual que san José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar (cf. Rm 13,11). Como familia, debemos levantarnos y actuar. La fe no nos aleja del mundo, sino que nos introduce más profundamente en él. Esto es muy importante. Debemos adentrarnos en el mundo, pero con la fuerza de la oración. Cada uno de nosotros tiene un papel especial que desempeñar en la preparación de la venida del reino de Dios a nuestro mundo.

Del mismo modo que el don de la sagrada Familia fue confiado a san José, así a nosotros se nos ha confiado el don de la familia y su lugar en el plan de Dios. Lo mismo que con san José. A san José el regalo de la Sagrada Familia le fue encomendado para que lo llevara adelante, a cada uno de ustedes y de nosotros – porque yo también soy hijo de una familia – nos entregaron el plan de Dios para llevarlo adelante. El ángel del Señor le reveló a José los peligros que amenazaban a Jesús y María, obligándolos a huir a Egipto y luego a instalarse en Nazaret. Así también, en nuestro tiempo, Dios nos llama a reconocer los peligros que amenazan a nuestras familias para protegerlas de cualquier daño.
Estemos atentos a las nuevas colonizaciones ideológicas. Existen colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia. No nacen del sueño, de la oración, del encuentro con Dios, de la misión que Dios nos da. Vienen de afuera, por eso digo que son colonizaciones. No perdamos la libertad de la misión que Dios nos da, la misión de la familia. Y así como nuestros pueblos en un momento de su historia llegaron a la madurez de decirle ‘no’ a cualquier colonización política, como familia tenemos que ser muy, muy sagaces, muy hábiles, muy fuertes para decir ‘no’ a cualquier intento de colonización ideológica sobre la familia. Y pedirle a san José, que es amigo del ángel, que nos mande la inspiración para saber cuándo podemos decir ‘sí’ y cuándo debemos decir ‘no’.

Las dificultades que hoy pesan sobre la vida familiar son muchas. Aquí, en las Filipinas, multitud de familias siguen sufriendo los efectos de los desastres naturales. La situación económica ha provocado la separación de las familias  a causa de la migración y la búsqueda de empleo, y los problemas financieros gravan sobre muchos hogares. Si, por un lado, demasiadas personas viven en pobreza extrema, otras, en cambio, están atrapadas por el materialismo y un estilo de vida que destruye la vida familiar y las más elementales exigencias de la moral cristiana. Éstas son las colonizaciones ideológicas. La familia se ve también amenazada por el creciente intento, por parte de algunos, de redefinir la institución misma del matrimonio, guiados por el relativismo, la cultura de lo efímero, la falta de apertura a la vida.
Pienso en el beato Pablo VI en un momento donde se le proponía el problema del crecimiento de la población tuvo la valentía de defender la apertura a la vida de la familia. Él sabía las dificultades que había en cada familia, por eso en su Carta Encíclica era tan misericordioso con los casos particulares. Y pidió a los confesores que fueran muy misericordiosos y comprensivos con los casos particulares. Pero él miró más allá, miró a los pueblos de la tierra y vio esta amenaza de destrucción de la familia por la privación de los hijos. Pablo VI era valiente, era un buen pastor y alertó a sus ovejas de los lobos que venían. Que desde el cielo nos bendiga esta tarde.

Nuestro mundo necesita familias buenas y fuertes para superar estos peligros. Filipinas necesita familias santas y unidas para proteger la belleza y la verdad de la familia en el plan de Dios y para que sean un apoyo y ejemplo para otras familias. Toda amenaza para la familia es una amenaza para la propia sociedad. Como afirmaba a menudo san Juan Pablo II, el futuro de la humanidad pasa por la familia (cf. Familiaris Consortio, 85). El futuro pasa a través de la familia. Así pues, ¡custodiad vuestras familias! ¡proteged vuestras familias! Ved en ellas el mayor tesoro de vuestro país y sustentarlas siempre con la oración y la gracia de los sacramentos. Las familias siempre tendrán dificultades, así que no le añadáis otras. Más bien, sed ejemplo vivo de amor, de perdón y atención. Sed santuarios de respeto a la vida, proclamando la sacralidad de toda vida humana desde su concepción hasta la muerte natural. ¡Qué gran don para la sociedad si cada familia cristiana viviera plenamente su noble vocación! Levantaos con Jesús y María, y seguid el camino que el Señor traza para cada uno de vosotros.

Por último, el Evangelio que hemos escuchado nos recuerda nuestro deber cristiano de ser voces proféticas en medio de nuestra sociedad. José escuchó al ángel del Señor, y respondió a la llamada de Dios a cuidar de Jesús y María. De esta manera, cumplió su papel en el plan de Dios, y llegó a ser una bendición no sólo para la sagrada Familia, sino para toda la humanidad. Con María, José sirvió de modelo para el niño Jesús, mientras crecía en sabiduría, edad y gracia (cf. Lc 2,52). Cuando las familias tienen hijos, los forman en la fe y en sanos valores, y les enseñan a colaborar en la sociedad, se convierten en una bendición para nuestro mundo. Las familias pueden llegar a ser una bendición para el mundo. El amor de Dios se hace presente y operante a través de nuestro amor y de las buenas obras que hacemos. Extendemos así el reino de Cristo en este mundo. Y al hacer esto, somos fieles a la misión profética que hemos recibido en el bautismo.

Durante este año, que vuestros obispos han establecido como el Año de los Pobres, os pediría, como familias, que fuerais especialmente conscientes de vuestra llamada a ser discípulos misioneros de Jesús. Esto significa estar dispuestos a salir de vuestras casas y atender a nuestros hermanos y hermanas más necesitados. Os pido además que os preocupéis de aquellos que no tienen familia, en particular de los ancianos y niños sin padres. No dejéis que se sientan nunca aislados, solos y abandonados; ayudadlos para que sepan que Dios no los olvida. Hoy quedé sumamente conmovido en el corazón después de la Misa, cuando visité ese hogar de niños solos, sin familia. Cuánta gente trabaja en la Iglesia para que ese hogar sea una familia. Esto significa llevar adelante proféticamente qué significa una familia. Incluso si vosotros mismos sufrís la pobreza material, tenéis una abundancia de dones cuando dais a Cristo y a la comunidad de su Iglesia. No escondáis vuestra fe, no escondáis a Jesús, llevadlo al mundo y dad el testimonio de vuestra vida familiar.


Queridos amigos en Cristo, sabed que yo rezo siempre por vosotros. Rezo por las familias, lo hago. Rezo para que el Señor siga haciendo más profundo vuestro amor por él, y que este amor se manifieste en vuestro amor por los demás y por la Iglesia. No olvidéis a Jesús que duerme. No olvidéis a san José que duerme. Jesús ha dormido con la protección de José. No lo olvidéis: el descanso de la familia es la oración. No olvidéis de rezar por la familia. No dejéis de rezar a menudo y que vuestra oración dé frutos en todo el mundo, de modo que todos conozcan a Jesucristo y su amor misericordioso. Por favor, dormid también por mí y rezad también por mí, porque necesito verdaderamente vuestras oraciones y siempre cuento con ellas. Muchas gracias.

viernes, 16 de enero de 2015

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO DISCURSO DEL SANTO PADRE

Rizal Ceremonial Hall del Palacio Malacañán, Manila 
Señoras y Señores:
Gracias, señor Presidente, por su amable acogida y por sus palabras de saludo en nombre de las autoridades y el pueblo de Filipinas, y de los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático. Le agradezco de corazón su invitación a visitar Filipinas. 

Mi visita es sobre todo pastoral. Tiene lugar cuando la Iglesia en este país se prepara para celebrar el quinto centenario del primer anuncio del Evangelio de Jesucristo en estas costas. El mensaje cristiano ha tenido una inmensa influencia en la cultura filipina. Espero que este importante aniversario resalte su constante fecundidad y su capacidad para seguir plasmando una sociedad que responda a la bondad, la dignidad y las aspiraciones del pueblo filipino. 

 De manera particular, esta visita quiere expresar mi cercanía a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron que soportar el sufrimiento, la pérdida de seres queridos y la devastación causada por el tifón Yolanda. Al igual que tantas personas en todo el mundo, he admirado la fuerza heroica, la fe y la resistencia demostrada por muchos filipinos frente a éste y otros desastres naturales. Esas virtudes, enraizadas en la esperanza y la solidaridad inculcadas por la fe cristiana, dieron lugar a una manifestación de bondad y generosidad, sobre todo por parte de muchos jóvenes. En esos momentos de crisis nacional, un gran número de personas acudieron en ayuda de sus vecinos necesitados. Con gran sacrificio, dieron su tiempo y recursos, creando redes de ayuda mutua y trabajando por el bien común.

Este ejemplo de solidaridad en el trabajo de reconstrucción nos enseña una lección importante. Al igual que una familia, toda sociedad echa mano de sus recursos más profundos para hacer frente a los nuevos desafíos. En la actualidad, Filipinas, junto con muchos otros países de Asia, se enfrenta al reto de construir sobre bases sólidas una sociedad moderna, una sociedad respetuosa de los auténticos valores humanos, que tutele nuestra dignidad y los derechos humanos dados por Dios, y lista para enfrentar las nuevas y complejas cuestiones políticas y éticas. Como muchas voces en vuestro país han señalado, es más necesario ahora que nunca que los líderes políticos se distingan por su honestidad, integridad y compromiso con el bien común. De esta manera ayudarán a preservar los abundantes recursos naturales y humanos con que Dios ha bendecido este país. Y así serán capaces de gestionar los recursos morales necesarios para hacer frente a las exigencias del presente, y transmitir a las generaciones venideras una sociedad de auténtica justicia, solidaridad y paz.

Para el logro de estos objetivos nacionales es esencial el imperativo moral de garantizar la justicia social y el respeto por la dignidad humana. La gran tradición bíblica prescribe a todos los pueblos el deber de escuchar la voz de los pobres y de romper las cadenas de la injusticia y la opresión que dan lugar a flagrantes e incluso escandalosas desigualdades sociales. La reforma de las estructuras sociales que perpetúan la pobreza y la exclusión de los pobres requiere en primer lugar la conversión de la mente y el corazón. Los Obispos de Filipinas han pedido que este año sea proclamado el «Año de los Pobres». Espero que esta profética convocatoria haga que en todos los ámbitos de la sociedad se rechace cualquier forma de corrupción que sustrae recursos a los pobres. Que impulse también un esfuerzo concertado para garantizar la inclusión de todo hombre, mujer y niño en la vida de la comunidad.

La familia, y sobre todo los jóvenes, desempeñan un papel fundamental en la renovación de la sociedad. Un momento destacado de mi visita será el encuentro con las familias y los jóvenes, aquí en Manila. Las familias tienen una misión indispensable en la sociedad. Es en la familia donde los niños aprenden valores sólidos, altos ideales y sincera preocupación por los demás. Pero al igual que todos los dones de Dios, la familia también puede ser desfigurada y destruida. Necesita nuestro apoyo. Sabemos lo difícil que es hoy para nuestras democracias preservar y defender valores humanos básicos como el respeto a la dignidad inviolable de toda persona humana, el respeto de los derechos de conciencia y de libertad religiosa, así como el derecho inalienable a la vida, desde la de los no nacidos hasta la de los ancianos y enfermos. Por esta razón, hay que ayudar y alentar a las familias y las comunidades locales en su tarea de transmitir a nuestros jóvenes los valores y la visión que permita lograr una cultura de la integridad: aquella que promueve la bondad, la veracidad, la fidelidad y la solidaridad como base firme y aglutinante moral para mantener unida a la sociedad.

Señor Presidente, distinguidas autoridades, queridos amigos:
Al comenzar mi visita a este país, no puedo dejar de mencionar el papel importante de Filipinas para fomentar el entendimiento y la cooperación entre los países de Asia, así como la contribución eficaz, y a menudo no reconocida, de los filipinos de la diáspora a la vida y el bienestar de las sociedades en las que viven. A la luz de la rica herencia cultural y religiosa, que enorgullece a su país, les dejo un desafío y una palabra de aliento. Que los valores espirituales más profundos del pueblo filipino sigan manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a sus conciudadanos un desarrollo humano integral.

 De esta forma, toda persona será capaz de realizar sus potencialidades, y así contribuir de manera sabia y eficaz al futuro de este país. Espero que las meritorias iniciativas para promover el diálogo y la cooperación entre los fieles de distintas religiones consigan su noble objetivo. De modo particular, confío en que el progreso que ha supuesto la consecución de la paz en el sur del País promueva soluciones justas que respeten los principios fundantes de la nación y los derechos inalienables de todos, incluidas las poblaciones indígenas y las minorías religiosas.

Invoco sobre ustedes, y todos los hombres, mujeres y niños de esta amada nación, abundantes bendiciones de Dios.

miércoles, 14 de enero de 2015

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO: ORACIÓN MARIANA

Santuario de Nuestra Señora del Rosario, Madhu 
Queridos hermanos y hermanas
Estamos en la casa de nuestra Madre. Aquí ella nos da la bienvenida. En este santuario de Nuestra Señora de Madhu, todo peregrino se puede sentir en su casa, porque aquí María nos lleva a la presencia de su Hijo Jesús. Aquí vienen los habitantes de Sri Lanka, tamiles y cingaleses por igual, como miembros de una sola familia. Encomiendan a María sus alegrías y tristezas, sus esperanzas y necesidades. Aquí, en su casa, se sienten seguros. Saben que Dios está muy cerca; sienten su amor; conocen su ternura y misericordia, la tierna misericordia de Dios.

Se encuentran hoy aquí familias que han sufrido mucho en el largo conflicto que rasgó el corazón de Sri Lanka. Muchas personas, tanto del norte como del sur, fueron asesinadas en la terrible violencia y derramamiento de sangre de aquellos años. Los habitantes de Sri Lanka no pueden olvidar los trágicos acontecimientos ocurridos en este mismo lugar, o el triste día en que la venerada imagen de María, que data de la llegada de los primeros cristianos a Sri Lanka, fue arrancada de su santuario.

Pero la Virgen permanece siempre con vosotros. Ella es la madre de todo hogar, de toda familia herida, de todos los que están tratando de volver a una existencia pacífica. Hoy le damos las gracias por haber protegido a la población de Sri Lanka de tantos peligros pasados y presentes. María nunca olvida a sus hijos en esta isla resplandeciente. Al igual que nunca se apartó del lado de su Hijo en la cruz, así nunca se aparta de sus hijos que sufren en Sri Lanka.

Hoy queremos dar las gracias a la Virgen por su presencia. Ante tanto odio, violencia y destrucción, queremos darle las gracias porque sigue llevándonos a Jesús, el único que tiene el poder para curar las heridas abiertas y devolver la paz a los corazones desgarrados. Pero también queremos pedirle que implore para nosotros la gracia de la misericordia de Dios. Pedimos también la gracia de reparar por nuestros pecados y por todo el mal que esta tierra ha conocido.

No es fácil hacer esto. Sin embargo, cuando llegamos a entender, a la luz de la Cruz, el mal que somos capaces de hacer, y del que incluso formamos parte, podremos experimentar el auténtico remordimiento y el verdadero arrepentimiento. Sólo entonces podremos recibir la gracia de acercarnos unos a otros, con una verdadera contrición, dando y recibiendo el perdón verdadero. En esta difícil tarea de perdonar y tener paz, María siempre está presente para animarnos, para guiarnos, para mostrarnos el camino. De la misma manera que perdonó a los verdugos de su Hijo al pie de la cruz, y luego recibió su cuerpo exánime entre sus manos, así ahora quiere guiar al pueblo de Sri Lanka a una mayor reconciliación, para que el bálsamo del perdón y la misericordia de Dios proporcione una verdadera curación para todos.

Por último, queremos pedir a María Madre que acompañe con su intercesión los esfuerzos de ambas comunidades de Sri Lanka, tamiles y cingaleses, por reconstruir la unidad que se había perdido. Al igual que su imagen volvió a su santuario de Madhu después de la guerra, pedimos al Señor que todos sus hijos e hijas de Sri Lanka puedan volver ahora a la casa de Dios con un renovado espíritu de reconciliación y comunión.

Queridos hermanos y hermanas, me siento feliz de estar con vosotros en la casa de María. Oremos unos por otros. Sobre todo, pidamos que este santuario sea siempre una casa de oración y un remanso de paz. Que, por intercesión de Nuestra Señora de Madhu, todos los hombres encuentren aquí el ánimo y la fuerza para construir un futuro de reconciliación, justicia y paz para todos los hijos de esta querida tierra. Amén.

domingo, 11 de enero de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye con el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede en la orilla del Jordán. En el momento en el que Juan el Bautista bautiza a Jesús, el cielo se abre. “Y al salir del agua --dice Marcos-- vio que los cielos se abrían”. Vuelve a la mente la dramática súplica del profeta Isaías: “Si rasgaras el cielo y descendieras”. Esta invocación ha sido escuchada en el evento del Bautismo de Jesús. Y así, termina el tiempo de los “cielos cerrados”, que indica la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El pecado nos aleja de Dios e interrumpe la unión entre la tierra y el cielo, determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto. 

Así la tierra se ha convertido en la casa de Dios entre los hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de Dios, experimentando todo el amor y la misericordia infinita. Lo podemos encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en particular en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados, en los refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios invisible.

Con el Bautismo de Jesús no solo se abren los cielos, sino que Dios habla de nuevo haciendo resonar su voz: “Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección”. La voz del Padre proclama el misterio que se esconde en el Hombre bautizado por el Precursor. Jesús, el Hijo de Dios encarnado, es también la Palabra definitiva que el Padre ha querido decir al mundo. Solo escuchando, siguiendo y testimoniando esta Palabra, podemos hacer plenamente fecunda nuestra experiencia de fe, cuya semilla se ha puesto en nosotros el día de nuestro Bautismo.

El descenso del Espíritu Santo, en forma de paloma, consiente a Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es nuestra salvación. El Espíritu Santo, el gran olvidado en nuestras oraciones. Nosotros a menudo rezamos a Jesús, rezamos al Padre, especialmente cuando rezamos el Padre Nuestro, pero no tan frecuentemente rezamos al Espíritu Santo. Es verdad ¿no? El olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su inspiración. El Espíritu Santo, que ha animado por entero la vida y el ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la existencia cristiana. La existencia de un hombre, una mujer, que se dicen y quieren ser cristianos. Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión, que todos hemos recibido en virtud del Bautismo, significa reencontrar la valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. Sin embargo un cristiano y una comunidad “sordos” a la voz del Espíritu Santo, que empuja a llevar el Evangelio a los confines de la tierra y de la sociedad, se convierten también en un cristiano y una comunidad “mudos” que no hablan y no evangelizan. Recordad esto, rezar a menudo al Espíritu Santo, para que nos ayude, nos dé la fuerza, nos dé la inspiración, y nos haga ir adelante.

María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de todos nosotros bautizados; nos ayude a crecer en el amor hacia Dios y en la alegría de servir el Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.

Al finalizar la oración del ángelus, el Santo Padre ha saludado a los presentes:
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos.
Con gusto saludo al grupo de estudiantes de Estados Unidos de América, como también a la Asociación Laicos Amor Misericordioso. Hay mucha necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven en los distintos ambientes sociales. Adelante, estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia.

Mañana por la tarde saldré para un viaje apostólico a Sri Lanka y Filipinas. ¡Gracias por vuestro deseo en ese cartel! Muchas gracias. Os pido por favor que me acompañéis con la oración. Pido también a los srilankeses y a los filipinos que están aquí en Roma que recen especialmente por mí, por este viaje.

Os deseo a todos un feliz domingo, aunque es un poco feo el tiempo pero, un feliz domingo. Y también hoy es un día para recordar con alegría el propio bautismo. Recordad lo que os he pedido. Buscad la fecha del bautismo. Así, cada uno de nosotros puede decir. ‘Yo he sido bautizado tal día’. Que sea la alegría del bautismo hoy. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

martes, 6 de enero de 2015

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

"Ese Niño, nacido de la Virgen María en Belén, vino no sólo para el pueblo de Israel, representado en los pastores de Belén, sino también para toda la humanidad, representada hoy por los Magos de Oriente. Y precisamente hoy, la Iglesia nos invita a meditar y a rezar sobre los Magos y su camino en busca del Mesías.

Estos Magos que vienen de Oriente son los primeros de esa gran procesión de la que habla el profeta Isaías en la primera lectura (cf. 60,1-6). Una procesión que desde entonces no se ha interrumpido jamás, y que en todas las épocas reconoce el mensaje de la estrella y encuentra el Niño que nos muestra la ternura de Dios. Siempre hay nuevas personas que son iluminadas por la luz de su estrella, que encuentran el camino y llegan hasta él. 

Según la tradición, los Magos eran hombres sabios, estudiosos de los astros, escrutadores del cielo, en un contexto cultural y de creencias que atribuía a las estrellas un significado y un influjo sobre las vicisitudes humanas. Los Magos representan a los hombres y a las mujeres en busca de Dios en las religiones y filosofías del mundo entero, una búsqueda que no acaba nunca.

Los Magos nos indican el camino que debemos recorrer en nuestra vida. Ellos buscaban la Luz verdadera: «Lumen requirunt lumine», dice un himno litúrgico de la Epifanía, refiriéndose precisamente a la experiencia de los Magos; siguiendo una luz ellos buscan la luz. Iban en busca de Dios. Cuando vieron el signo de la estrella, lo interpretaron y se pusieron en camino, hicieron un largo viaje.

El Espíritu Santo es el que los llamó e impulsó a ponerse en camino, y en este camino tendrá lugar también su encuentro personal con el Dios verdadero.

En su camino, los Magos encuentran muchas dificultades. Cuando llegan a Jerusalén ellos van al palacio del rey, porque consideran algo natural que el nuevo rey hubiera nacido en el palacio real. Allí pierden de vista la estrella, cuantas veces se pierde la vista de la estrella, y se encuentran una tentación, puesta ahí por el diablo, es el engaño de Herodes. El rey Herodes muestra interés por el niño, pero no para adorarlo, sino par eliminarlo.

Herodes es un hombre de poder, que sólo consigue ver en el otro a un rival. Y en el fondo, también considera a Dios como un rival, más aún, como el rival más peligroso. En el palacio de Herodes los Magos atraviesan un momento de oscuridad, de desolación, que consiguen superar gracias a la moción del Espíritu Santo, que les habla mediante las profecías de la Sagrada Escritura. Éstas indican que el Mesías nacerá en Belén, la ciudad de David.

En este momento, retoman el camino y vuelven a ver la estrella. El evangelista apunta que experimentaron una «inmensa alegría» (Mt 2,10), una verdadera consolación. Llegados a Belén, encontraron «al niño con María, su madre» (Mt 2,11).

Después de lo ocurrido en Jerusalén, ésta será para ellos la segunda gran tentación: rechazar esta pequeñez. Y sin embargo: «cayendo de rodillas lo adoraron», ofreciéndole sus dones preciosos y simbólicos. La gracia del Espíritu Santo es la que siempre los ayuda. Esta gracia que, mediante la estrella, los había llamado y guiado por el camino, ahora los introduce en el misterio. Esa misma estrella que les ha acompañado en el camino les hace entrar en el misterio. 

Guiados por el Espíritu, reconocen que los criterios de Dios son muy distintos a los de los hombres, que Dios no se manifiesta en la potencia de este mundo, sino que nos habla en la humildad de su amor. El amor de Dios es grande, sí; el amor del Dios es potente, sí; pero el amor de Dios es humilde, tan humilde. De ese modo, los Magos son modelos de conversión a la verdadera fe porque han dado más crédito a la bondad de Dios que al aparente esplendor del poder.

Y ahora nos preguntamos: ¿Cuál es el misterio en el que Dios se esconde? ¿Dónde puedo encontrarlo? Vemos a nuestro alrededor guerras, explotación de los niños, torturas, tráfico de armas, trata de personas... Jesús está en todas estas realidades, en todos estos hermanos y hermanas más pequeños que sufren tales situaciones (cf. Mt 25, 40.45). El pesebre nos presenta un camino distinto al que anhela la mentalidad mundana. Es el camino del anonadamiento de Dios, de su gloria escondida en el pesebre de Belén, en la cruz del Calvario, en el hermano y en la hermana que sufren.

Los Magos han entrado en el misterio. Han pasado de los cálculos humanos al misterio, y éste es el camino de su conversión. ¿Y la nuestra? Pidamos al Señor que nos conceda vivir el mismo camino de conversión que vivieron los Magos. Que nos defienda y nos libre de las tentaciones que oscurecen la estrella. Que tengamos siempre la inquietud de preguntarnos, ¿dónde está la estrella?, cuando, en medio de los engaños mundanos, la hayamos perdido de vista. Que aprendamos a conocer siempre de nuevo el misterio de Dios, que no nos escandalicemos de la “señal”, de la indicación: «un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12), y que tengamos la humildad de pedir a la Madre, a nuestra Madre, que nos lo muestre. Que encontremos el valor de liberarnos de nuestras ilusiones, de nuestras presunciones, de nuestras “luces”, y que busquemos este valor en la humildad de la fe y así encontremos la Luz, Lumen, como han hecho los santos Magos. Amén". 

domingo, 4 de enero de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
¡Qué lindo domingo nos regala el nuevo año!, ¡qué lindo día!
Dice san Juan en el evangelio que hemos leído hoy: 'En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Venía al mundo la luz verdadera, la que ilumina a cada hombre'.

Los hombres hablan mucho de la luz, pero con frecuencia prefieren la tranquilidad engañosa de la oscuridad. Nosotros hablamos tanto de la paz pero con frecuencia recurrimos a la guerra, o elegimos el silencio cómplice o no hacemos nada de concreto para construir la paz. De hecho dice San Juan, 'Vino entre los suyos y los suyos no lo han acogido'. Porque el juicio es éste: la luz, Jesús, vino al mundo pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malvadas. Quien hace el mal odia la luz y no viene hacia la luz para que no sean descubiertas su obras. Así lo dice en el evangelio san Juan: el corazón del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz pone al descubierto sus obras malvadas. Quien hace el mal odia la luz, quien hace el mal odia la paz.

Hemos iniciado hace pocos días el nuevo año en el nombre de la Madre de Dios, celebrando la Jornada Mundial de la Paz sobre el tema “Nunca más esclavos, sino hermanos”.

Mi deseo es que se acabe la explotación del hombre por parte del hombre. Esta explotación es una herida social que mortifica las relaciones interpersonales e impide una vida de comunión que busca el respeto, la justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz, cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz. Por lo tanto es necesario y urgente construir la paz. Seguramente la paz no es solamente ausencia de guerra, pero una condición general en la cual la persona humana está en armonía con si misma, con la naturaleza y con los otros. Esta es la paz.

Entretanto para hacer callar las armas y apagar los focos de guerra es una condición inevitable dar inicio a un camino destinado a alcanzar la paz en sus diferentes aspectos.
Pienso en los conflictos que ensangrientan aún demasiadas regiones del planeta, en las tensiones en las familias y en las comunidades. En cuantas familias y en cuantas comunidades parroquiales hay guerra. Como en las divergencias existentes en nuestras ciudades y en nuestros países entre grupos de diverso origen cultural, étnico y religioso.
Tenemos que convencernos, a pesar de las apariencias contrarias, que la concordia siempre es posible, en todo nivel y en cada situación. ¡No hay futuro sin propósitos y proyectos de paz! ¡No hay futuro sin la paz!

Dios en el antiguo testamento hace una promesa, e Isaías dice: “Romperán sus espadas y harán arados, con sus lanzas harán hoces; una nación no levantará más la espada contra otra nación, no aprenderán el arte de la guerra” (Is 2, 4). ¡Bello¡

La paz es anunciada, como un don especial de Dios, con el nacimiento del Redentor: “Paz en la tierra a los hombres que Dios ama” (Lc 2, 14). Tal don pide que sea implorado incesantemente en la oración. Acordémonos, aquí en la plaza ese cartel: 'En la raíz de la paz está la oración'.

y ser acogido cada día con empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En el alba de un nuevo año, todos nosotros estamos llamados a encender nuevamente en el corazón un impulso de esperanza, que tiene que traducirse en obras concretas de paz,

No estás bien con aquel, haz la paz; en tu casa, haz la paz; en tu comunidad, haz la paz; en tu trabajo, haz la paz. Obras de paz, de reconciliación y de fraternidad.
Cada uno, en su propio rol y en las propias responsabilidades, puede cumplir gestos de fraternidad hacia el prójimo, especialmente de quienes están probados por las tensiones familiares o por dificultades de varios tipos.

Estos pequeños gestos tienen tanto valor y pueden ser semillas que dan esperanza y pueden abrir caminos de esperanza y de paz. Invoquemos ahora a María, Reina de la Paz. Ella durante su vida terrena, ha conocido no pocas dificultades, relacionadas a la fatiga cotidiana de la existencia. Pero nunca perdió la paz de su corazón, fruto del abandono confiado en la misericordia de Dios. A María, nuestra tierna Madre, pedimos indique al mundo entero el camino seguro del amor y de la paz.