domingo, 29 de junio de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO (SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO)


Queridos hermanos y hermanas:

Desde tiempos remotos la iglesia romana celebra la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo en un solo día, el 29 de junio. La Fe en Jesucristo ha hecho hermanos y el martirio los hizo convertirse en una misma cosa. San Pedro y San Pablo, tan diferentes entre sí en el plano humano, fueron escogidos personalmente por el Señor Jesús y han respondido a la llamada ofreciendo toda su vida. En tanto la gracia de Cristo ha logrado grandes cosas, les ha transformado. ¿Cómo les transformó? Simón había repudiado a Jesús como un drama de la pasión; Saulo había perseguido a los cristianos duramente. Pero ambos han aceptado el amor de Dios y su misericordia. Así que se hicieron amigos y apóstoles de Cristo. Por lo tanto, siguen a la iglesia y todavía hoy nos indican el camino de la salvación.

El libro de los Hechos muestra muchos rasgos de su testimonio. Pedro, por ejemplo, nos enseña a mirar con ojos de fe a los pobres y darles lo que tenemos más precioso: el poder del nombre de Jesucristo. Cuando, junto con Juan Apóstol, pasa cerca del mendigo sentado en la puerta del templo, se detiene y dice, "nos miran". Es una invitación a mirar a los ojos, para establecer una relación humana. Y añade: ' no posee ni plata ni oro, pero lo que haré será en el nombre de Jesucristo de Nazaret: Levántate y anda! " (At-3,4 6). Entonces le lleva de la mano y le ayuda a levantarse. Y el hombre empieza a caminar, entre el asombro de los presentes: Jesús sanó a través de Pedro.

Pablo explicó tres veces el episodio en el camino de Damasco, que marca el punto de inflexión de su vida, marcando claramente un antes y un después. En primer lugar, Pablo era un enemigo de la iglesia. Más tarde, pone toda su vida al servicio del Evangelio. Para nosotros el encuentro con la palabra de Cristo es capaz de transformar completamente nuestras vidas. No puedes escuchar esta palabra y permanecer estancado en nuestros hábitos. Superar el egoísmo nos insta a que nosotros en el corazón sigamos decididamente a ese Maestro que dio su vida por sus amigos. Es él, el que con su palabra te cambia, te transforma, te perdona todo si abrimos el corazón.

Queridos hermanos y hermanas: Este Festividad nos da mucha alegría, porque nos pone frente a la obra de la misericordia de Dios en los corazones de dos hombres, que eran dos pecadores. Y Dios quiere llenarnos de su gracia, como lo hizo con Pedro y con Pablo. Que la Virgen María nos ayude a darle la bienvenida como ellos, con el corazón abierto: ¡No para recibirlo en vano! Y sostenernos en la hora del juicio, para dar testimonio de Jesucristo y su Evangelio. Pedimos hoy en particular por los arzobispos metropolitanos nombrados en el último año, que celebraban conmigo esta mañana la Eucaristía en San Pedro. Les saludamos todos con afecto y oramos por ellos.

Después del Angelus

Queridos hermanos y hermanas:

Las noticias que llegan de Irak son desgraciadamente muy dolorosas. Deseo unirme a los obispos del país para apelar para que, a través del diálogo, se preserve la unidad nacional y se evite la guerra. Son cerca de miles de familias, especialmente los cristianos, los que tuvieron que abandonar sus hogares y están en grave peligro. La violencia engendra más violencia, el diálogo es la única forma de paz. Pidamos a la Virgen por el pueblo de Iraq:

(Ave María)

Saludo a todos, especialmente los fieles de Roma, en la Fiesta del Santo Patrón, así como a los miembros de la familia de los arzobispos y metropolitanos que esta mañana recibieron el Palio y las delegaciones que los han acompañado. Saludo a los artistas de muchas partes del mundo que han hecho un gran Festival de las flores, y agradezco los que lo promovieron.

Saludo cordialmente a los fieles de San Fernando y de Ubrique (Cádiz), de Elche de la Sierra (Albacete), y de Parla, Madrid, así como a los numerosos alfombristas que han participado en la gran muestra floral.

Saludo a los peregrinos de Madagascar, los estudiantes de las escuelas católicas de los Estados Unidos de América y en Londres; los fieles de Messina, Nápoles, Neviano, Taranto, Rocca di Papa y Pezzoro y los que llegaron en bicicleta de Cardiff; los grupo "amigos de Venerable Francesco Antonio Marcucci".

Saludo a las asociaciones de familia Foro de Lazio y les deseo todo lo mejor para la tarea en los próximos días en el Instituto Pío XI de Roma. Un deseo para el espectáculo de fuegos artificiales tradicionales que tendrá lugar esta noche en Castel Sant'Angelo, cuyas ganancias apoyará una iniciativa para la gente joven de Tierra Santa. Buen domingo y buena comida. Adiós.

miércoles, 25 de junio de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas,¡buenos días!                                                                                                                       Hoy hay otro grupo de peregrinos que están conectados con nosotros desde el Aula Pablo VI, son los peregrinos enfermos, porque con este tiempo con tanto calor y con las posibilidades de lluvia, me pareció prudente que estuvieran allí. Pero ellos están conectados con nosotros a través de una pantalla gigante y así estamos unidos en la misma Audiencia. Nosotros rezaremos hoy especialmente por ellos, por su enfermedad ¡gracias!

En la primera catequesis sobre la Iglesia, el pasado miércoles, partíamos de la iniciativa de Dios que quiere formar un pueblo que lleve su bendición a todos los pueblos de la tierra. Comienza con Abraham y después, con mucha paciencia, ¡Dios tiene mucha!, prepara este pueblo en la Antigua Alianza hasta que, en Jesucristo, lo constituye como signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y entre ellos  (cfr Conc. Ecum. Vat. II, Cost. Lumen gentium, 1). Hoy queremos detenernos en la importancia, para el cristiano, de pertenecer a este pueblo. Hablaremos sobre la pertenencia a la Iglesia.
1. No estamos aislados y no somos cristianos a título individual, cada uno por su cuenta: ¡nuestra identidad cristiana es pertenencia! Somos cristianos porque pertenecemos a la Iglesia. Es como un apellido: si el nombre es “soy cristiano”, el apellido es “pertenezco a la Iglesia”. Es muy bello destacar como esta pertenencia se expresa también en el nombre que Dios se atribuye a sí mismo. Respondiendo a Moisés, en el estupendo pasaje de la “zarza ardiente” (cfr Es 3,15), se define de hecho como el Dios de los padres. No dice “soy el Omnipotente”, no, dice soy el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. De este modo Él se manifiesta como el Dios que ha forjado una alianza con los padres, permanece siempre fiel a su pacto y nos llama a entrar en esta relación que nos precede. Esta relación de Dios con el pueblo nos precede a todos nosotros.

2. En este sentido el pensamiento en primer lugar, es de gratitud, a todos los que nos han precedido y nos han acogido en la Iglesia. Nadie se vuelve cristiano por sí mismo. ¿Está claro esto? Nadie se hace cristiano por sí mismo. No se crean cristianos en laboratorio, el cristiano forma parte de un Pueblo que viene de lejos. El cristiano pertenece a un Pueblo que se llama Iglesia. Y esta Iglesia lo hace cristiano el día del Bautismo, se entiende y después con el recorrido de la catequesis y más cosas pero ¡nadie se hace cristiano a sí mismo!.

Si nosotros creemos, si sabemos rezar, si conocemos al Señor y podemos escuchar su Palabra, si lo sentimos cercano y lo reconocemos en nuestros hermanos es porque otros, antes que nosotros, han vivido la fe y nos la han transmitido, nos la han enseñado. Si lo pensamos bien, cuántas personas queridas pasan ante nuestros ojos, en estos momentos: puede ser el rostro de nuestros padres que pidieron el Bautismo para nosotros; el de nuestros abuelos y nuestros familiares que nos han enseñado a hacer el signo de la cruz y a recitar nuestras primeras oraciones.

Yo recuerdo muchas veces el rostro de la religiosa que me enseñó el catecismo, está en el Cielo seguro porque era una santa mujer… yo la recuerdo siempre y doy gracias a Dios por esta buena mujer. O bien el rostro del párroco, u otro sacerdote, o una religiosa, un catequista, que nos ha transmitido el contenido de la fe y nos ha hecho crecer como cristianos… Esta es nuestra Iglesia: es una gran familia, en la que se nos acoge y se nos enseña a vivir como creyentes y como discípulos del Señor Jesús.
3. Este camino lo podemos vivir no solo gracias a otras personas, sino junto a otras personas. En la Iglesia nos existe el “hazlo tú mismo”, no existen los “independientes”. ¡Cuántas veces el Papa Benedicto ha descrito la Iglesia como un “nosotros” eclesial! Alguna vez oyes a alguien decir: “Creo en Jesús, en Dios, pero la Iglesia no me interesa..”.


¿Cuántas veces hemos escuchado esto? Pero esto no está bien. Hay quien considera que es mejor tener una relación personal, directa, inmediata con Jesucristo, fuera de la comunión y de la mediación de la Iglesia. Son tentaciones peligrosas y dañinas. Son, como decía el gran Pablo VI: dicotomías absurdas. Es verdad que a veces caminar juntos cuesta, a veces es cansado: puede pasar que algún hermano o hermana nos cree un problema o nos escandalice… Pero el Señor ha confiado su mensaje de salvación a personas humanas, a todos nosotros, a todos los hermanos y hermanas con sus dones y sus límites, y viene hacia nosotros y se da a conocer. Esto significa pertenecer a la Iglesia. ¡Acordaos bien!


Queridos amigos, pidamos al Señor, por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, la gracia de no caer nunca en la tentación de pensar que podemos hacer menos que los demás, de poder hacer poco en la Iglesia, de poder salvarnos solos. De ser cristianos de laboratorio. Al contrario, no se puede amar a Dios sin amar a los hermanos: no se puede estar en comunión con Dios sin estarlo con la Iglesia y no podemos ser buenos cristianos si no estamos junto a todos los que tratan de seguir al Señor Jesús, como un único pueblo, un único cuerpo y esto es la Iglesia ¡gracias!
 


domingo, 22 de junio de 2014

Ángelus del Papa Francisco "Pan de Vida"

Queridos hermanos y hermanas:

 En Italia y muchos otros países están celebrando este domingo, la fiesta del cuerpo y sangre de Cristo –se usa generalmente el nombre en latino: Corpus Domini, o Corpus Christi. La Comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía para adorar el tesoro más preciado que Jesús dejó.

El Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el "pan de vida", dado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, al cual afirma: "Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguien come de este pan, vivirá para siempre y el pan que daré es mi carne para la vida del mundo» (Jn 6,51). Jesús señala que no vino a este mundo a dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión con el Señor nos compromete, sus discípulos, a imitarlo, hacer nuestras vidas un pan despedazado para los demás, como el Maestro ha despedazado el pan que es su carne.

Cada vez que participamos en la Santa Misa y comemos el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra dentro de nosotros, forja nuestros corazones, nos comunica las actitudes internas que se traducen en comportamientos según el Evangelio. En primer lugar la docilidad a la palabra de Dios, después la fraternidad entre nosotros mismos, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los que no tienen fe, para dar cabida a los excluidos. De esta manera la Eucaristía hace madurar un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, acoge con  corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, según la medida de Dios, es decir, sin medida.

Y es entonces que somos capaces de amar incluso a quienes no nos quieren, de oponernos a mal con el bien, de perdonar, de compartir, de aceptar. Gracias a Jesús y su espíritu, incluso nuestras vidas se convierten en "pan despezado" por nuestros hermanos. Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría! La alegría de ser don, para corresponder el gran regalo que hemos recibido, sin nuestro mérito.

Jesús, pan de vida eterna, descendió del cielo y se hizo carne por medio de la fe de María Santísima . Después de haberlo tenido consigo misma con amor inefable, Ella lo siguió lfielmente hasta la Cruz y la resurrección. Pedimos a la Virgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, y a hacerlo centro de nuestra vida, especialmente en la misa del domingo y en la adoración.



Después de Angelus


Queridos hermanos y hermanas, el 26 de junio será el día de Naciones Unidas por las víctimas de la tortura. En esta ocasión me lleva a reiterar la firme condena de toda forma de tortura y hago un llamamiento a los cristianos a comprometerse a cooperar para sus abolición y a apoyar las víctimas y sus familias. Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado muy grave.

Entrego mi saludo a todos, romanos y peregrinos. En particular, saludo a los alumnos de la escuela de oratoria de Londres, los fieles de la diócesis de Como y a los de Ormea (CN), el "coro de la alegría" de Matera, la Asociación "el arca" de Borgomanero e hijos de Massafra. También saludo a los chicos del Liceo "Canova" de Treviso, el grupo de ciclismo de San Pietro en Gu (Padua) y la iniciativa "Vivere  da Campione", que inspirado por san Juan Pablo II trajo alrededor de Italia un mensaje de solidaridad. Deseo que todos un buen el domingo y un buen almuerzo. ¡Adiós! 

domingo, 15 de junio de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO EN LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión profunda y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de toda criatura. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, a la que hemos sido llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: “Por esto sabrán que sois mis discípulos: si tenéis amor los unos por los otros” (Jn 13, 35). Es una contradicción pensar en cristianos que se odian ¡es una contradicción! Esto es lo que busca siempre el diablo, que nos odiemos, porque él pretende siempre sembrar la cizaña del odio. Él no conoce el amor. El amor es de Dios.

Todos estamos llamados a testificar y a anunciar el mensaje de que “Dios es amor”, que Dios no está lejos o es insensible a nuestros asuntos humanos. Él está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama hasta tal punto que se hizo carne, que se ha hecho hombre, vino al mundo no para juzgarlo sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cfr. Jn 3, 16-17). Este es el amor de Dios en Jesús. Este amor que es tan difícil de entender, pero que nosotros los sentimos cuando nos acercamos a Jesús y él nos perdona siempre, nos espera siempre, nos ama tanto. Este amor de Jesús que nosotros sentimos es el Amor de Dios.

El Espíritu Santo, don de Jesús Resucitado, nos comunica la vida divina y así nos hace entrar en el dinamismo de la Trinidad, que es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de compartir. Una persona que ama a los demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia que se ama y se ayuda, los unos a los otros, es reflejo de la Trinidad. Una parroquia en la que se quieren mucho y se comparten los bienes espirituales y materiales es un reflejo de la Trinidad.

El amor verdadero no tiene límites, pero sabe limitarse, para ir hacia el otro, para respetar la libertad del otro. Todos los domingos vamos a Misa celebramos la Eucaristía juntos. La Eucaristía es como la “zarza ardiente” en la que humildemente habita y se comunica la Trinidad; por esto la Iglesia ha puesto la fiesta del Corpus Domini después de la de la Trinidad.

El próximo Jueves, según la tradición romana, celebraremos la Santa Misa en San Juan de Letrán y después haremos la procesión con el Santísimo Sacramento. Invito a los romanos y a los peregrinos a participar para expresar nuestro deseo de ser un pueblo “unido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (San Cipriano).

Que la Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos ayude a hacer de toda nuestra vida, en los pequeños gestos y en las elecciones más importantes, un himno de alabanza a Dios Amor.

DESPUÉS DEL ÁNGELUS

Queridos hermanos y hermanas:

Estoy siguiendo con mucha preocupación los sucesos de estos últimos días en Irak. Os invito a todos a uniros a mi oración por la querida nación iraquí, sobre todo por las víctimas y por los que sufren mayormente las consecuencias del aumento de la violencia, en especial por las muchas personas, entre los cuales muchos cristianos, que han tenido que dejar su propia casa. Deseo, para toda la población, la seguridad y la paz y un futuro de reconciliación y de justicia donde todos los iraquíes, sea cual sea su pertenencia religiosa, puedan reconstruir juntos su patria, haciendo de ella un modelo de convivencia. Recemos a la madre, todos juntos por el pueblo iraquí. Ave Maria...(Rezo del Papa Francisco)

Estoy muy contento de anunciar que, aceptando la invitación de los obispos y de las autoridades civiles albanesas, pretendo ir a Tirana el próximo domingo 21 de septiembre. Con este breve viaje deseo confirmar en la fe a la Iglesia de Albania y expresar mi aliento a un país que ha sufrido largamente las consecuencias de las ideologías del pasado.

Ahora os saludo a todos vosotros, queridos peregrinos presentes hoy: grupos parroquiales, familias y asociaciones. En especial saludo a los militares de Colombia, a los fieles venidos de Taiwan y Hong Kong, de Ávila y La Rioja (España=, de Venado Tuerto (Argentina), de Cagliari, Albino, Vignola, Lucca y Battipaglia.

Saludo al Movimeinto Pro Sanctitate, en el centenario de nacimiento del fundador, el Siervo de Dios, Guglielmo Giaquinta: queridos amigos, os animo a llevar adelante con alegría el apostolado de la santidad. Saludo a los jóvenes de Casaleone que han recibido la Confirmación y a los trabajadores del Grupo IDI Sanidad de Roma.

Un pensamiento especial dirijo a las colaboradoras domésticas y cuidadoras, que provienen de muchas partes del mundo y que desarrollan un servicio precioso en las familias, especialmente apoyando a los ancianos y a las personas discapacitadas. No valoramos con justicia la gran labor que llevan a cabo con la familia. Gracias a todos.

A todos os deseo un buen domingo y una buena comida, No os olvidéis de rezar por mi.¡Hasta pronto!


miércoles, 11 de junio de 2014

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El don del temor de Dios, del que hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios, no es eso… sabemos bien que Dios es Padre, que nos ama y quiere nuestra salvación y siempre perdona ¡siempre! ¡por lo que no hay motivos para tenerle miedo!
 
El temor de Dios, sin embargo, es el don del Espíritu que nos recuerda lo pequeños que somos frente a Dios y su amor y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios, este abandono en la voluntad de nuestro Padre que nos quiere tanto.
 
1. Cuando el Espíritu Santo hace morada en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos así como somos, así de pequeños, con esa actitud, tan recomendada por Jesús en el Evangelio, de quien pone todas sus preocupaciones y esperanzas en Dios y se siente acogido y sostenido por su calor y su protección, ¡igual que un niño con su papá!
 
Este sentimiento es lo que el Espíritu Santo hace en nuestros corazones, nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, comprendemos bien cómo el temor de Dios asume en nosotros la forma de docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, colmando nuestro corazón de esperanza.                  
 
Muchas veces, de hecho, no llegamos a aceptar el plan de Dios y nos damos cuenta de que no somos capaces de proporcionarnos a nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Es exactamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza, sin embargo, cuando el Espíritu nos conforta y nos hace percibir como lo único importante el conducirnos por Jesús hacia los brazos del Padre.
 
2. Esta es la razón por la que necesitamos tanto este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y de que la verdadera fuerza esta únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda verter sobre nosotros su bondad y su misericordia.                        
 
Abrir el corazón para que la bondad y la misericordia de Dios lleguen. Esto hace el Espíritu Santo con este don de Dios, abre el corazón. Corazón abierto para que el perdón, la misericordia, la bondad del Padre lleguen a nosotros porque somos hijos amados infinitamente.
 
3. Cuando tenemos el temor de Dios, entonces nos vemos impulsados a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto, sin embargo, no significa una actitud de resignación pasiva, con lamentos… sino con la sorpresa y la alegría de un hijo que se reconoce servido y amado por el Padre.                
 
El temor de Dios, por tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros la valentía y la fuerza. Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no se someten al Señor por miedo, sino porque se han visto conmovidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios, y esto es algo belllo ¡dejarnos conquistar por el amor de Papá! Nos ama mucho, nos ama con todo su corazón…
 
Pero ¡estemos atentos! el don del temor de Dios es también una “alarma” frente a la obstinación en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando se aprovecha de los demás, tiranizándolos, cuando vive sólo por el dinero, la vanidad, el poder, el orgullo… entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, dinero, orgullo, con toda tu vanidad no serás feliz.                 
 
Nadie puede llevar consigo al otro lado ni el dinero, ni el poder, ni el orgullo ni la vanidad ¡nada! Sólo podemos llevar con nosotros el amor que Dios nos da, las caricias de Dios aceptadas y recibidas por nosotros con amor y todo lo que hemos hecho por los demás ¡Atención: no pongáis la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder y en la vanidad, ellos no pueden prometernos nada!
 
Pienso por ejemplo en las personas que tienen responsabilidad sobre otras y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en el otro lado? ¡No! Todos los frutos de su corrupción han corrompido su corazón ¡será difícil ir hacia Dios!
 
Pienso en los que viven de la trata de personas y del trabajo esclavo ¿pensáis que esta gente tiene en su corazón el amor de Dios, alguien que hace trata de personas, que se aprovecha de ellas con el trabajo esclavo? ¡No! No tienen el amor de Dios y no son felices…  
 
Pienso en los que fabrican armas para fomentar las guerras… Pensad ¡qué trabajo este! Yo creo que si hago esta pregunta: ¿Cuántos de vosotros construís armas? ¡Nadie! Porque estos no vienen a escuchar la Palabra de Dios, estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte, hacen esta mercancía de muerte.                        
 
Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo terminará y tendrán que rendir cuentas a Dios.
 
Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: “Este pobre grita y el Señor le escucha, lo libra de todas sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los salva” (vv. 7-8).
 
Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a las de los pobres, para acoger el don del temor de Dios, y poder reconocernos, junto a ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre ¡nuestro Papá!


domingo, 8 de junio de 2014

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS



«Todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hech 2,4).
Hablando a los Apóstoles en la Última Cena, Jesús les dijo que, luego de su partida de este mundo, les enviaría el don del Padre, o sea el Espíritu Santo (cfr Jn 15,26). Esta promesa se realiza con potencia en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquella efusión, si bien extraordinaria, no permaneció única y limitada a aquel momento, sino que es un evento que se ha renovado y se renueva todavía. Cristo glorificado a la derecha del Padre continúa realizando su promesa, enviando sobre la Iglesia el Espíritu vivificante, que nos enseña, nos recuerda, nos hace hablar.

El Espíritu Santo nos enseña: es el Maestro interior. Nos guía por el camino justo, a través de las situaciones de la vida. Él nos enseña el camino. En los primeros tiempos de la Iglesia, el Cristianismo era llamado "el Camino" (cfr Hech 9,2), y el mismo Jesús es el Camino. El Espíritu Santo nos enseña a seguirlo, a caminar sobre sus huellas. Más que un maestro de doctrina, el Espíritu es un maestro de vida. Y ciertamente de la vida forma parte también el saber, el conocer, pero dentro del horizonte más amplio y armónico de la existencia cristiana.
El Espíritu Santo nos recuerda, nos recuerda todo aquello que Jesús ha dicho. Es la memoria viviente de la Iglesia. Y mientras nos hace recordar, nos hace entender las palabras del Señor.
Éste recordar en el Espíritu y gracias al Espíritu no se reduce a un hecho mnemónico, es un aspecto esencial de la presencia de Cristo en nosotros y en la Iglesia. El Espíritu de verdad y de caridad nos recuerda todo aquello que Cristo ha dicho, nos hace entrar cada vez más plenamente en el sentido de sus palabras. Esto requiere de nosotros una respuesta: cuanto más generosa sea nuestra respuesta, más las palabras de Jesús se vuelven vida, actitudes, elecciones, gestos, testimonio, en nosotros. En esencia, el Espíritu nos recuerda el mandamiento del amor, y nos llama a vivirlo.

Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación. En cambio, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos interpretar las inspiraciones interiores y los acontecimientos de la vida a la luz de las palabras de Jesús. Y así crece en nosotros la sabiduría de la memoria, la sabiduría del corazón, que es un don del Espíritu. ¡Que el Espíritu Santo reviva en todos nosotros la memoria cristiana!

El Espíritu Santo nos enseña, nos recuerda, y –otro aspecto– nos hace hablar, con Dios y con los hombres. Nos hace hablar con Dios en la oración. La oración es un don que recibimos gratuitamente; es diálogo con Él en el Espíritu Santo, que ora en nosotros y nos permite dirigirnos a Dios llamándolo Padre, Papá, Abba (cfr Rm 8,15; Gal 4,4); y ésta no es solamente una "forma de decir", sino que es la realidad, nosotros somos realmente hijos de Dios. «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rm 8,14).
Y el Espíritu nos hace hablar con los hombres en el diálogo fraterno. Nos ayuda a hablar con los demás reconociendo en ellos a los hermanos y hermanas; a hablar con amistad, con ternura, comprendiendo las angustias y las esperanzas, las tristezas y las alegrías de los demás.
Pero el Espíritu Santo nos hace también hablar a los hombres en la profecía, o sea haciéndonos "canales" humildes y dóciles de la Palabra de Dios. La profecía está hecha con franqueza, para mostrar abiertamente las contradicciones y las injusticias, pero siempre con docilidad e intención constructiva. Penetrados por el Espíritu de amor, podemos ser signos e instrumentos de Dios que ama, que sirve, que dona la vida.
Resumiendo: el Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y en la profecía.

El día de Pentecostés, cuando los discípulos «quedaron llenos de Espíritu Santo», fue el bautismo de la Iglesia, que nació "en salida", en "partida" para anunciar a todos la Buena Noticia. Jesús fue perentorio con los Apóstoles: no debían alejarse de Jerusalén antes de haber recibido desde lo alto la fuerza del Espíritu Santo (cfr Hech 1,4.8). Sin Él no existe la misión, no hay evangelización. Por esto con toda la Iglesia invocamos: ¡Ven, Santo Espíritu!

miércoles, 4 de junio de 2014

AUDIENCIA DEL PAPA FRANCISCO



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!  

Hoy queremos detenernos en un don del Espíritu Santo que muchas veces es malentendido o considerado de un modo superficial, y que, sin embargo, toca en el corazón de nuestra identidad y de nuestra vida cristiana: se trata del don de la piedad.

Es necesario aclarar que este don no se identifica con tener compasión hacia alguien, hacia el prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, también en los momentos más difíciles y preocupantes.
 
1.      Este vínculo con el Señor no se entiende como un deber o una imposición. Es un vínculo que viene de dentro. Se trata, sin embargo, de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, donada desde Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos colma de entusiasmo, de alegría. Por esto, el don de la piedad suscita en nosotros, sobre todo, la gratitud y la alabanza. Es el motivo y el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos conforta el corazón y nos mueve casi de forma natural a la oración y a la celebración. Piedad, por tanto, es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de esa capacidad de rezarle con amor y sencillez que es propia de las personas de corazón humilde.

2.      Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como sus hijos, al mismo tiempo nos ayuda a verter ese amor hacia los demás y a reconocerlos como hermanos. Entonces sí que nos moveremos por sentimientos de piedad, no de pietismo, con respecto a los que tenemos alrededor y los que nos encontramos todos los días. ¿Por qué digo no de pietismo? Porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos, poner cara de bueno, así, fingir que somos santos. Eso no es el don de la piedad, en piamontés decimos: (…) Esto no es el don de la piedad.

Seremos capaces, verdaderamente, de alegrarnos con los que están alegres y de llorar con los que lloran, de estar cercanos a los que están solos o angustiados, de corregir a quien se equivoca, de consolar a quien está afligido, de acoger y de socorrer a quien lo necesita. Hay una relación muy estrecha entre el don de la piedad y la mansedumbre. El don de la piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace mansos, nos hace tranquilos, pacientes, en paz con Dios, al servicio con mansedumbre de los demás.

Queridos amigos, en la carta a los Romanos, el apóstol Pablo afirma: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios: ¡Padre!” (Rm 8,14-15). Pidamos al Señor que el don de su Espíritu pueda vencer nuestros temores y nuestras inseguridades y nuestro espíritu inquieto e impaciente y pueda hacernos testigos gozosos de Dios y de su amor, adorando al Señor en verdad y en el servicio al prójimo con mansedumbre, con la sonrisa que el Espíritu  Santo nos da en la alegría. Que el Espíritu Santo nos dé este don de la piedad.