Rizal Ceremonial Hall del Palacio Malacañán, Manila
Señoras y Señores:
Gracias, señor Presidente, por su amable acogida y por sus
palabras de saludo en nombre de las autoridades y el pueblo de Filipinas, y de
los distinguidos miembros del Cuerpo diplomático. Le agradezco de corazón su
invitación a visitar Filipinas.
Mi visita es sobre todo pastoral. Tiene lugar
cuando la Iglesia en este país se prepara para celebrar el quinto centenario
del primer anuncio del Evangelio de Jesucristo en estas costas. El mensaje
cristiano ha tenido una inmensa influencia en la cultura filipina. Espero que
este importante aniversario resalte su constante fecundidad y su capacidad para
seguir plasmando una sociedad que responda a la bondad, la dignidad y las
aspiraciones del pueblo filipino.
De manera particular, esta visita quiere expresar mi cercanía
a nuestros hermanos y hermanas que tuvieron que soportar el sufrimiento, la
pérdida de seres queridos y la devastación causada por el tifón Yolanda. Al
igual que tantas personas en todo el mundo, he admirado la fuerza heroica, la
fe y la resistencia demostrada por muchos filipinos frente a éste y otros
desastres naturales. Esas virtudes, enraizadas en la esperanza y la solidaridad
inculcadas por la fe cristiana, dieron lugar a una manifestación de bondad y
generosidad, sobre todo por parte de muchos jóvenes. En esos momentos de crisis
nacional, un gran número de personas acudieron en ayuda de sus vecinos
necesitados. Con gran sacrificio, dieron su tiempo y recursos, creando redes de
ayuda mutua y trabajando por el bien común.
Este ejemplo de solidaridad en el trabajo de reconstrucción
nos enseña una lección importante. Al igual que una familia, toda sociedad echa
mano de sus recursos más profundos para hacer frente a los nuevos desafíos. En
la actualidad, Filipinas, junto con muchos otros países de Asia, se enfrenta al
reto de construir sobre bases sólidas una sociedad moderna, una sociedad
respetuosa de los auténticos valores humanos, que tutele nuestra dignidad y los
derechos humanos dados por Dios, y lista para enfrentar las nuevas y complejas
cuestiones políticas y éticas. Como muchas voces en vuestro país han señalado,
es más necesario ahora que nunca que los líderes políticos se distingan por su
honestidad, integridad y compromiso con el bien común. De esta manera ayudarán
a preservar los abundantes recursos naturales y humanos con que Dios ha
bendecido este país. Y así serán capaces de gestionar los recursos morales
necesarios para hacer frente a las exigencias del presente, y transmitir a las
generaciones venideras una sociedad de auténtica justicia, solidaridad y paz.
Para el logro de estos objetivos nacionales es esencial el
imperativo moral de garantizar la justicia social y el respeto por la dignidad
humana. La gran tradición bíblica prescribe a todos los pueblos el deber de
escuchar la voz de los pobres y de romper las cadenas de la injusticia y la
opresión que dan lugar a flagrantes e incluso escandalosas desigualdades
sociales. La reforma de las estructuras sociales que perpetúan la pobreza y la
exclusión de los pobres requiere en primer lugar la conversión de la mente y el
corazón. Los Obispos de Filipinas han pedido que este año sea proclamado el
«Año de los Pobres». Espero que esta profética convocatoria haga que en todos
los ámbitos de la sociedad se rechace cualquier forma de corrupción que sustrae
recursos a los pobres. Que impulse también un esfuerzo concertado para
garantizar la inclusión de todo hombre, mujer y niño en la vida de la
comunidad.
La familia, y sobre todo los jóvenes, desempeñan un papel
fundamental en la renovación de la sociedad. Un momento destacado de mi visita
será el encuentro con las familias y los jóvenes, aquí en Manila. Las familias
tienen una misión indispensable en la sociedad. Es en la familia donde los
niños aprenden valores sólidos, altos ideales y sincera preocupación por los
demás. Pero al igual que todos los dones de Dios, la familia también puede ser
desfigurada y destruida. Necesita nuestro apoyo. Sabemos lo difícil que es hoy
para nuestras democracias preservar y defender valores humanos básicos como el respeto
a la dignidad inviolable de toda persona humana, el respeto de los derechos de
conciencia y de libertad religiosa, así como el derecho inalienable a la vida,
desde la de los no nacidos hasta la de los ancianos y enfermos. Por esta razón,
hay que ayudar y alentar a las familias y las comunidades locales en su tarea
de transmitir a nuestros jóvenes los valores y la visión que permita lograr una
cultura de la integridad: aquella que promueve la bondad, la veracidad, la
fidelidad y la solidaridad como base firme y aglutinante moral para mantener
unida a la sociedad.
Señor Presidente, distinguidas autoridades, queridos amigos:
Al comenzar mi visita a este país, no puedo dejar de
mencionar el papel importante de Filipinas para fomentar el entendimiento y la
cooperación entre los países de Asia, así como la contribución eficaz, y a
menudo no reconocida, de los filipinos de la diáspora a la vida y el bienestar
de las sociedades en las que viven. A la luz de la rica herencia cultural y
religiosa, que enorgullece a su país, les dejo un desafío y una palabra de
aliento. Que los valores espirituales más profundos del pueblo filipino sigan
manifestándose en sus esfuerzos por proporcionar a sus conciudadanos un
desarrollo humano integral.
De esta forma, toda persona será capaz de realizar
sus potencialidades, y así contribuir de manera sabia y eficaz al futuro de
este país. Espero que las meritorias iniciativas para promover el diálogo y la
cooperación entre los fieles de distintas religiones consigan su noble
objetivo. De modo particular, confío en que el progreso que ha supuesto la
consecución de la paz en el sur del País promueva soluciones justas que
respeten los principios fundantes de la nación y los derechos inalienables de
todos, incluidas las poblaciones indígenas y las minorías religiosas.
Invoco sobre ustedes, y todos los hombres, mujeres y niños
de esta amada nación, abundantes bendiciones de Dios.
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