hoy celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que
concluye con el tiempo de Navidad. El Evangelio describe lo que sucede en la
orilla del Jordán. En el momento en el que Juan el Bautista bautiza a Jesús, el
cielo se abre. “Y al salir del agua --dice Marcos-- vio que los cielos se
abrían”. Vuelve a la mente la dramática súplica del profeta Isaías: “Si
rasgaras el cielo y descendieras”. Esta invocación ha sido escuchada en el
evento del Bautismo de Jesús. Y así, termina el tiempo de los “cielos cerrados”,
que indica la separación entre Dios y el hombre, consecuencia del pecado. El
pecado nos aleja de Dios e interrumpe la unión entre la tierra y el cielo,
determinando así nuestra miseria y el fracaso de nuestra vida. Los cielos
abiertos indican que Dios ha donado su gracia para que la tierra dé su fruto.
Así la tierra se ha convertido en la casa de Dios entre los
hombres y cada uno de nosotros tiene la posibilidad de encontrar al Hijo de
Dios, experimentando todo el amor y la misericordia infinita. Lo podemos
encontrar realmente presente en los Sacramentos, especialmente en la
Eucaristía. Lo podemos reconocer en el rostro de nuestros hermanos, en
particular en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados, en los
refugiados: ellos son carne viva del Cristo que sufre e imagen visible del Dios
invisible.
Con el Bautismo de Jesús no solo se abren los cielos, sino
que Dios habla de nuevo haciendo resonar su voz: “Tú eres mi Hijo muy querido,
en ti tengo puesta toda mi predilección”. La voz del Padre proclama el misterio
que se esconde en el Hombre bautizado por el Precursor. Jesús, el Hijo de Dios
encarnado, es también la Palabra definitiva que el Padre ha querido decir al
mundo. Solo escuchando, siguiendo y testimoniando esta Palabra, podemos hacer
plenamente fecunda nuestra experiencia de fe, cuya semilla se ha puesto en
nosotros el día de nuestro Bautismo.
El descenso del Espíritu Santo, en forma de paloma,
consiente a Cristo, el Consagrado del Señor, inaugurar su misión, que es
nuestra salvación. El Espíritu Santo, el gran olvidado en nuestras oraciones.
Nosotros a menudo rezamos a Jesús, rezamos al Padre, especialmente cuando
rezamos el Padre Nuestro, pero no tan frecuentemente rezamos al Espíritu Santo.
Es verdad ¿no? El olvidado. Y necesitamos pedir su ayuda, su fortaleza, su
inspiración. El Espíritu Santo, que ha animado por entero la vida y el
ministerio de Jesús, es el mismo Espíritu que hoy guía la existencia cristiana.
La existencia de un hombre, una mujer, que se dicen y quieren ser cristianos.
Poner bajo la acción del Espíritu Santo nuestra vida de cristianos y la misión,
que todos hemos recibido en virtud del Bautismo, significa reencontrar la
valentía apostólica necesaria para superar fáciles comodidades mundanas. Sin
embargo un cristiano y una comunidad “sordos” a la voz del Espíritu Santo, que
empuja a llevar el Evangelio a los confines de la tierra y de la sociedad, se
convierten también en un cristiano y una comunidad “mudos” que no hablan y no
evangelizan. Recordad esto, rezar a menudo al Espíritu Santo, para que nos
ayude, nos dé la fuerza, nos dé la inspiración, y nos haga ir adelante.
María, Madre de Dios y de la Iglesia, acompañe el camino de
todos nosotros bautizados; nos ayude a crecer en el amor hacia Dios y en la
alegría de servir el Evangelio, para dar así sentido pleno a nuestra vida.
Al finalizar la oración del ángelus, el Santo Padre ha
saludado a los presentes:
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos vosotros,
romanos y peregrinos.
Con gusto saludo al grupo de estudiantes de Estados Unidos
de América, como también a la Asociación Laicos Amor Misericordioso. Hay mucha
necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y
la lleven en los distintos ambientes sociales. Adelante, estamos viviendo el
tiempo de la misericordia. Este es el tiempo de la misericordia.
Mañana por la tarde saldré para un viaje apostólico a Sri
Lanka y Filipinas. ¡Gracias por vuestro deseo en ese cartel! Muchas gracias. Os
pido por favor que me acompañéis con la oración. Pido también a los srilankeses
y a los filipinos que están aquí en Roma que recen especialmente por mí, por
este viaje.
Os deseo a todos un feliz domingo, aunque es un poco feo el
tiempo pero, un feliz domingo. Y también hoy es un día para recordar con
alegría el propio bautismo. Recordad lo que os he pedido. Buscad la fecha del
bautismo. Así, cada uno de nosotros puede decir. ‘Yo he sido bautizado tal
día’. Que sea la alegría del bautismo hoy. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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