Más de 2.000
mujeres y niñas que han vuelto del infierno de una vida de esclavitud con
la temida guerrilla ugandesa del LRA, en el noreste del Congo, han
encontrado acogida, cuidados psicológicos y formación gracias a la hermana
Angélique Namaika, perteneciente a una congregación agustina de la Diócesis de
Dungu. El 30 de septiembre, esta religiosa de 46 años recibió el Premio
Nansen, un galardón con el que el ACNUR (la agencia de la ONU para los
refugiados) premia a alguna personalidad que se ha distinguido por su
labor en favor de las víctimas de los conflictos armados.
Hablamos por
teléfono mientras ella se encuentra en París, la última etapa de su gira
europea que la ha llevado a Ginebra, Bruselas y Roma, donde se ha encontrado
con un sinfín de personalidades públicas, incluido al papa Francisco,
para que la comunidad internacional no se olvide de este conflicto al
que otras crisis mundiales que gozan de mayor publicidad hacen sombra.
PREGUNTA.- La
violencia del LRA tiene una historia de más de dos décadas y, en el Congo,
llevan ya desde 2005. ¿Qué habría que hacer para terminar con este problema?
RESPUESTA.- Creo
que es cuestión de que cada persona que puede hacer algo intente hacer lo mejor
que pueda su trabajo, a pesar de las dificultades. Si todos nos damos a
los demás y trabajamos por la paz, estoy convencida de que esta llegará. Yo
pongo mi pequeña parte, que es animar y ayudar a las mujeres que son víctimas
de esta situación para que tengan la fuerza de voluntad para superar sus
problemas, y otros pueden ofrecer otras aportaciones. Nosotras ya hemos
conseguido rehabilitar a 2.000 de ellas.
P.- ¿Cuál fue su
reacción cuando le comunicaron que le iban a dar el Premio Nansen?
R.- Fue una
enorme sorpresa. Ni siquiera había oído hablar nunca de ese galardón. Cuando me
lo dijeron, lo primero que pensé es que aún tengo un enorme trabajo
enfrente de mí y que solo puedo hacerlo gracias al Señor que me da la
fuerza, porque la verdad es que muchas veces me he encontrado muy sola. Pensé
también en las mujeres víctimas del LRA con las que me encuentro todos los
días, a las que siempre digo que recen para que Dios les ayude a reconstruir
sus vidas. Yo no soy importante, soy solo un instrumento de Dios para
servir a los demás, y pienso que este premio no es para mí, sino para las
mujeres del Congo que han sufrido tanto y que luchan por salir adelante.
P.- ¿Qué piensa del
papel de la mujer en la Iglesia?
R.- A las
mujeres Dios nos ha dado una responsabilidad muy grande: la de ser portadoras
de vida y acompañar esa vida, aunque sea frágil, hasta el fin. A mí, en
Dungu, me llaman “madre”, y me gusta que me llamen así. Las mujeres en la
Iglesia tenemos que estar al lado de quienes sufren más, y si lo hacemos
por amor, Dios no nos abandonará. Yo cuando hago mi trabajo no espero nada a
cambio.
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