Plaza de San Pedro
Domingo 13 de octubre de 2013
En el Salmo hemos recitado: “Cantad al Señor un
cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal 97,1).
Hoy nos encontramos ante una de esas maravillas del
Señor: ¡María! Una criatura humilde y débil como nosotros, elegida para ser
Madre de Dios, Madre de su Creador. Precisamente
mirando a María a la luz de las lecturas que hemos escuchado, me gustaría
reflexionar con ustedes sobre tres puntos: Primero, Dios nos sorprende; segundo,
Dios nos pide fidelidad; tercero, Dios es nuestra fuerza.
1. El primero: Dios nos sorprende. La
historia de Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, es llamativa: para
curarse de la lepra se presenta ante el profeta de Dios, Eliseo, que no practica
ritos mágicos, ni le pide cosas extraordinarias, sino únicamente fiarse de Dios
y lavarse en el agua del río; y no en uno de los grandes ríos de Damasco, sino
en el pequeño Jordán. Es un requerimiento que deja a Naamán perplejo y también
sorprendido: ¿qué Dios es este que pide una cosa tan simple? Decide marcharse,
pero después da el paso, se baña en el Jordán e inmediatamente queda curado
(cf. 2 R 5,1-14). Dios nos sorprende; precisamente en la
pobreza, en la debilidad, en la humildad es donde se manifiesta y nos da su
amor que nos salva, nos cura, nos da fuerza. Sólo pide que sigamos su palabra y
nos fiemos de él.
Ésta es también la experiencia de la Virgen María: ante
el anuncio del Ángel, no oculta su asombro. Es el asombro de ver que Dios, para
hacerse hombre, la ha elegido precisamente a Ella, una sencilla muchacha de
Nazaret, que no vive en los palacios del poder y de la riqueza, que no ha hecho
cosas extraordinarias, pero que está abierta a Dios, se fía de él, aunque no lo
comprenda del todo: “He aquí la esclava el Señor, hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1,38). Es su respuesta. Dios nos sorprende siempre,
rompe nuestros esquemas, pone en crisis nuestros proyectos, y nos dice: Fíate
de mí, no tengas miedo, déjate sorprender, sal de ti mismo y sígueme.
Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo
que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos está pidiendo. ¿Me dejo
sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en mis seguridades,
seguridades materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas,
seguridades de mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida?
¿Cómo le respondo?
2. En la lectura de San Pablo que hemos escuchado, el
Apóstol se dirige a su discípulo Timoteo diciéndole: Acuérdate de Jesucristo;
si perseveramos con él, reinaremos con él (cf. 2 Tm 2,8-13).
Éste es el segundo punto: acordarse siempre de Cristo, la memoria de
Jesucristo, y esto es perseverar en la fe: Dios nos sorprende con su amor, pero nos
pide que le sigamos fielmente. Nosotros podemos convertirnos en «no
fieles», pero él no puede, él es «el fiel», y nos pide a nosotros la misma
fidelidad. Pensemos cuántas veces nos hemos entusiasmado con una cosa, con un
proyecto, con una tarea, pero después, ante las primeras dificultades, hemos tirado
la toalla. Y esto, desgraciadamente, sucede también con nuestras opciones
fundamentales, como el matrimonio. La dificultad de ser constantes, de ser
fieles a las decisiones tomadas, a los compromisos asumidos. A menudo es fácil
decir “sí”, pero después no se consigue repetir este “sí” cada día. No se
consigue ser fieles.
María ha dicho su “sí” a Dios, un “sí” que ha cambiado su
humilde existencia de Nazaret, pero no ha sido el único, más bien ha sido el
primero de otros muchos “sí” pronunciados en su corazón tanto en sus momentos
gozosos como en los dolorosos; todos estos “sí” culminaron en el pronunciado
bajo la Cruz. Hoy, aquí hay muchas madres; piensen hasta qué punto ha llegado
la fidelidad de María a Dios: hasta ver a su Hijo único en la Cruz. La mujer
fiel, de pie, destrozada por dentro, pero fiel y fuerte.
Y yo me pregunto: ¿Soy un cristiano a ratos o soy siempre
cristiano? La cultura de lo provisional, de lo relativo entra también en la
vida de fe. Dios nos pide que le seamos fieles cada día, en las cosas
ordinarias, y añade que, a pesar de que a veces no somos fieles, él siempre es
fiel y con su misericordia no se cansa de tendernos la mano para levantarnos,
para animarnos a retomar el camino, a volver a él y confesarle nuestra
debilidad para que él nos dé su fuerza. Y este es el camino definitivo: siempre
con el Señor, también en nuestras debilidades, también en nuestros pecados. no
ir jamás por el camino de lo provisional. Esto nos mata. La fe es fidelidad
definitiva, como la de María.
3. El último punto: Dios es nuestra fuerza. Pienso
en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su encuentro, se
detienen a lo lejos y le dicen a gritos: “Jesús, maestro, ten compasión de
nosotros” (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados de amor y de
fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos
de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese
alabando a Dios a grandes gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez
han dado gritos para alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a
Dios a gritos y reconocer que en él está nuestra fuerza. Saber agradecer, saber
alabar al Señor por lo que hace por nosotros.
Miremos a María: después de la Anunciación, lo primero
que hace es un gesto de caridad hacia su anciana pariente Isabel; y las
primeras palabras que pronuncia son: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”,
es decir, un cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios no sólo por lo
que ha hecho en Ella, sino por lo que ha hecho en toda la historia de
salvación. Todo es don suyo; Si podemos entender que todo es don de Dios,
¡cuánta felicidad habrá en nuestro corazón! él es nuestra fuerza. Decir gracias
es tan fácil, y sin embargo tan difícil. ¿Cuántas veces nos decimos
gracias en la familia? Es una de las palabras clave de la convivencia. «Por
favor», «perdona», «gracias»: si en una familia se dicen estas tres palabras,
la familia va adelante. «Por favor», «perdona», «gracias». ¿Cuántas veces
decimos «gracias» en la familia? ¿Cuántas veces damos las gracias a quien nos
ayuda, se acerca a nosotros, nos acompaña en la vida? Muchas veces damos todo
por descontado. Y así hacemos también con Dios. Es fácil ir al Señor a pedirle
algo, pero ir a darle gracias... ¡Ah!, no se me ocurre.
Continuemos la Eucaristía invocando la intercesión de
María para que nos ayude a dejarnos sorprender por Dios sin oponer resistencia,
a ser hijos fieles cada día, a alabarlo y darle gracias porque él es nuestra
fuerza. Amén.
ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA
No hay comentarios:
Publicar un comentario