
En el Evangelio de hoy, esta lucha que realiza encuentra un caso
emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad
contagiosa y que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo
de impureza: el leproso tenía que permanecer siempre fuera de los centros
habitados y señalar su presencia a quienes pasaban. Era marginado de la
comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.
El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres
breves etapas: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús, las
consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso le suplica a Jesús, 'de
rodillas' y le dice: 'Si quieres puedes purificarme'. A esta oración humilde y
llena de confianza, Jesús responde con una actitud profunda de su ánimo: la
compasión. La compasión es una palabra muy profunda que significa 'sufrir con
el otro'.
El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios
por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este particular es muy
importante. Jesús 'tiende la mano, lo toca... y en seguida la lepra desaparece
y Él lo purifica”. La misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de
Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa
delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal. Y así
justamente nuestro mal se vuelve el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de
nosotros la humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y que cura.
Esto sucede cada vez que recibimos con fe un sacramento: el
Señor Jesús nos 'toca' y nos da su gracia. En este caso pensamos especialmente
al sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra y del pecado.
Una vez más el evangelio nos muestra lo que hace Dios
delante de nuestro mal: no viene a darnos una lección sobre el dolor; tampoco
viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a tomar
sobre sí mismo el peso de nuestra condición humana, y a llevarla hasta el
fondo, para liberarnos de manera radical y definitiva. Así Cristo combate el
mal y el sufrimiento del mundo: haciéndose cargo y venciendo con la fuerza de
la misericordia de Dios.
A nosotros, hoy, el evangelio de la curación del leproso nos
dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a
volvernos unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando cada
tipo de marginación. Para ser 'imitador de Cristo', delante a un pobre o a un
enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo en los ojos, y de acercarnos con
ternura y compasión. Y de tocarlo y abrazarlo. Con frecuenciapido a las
personas que asisten a los otros, que lo hagan mirándolos a los ojos, y de no
tener miedo de tocarlos. Que el gesto de ayuda sea también un gesto de
comunicación. También nosotros tenemos necesidad de ser acogidos. Un gesto de
ternura y de compasión. Y les pregunto: ¿Cuando se ayuda a los otros, los miran
en los ojo, los acogen sin miedo de tocarlos, los acogen con ternura? Piensen
sobre esto. Cómo se ayuda, a distancia o con ternura y cercanía?
Si el mal es contagioso, también el bien lo es. Por lo tanto
es necesario que en nosotros abunde siempre más el bien. ¡Dejémonos contagiar
por el bien!».
El Santo Padre reza el ángelus y después dirige las
siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, dirijo un deseode serenidad y
de paz a todos de los hombres y mujeres que en el Extremo Oriente y en varias
partes del mundo se preparan a celebrar el año santo lunar. Tales fiestas
ofrecen a ellos la feliz ocasión de redescubrir y de vivir de manera intensa la
fraternidad, que es el vínculo precioso de la vida familiar y base de la vida
social. Este retorno anual a las raíces de la persona y de la familia puedan
ayudar a aquellos pueblos a construir una sociedad en la que se tejen
relaciones interpersonales que llevan al respeto, la justicia y la caridad.
Saludó también a todos ustedes, romanos y peregrinos, en
particular a todos los que han venido con motivo del consistorio, para
acompañar a los nuevos cardenales. Y agradezco a los países que han querido
estar presentes en este evento enviando delegaciones oficiales.
Saludemos con un aplauso a los nuevos cardenales...
(aplausos)
Saludo a los peregrinos españoles que provienen desde San
Sebastián, Campo de Criptana, Orense, Pontevedra y Ferrol. A los estudiantes de
Campo Valongo y Porto, en Portugal. Y a los de París; al “Foro de las
Instituciones Cristianas ” de Eslovaquia; a los fieles de Buren (Holanda), y a
los militares de Estados Unidos de paso en Alemania, y a la comunidad de los
venezolanos residentes en Italia.
Saludo a los jóvenes de Busca, a los fieles de Leno, Mussoi,
Monteolimpino, Rivalta sul Mincio y Forette di Vigasio.
Están también presentes muchos grupos de escolares y de
catequistas de tantas partes de Italia.
Queridos les animo a ser ser testimonios con alegría y
coraje de Jesús en la vida de cada día. Les deseo a todos un buen domingo.
Por favor, no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con su ya conocido
«¡Buon pranzo e arrivederci!».
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