
Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra
está en la cama con fiebre; en seguida le toma la mano, la cura y la hace
levantar. Después de la puesta de sol, cuando al terminar el sábado la gente
puede salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas
afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas, espirituales.
Venido a la tierra para anunciar y realizar la salvación de todo hombre y de
todos los hombres, Jesús muestra una predilección particular por aquellos que están
heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los
endemoniados, los enfermos, los marginados. Él se revela así como médico tanto
de las almas como de los cuerpos, el buen Samaritano del hombre. Él es el
verdadero Salvador, Jesús salva, Jesús cura.
Esta realidad de la curación de los enfermos por parte de
Cristo, nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad.
A esto nos llama también la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el
miércoles próximo, 11 de febrero, memoria litúrgica de la Beata Virgen María de
Lourdes. Bendigo las iniciativas preparadas para esta Jornada, en particular la
Vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del 10 de febrero.
La obra salvífica de Cristo no se agota con su persona, y en
el arco de su vida terrena; esta continua mediante la Iglesia, sacramento del
amor y de la ternura de Dios a los hombres. Enviando en misión a sus
discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la
salvación y curar a los enfermos (cfr Mt 10,7-8). Fiel a esta enseñanza, la
Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte
integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren los tendréis siempre con
vosotros”, advierte Jesús (cfr Mt 26,11), y la Iglesia continuamente los
encuentra en su camino, considerando a las personas enferma como un camino
privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.
Esto sucede también en nuestro tiempo, cuando, a pesar de
las múltiples adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de
las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y
del dolor y sobre el por qué de la muerte. Se trata de preguntas existenciales,
a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe,
teniendo ante los ojos al Crucificado, en el que aparece todo el misterio
salvífico de Dios Padre, que por amor a los hombres no se reservó a su propio
Hijo (cfr Rm 8,32). Por tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la
luz del Evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a cuantos les
asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se
lleve a cabo cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con
amor evangélico.
Oremos a María, Salud de los enfermos, para que cada persona
en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quienes le
rodean, el poder del amor de Dios y el consuelo de su ternura paterna.
Después del Angelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, memoria litúrgica de santa Giuseppina Bakhita, la monja
africana que de niña tuvo la dramática experiencia de ser víctima de la trata,
las Uniones de las Superioras y Superiores Generales de los Institutos
religiosos han promovido la Jornada de oración y reflexión contra la
trata de personas. Aliento a cuantos están comprometidos a ayudar a
hombres, mujeres y niños esclavizados, explotados, abusados como instrumentos
de trabajo o de placer y a menudo torturados y mutilados. Auguro que cuantos
tienen responsabilidad de gobierno se pongan manos a la obra para eliminar las
causas de esta vergonzosa plaga, indigna de una sociedad civil. Que cada uno de
nosotros se sienta comprometido a ser voz de estos hermanos y hermanas
nuestros, humillados en su dignidad. Oremos por ellos y por sus familiares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario