domingo, 22 de febrero de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

El miércoles pasado, con el rito de las Cenizas, comenzó la Cuaresma, y ​​hoy es el primer domingo de este tiempo litúrgico que hace referencia a los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, después del bautismo en el río Jordán. San Marcos escribe en el Evangelio de hoy: "El Espíritu condujo a Jesús al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días tentado por Satanás. Él estaba con las fieras y los ángeles le servían "(1,12-13).

Con estas sencillas palabras el evangelista describe la prueba afrontada voluntariamente por Jesús, antes de comenzar su misión mesiánica. Es una prueba de la cual el Señor sale victorioso y que lo prepara para anunciar el Evangelio del Reino de Dios. Él, en esos cuarenta días de soledad, se enfrentó a Satanás "cuerpo a cuerpo", desenmascaró sus tentaciones, y lo venció.
 
La Iglesia nos recuerda este misterio al inicio de la Cuaresma, porque nos da la perspectiva y el significado de este tiempo, que es tiempo de batalla espiritual contra el espíritu del mal (cf. Oración Colecta el Miércoles de Ceniza). Y mientras atravesamos el "desierto" Cuaresmal, nosotros mantenemos la mirada dirigida a la Pascua, que es la victoria definitiva de Jesús contra el maligno, contra el pecado y contra la muerte. Aquí está el significado de este primer domingo de Cuaresma: retornar decididamente por el camino de Jesús, el camino que lleva a la vida.

Este camino pasa a través del desierto. El desierto es el lugar donde se puede escuchar la voz de Dios y la voz del tentador. En el ruido, en la confusión esto no se puede hacer; sólo se sienten voces superficiales. En cambio en el desierto lo podemos hacer con profundidad, donde se juega realmente nuestro destino, la vida o la muerte. ¿Y cómo sentimos la voz de Dios? La sentimos en su Palabra. Por lo tanto, es importante conocer las Escrituras, porque de lo contrario no sabemos responder a los ataques del maligno.

El desierto Cuaresmal nos ayuda a decir no a lo mundano, a los "ídolos", nos ayuda a tomar decisiones valientes, de acuerdo con el Evangelio y a fortalecer la solidaridad con los hermanos.
 
Entonces entremos en el desierto sin miedo, porque no estamos solos: estamos con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. En efecto, como lo fue para Jesús, es justo el Espíritu Santo quien nos guía en el camino cuaresmal, aquel mismo Espíritu que descendió sobre Jesús y que se nos ha donado en el bautismo. 

La Cuaresma, por lo tanto, es un tiempo propicio que nos debe llevar a Tomar siempre más conciencia de cuanto el Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, ha obrado y puede obrar en nosotros. Y al final del camino cuaresmal, en la Vigilia de Pascua, podremos renovar con una mayor conciencia la alianza bautismal y los compromisos que derivan de él.
 
La Santísima Virgen, modelo de docilidad al Espíritu, nos ayude a ser guiados por Él, que quiere hacer de cada uno de nosotros una "nueva criatura".

A Ella le encomiendo, en particular, la semana de ejercicios espirituales que comenzará esta tarde, y a la que voy a participar junto con mis colaboradores de la Curia Romana. Les pido de acompañarnos con sus oraciones.

DESPUÉS ÁNGELUS

 Queridos hermanos y hermanas,
Dirijo un cordial saludo a las familias, grupos religiosos, asociaciones y todos los peregrinos de Roma, Italia y diversos países.
Saludo a los fieles de Nápoles, Cosenza y Verona, y a los chicos de Seregno que vinieron para la profesión de fe.                                                                                                    
La Cuaresma es un camino de conversión que se centra en el corazón. Por lo tanto, en este primer domingo, he pensado de regalar aquí en la plaza de un pequeño libro de bolsillo titulado "Cuida tu corazón." Este libro recoge algunas de las enseñanzas de Jesús y los contenidos esenciales de nuestra fe, como los siete Sacramentos, los dones del Espíritu Santo, los Diez Mandamientos, las virtudes, las obras de misericordia ... Ahora lo distribuirán los voluntarios, entre los cuales hay muchas personas sin hogar. Tomen un librito cada uno y llévenlo con ustedes, como una ayuda para la conversión y crecimiento espiritual, que comienza siempre desde el corazón: allí donde se juega el partido de las decisiones diarias entre el bien y el mal, entre lo mundano y el Evangelio, entre la indiferencia y la solidaridad. La humanidad necesita de justicia, de paz, que sólo se puede tener retornando con todo el corazón a Dios, que es la fuente.
 
Les deseo a todos un buen domingo. Por favor no se olviden de rezar por mí. Buena almuerzo y adiós!


domingo, 15 de febrero de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

«Queridos hermanos y hermanas, en este domingo el evangelista Marcos nos narra la acción de Jesús contra toda especie de mal, beneficiando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu: endemoniados, enfermos y pecadores... Él se presenta como aquel que combate y vence el mal en donde lo encuentre.

 En el Evangelio de hoy, esta lucha que realiza encuentra un caso emblemático, porque el enfermo es un leproso. La lepra es una enfermedad contagiosa y que no tiene piedad, que desfigura a la persona, y que era símbolo de impureza: el leproso tenía que permanecer siempre fuera de los centros habitados y señalar su presencia a quienes pasaban. Era marginado de la comunidad civil y religiosa. Era como un muerto ambulante.

El episodio de la curación del leproso se desarrolla en tres breves etapas: la invocación del enfermo, la respuesta de Jesús, las consecuencias de la curación prodigiosa. El leproso le suplica a Jesús, 'de rodillas' y le dice: 'Si quieres puedes purificarme'. A esta oración humilde y llena de confianza, Jesús responde con una actitud profunda de su ánimo: la compasión. La compasión es una palabra muy profunda que significa 'sufrir con el otro'.

El corazón de Cristo manifiesta la compasión paterna de Dios por aquel hombre, acercándose a él y tocándolo. Este particular es muy importante. Jesús 'tiende la mano, lo toca... y en seguida la lepra desaparece y Él lo purifica”. La misericordia de Dios supera cada barrera y la mano de Jesús toca al leproso. Él no pone una distancia de seguridad y no actúa delegando, sino que se expone directamente al contagio por nuestro mal. Y así justamente nuestro mal se vuelve el lugar del contacto: Él, Jesús, toma de nosotros la humanidad enferma y nosotros de Él su humanidad sana y que cura.
Esto sucede cada vez que recibimos con fe un sacramento: el Señor Jesús nos 'toca' y nos da su gracia. En este caso pensamos especialmente al sacramento de la Reconciliación, que nos cura de la lepra y del pecado.

Una vez más el evangelio nos muestra lo que hace Dios delante de nuestro mal: no viene a darnos una lección sobre el dolor; tampoco viene a eliminar del mundo el sufrimiento y la muerte; viene más bien a tomar sobre sí mismo el peso de nuestra condición humana, y a llevarla hasta el fondo, para liberarnos de manera radical y definitiva. Así Cristo combate el mal y el sufrimiento del mundo: haciéndose cargo y venciendo con la fuerza de la misericordia de Dios.

A nosotros, hoy, el evangelio de la curación del leproso nos dice que, si queremos ser verdaderos discípulos de Jesús, estamos llamados a volvernos unidos a Él, instrumentos de su amor misericordioso, superando cada tipo de marginación. Para ser 'imitador de Cristo', delante a un pobre o a un enfermo, no debemos tener miedo de mirarlo en los ojos, y de acercarnos con ternura y compasión. Y de tocarlo y abrazarlo. Con frecuenciapido a las personas que asisten a los otros, que lo hagan mirándolos a los ojos, y de no tener miedo de tocarlos. Que el gesto de ayuda sea también un gesto de comunicación. También nosotros tenemos necesidad de ser acogidos. Un gesto de ternura y de compasión. Y les pregunto: ¿Cuando se ayuda a los otros, los miran en los ojo, los acogen sin miedo de tocarlos, los acogen con ternura? Piensen sobre esto. Cómo se ayuda, a distancia o con ternura y cercanía?

Si el mal es contagioso, también el bien lo es. Por lo tanto es necesario que en nosotros abunde siempre más el bien. ¡Dejémonos contagiar por el bien!».

El Santo Padre reza el ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, dirijo un deseode serenidad y de paz a todos de los hombres y mujeres que en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo se preparan a celebrar el año santo lunar. Tales fiestas ofrecen a ellos la feliz ocasión de redescubrir y de vivir de manera intensa la fraternidad, que es el vínculo precioso de la vida familiar y base de la vida social. Este retorno anual a las raíces de la persona y de la familia puedan ayudar a aquellos pueblos a construir una sociedad en la que se tejen relaciones interpersonales que llevan al respeto, la justicia y la caridad.

Saludó también a todos ustedes, romanos y peregrinos, en particular a todos los que han venido con motivo del consistorio, para acompañar a los nuevos cardenales. Y agradezco a los países que han querido estar presentes en este evento enviando delegaciones oficiales.

Saludemos con un aplauso a los nuevos cardenales... (aplausos)
Saludo a los peregrinos españoles que provienen desde San Sebastián, Campo de Criptana, Orense, Pontevedra y Ferrol. A los estudiantes de Campo Valongo y Porto, en Portugal. Y a los de París; al “Foro de las Instituciones Cristianas ” de Eslovaquia; a los fieles de Buren (Holanda), y a los militares de Estados Unidos de paso en Alemania, y a la comunidad de los venezolanos residentes en Italia.

Saludo a los jóvenes de Busca, a los fieles de Leno, Mussoi, Monteolimpino, Rivalta sul Mincio y Forette di Vigasio.

Están también presentes muchos grupos de escolares y de catequistas de tantas partes de Italia.

Queridos les animo a ser ser testimonios con alegría y coraje de Jesús en la vida de cada día. Les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mi». Y concluyó con su ya conocido «¡Buon pranzo e arrivederci!».   

miércoles, 11 de febrero de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.

Después de haber reflexionado sobre las figuras de la madre y del padre, en esta catequesis sobre la familia quisiera hablar sobre el hijo o, mejor, los hijos. Hago referencia a una bonita imagen de Isaías. Escribe el profeta: “Todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos llegan desde lejos y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante, palpitará y se ensanchará tu corazón”. Es una imagen espléndida, una imagen de la felicidad que se realiza en la unificación entre padres e hijos, que caminan juntos hacia un futuro de libertad y de paz, después de un largo tiempo de privación y de separación, como ha sido ese tiempo, esa historia que estaban lejos de la patria.

De hecho, hay una estrecha unión entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones. Pero esto debemos pensarlo bien. Hay una unión estrecha entre la esperanza de un pueblo y la armonía entre las generaciones.  La alegría de los hijos hace palpitar los corazones de los padres y reabre el futuro. Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad. No son un problema de biología reproductiva, ni una de tantas formas de sentirse realizado. Y mucho menos son una posesión de los padres. No, no. Los hijos son un don. Son un regalo. ¿Entendido? Los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible, y al mismo tiempo inconfundiblemente unido a sus raíces. Ser hijo e hija, de hecho, según el diseño de Dios, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de una amor que se ha realizado a sí mismo encendiendo la vida de otro ser humano, original y nuevo. 

Y para los padres cada hijo es uno mismo, diferente e diverso. Permitidme un recuerdo de familia. Yo recuerdo cuando a mi madre decía, nosotros éramos cinco, y ella decía: “Yo tengo cinco hijos”, pero “¿cuál es tu preferido?”, “yo tengo cinco hijos como cinco dedos. Si me golpean este me hace daño, si me golpean este me hace daño, me hacen mal los cinco. Todos son mios, pero todos diferentes como los dedos de una mano. Y así es la familia, la diferencia de los hijos, pero todos hijos.

A un hijo se le ama, no porque sea guapo, porque sea así o asá, sino porque es hijo. No porque piensa como yo o encarna mis deseos.  Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros pero destinada a él, a su bien, al bien de la familia, de la sociedad, de la humanidad entera.

De aquí viene también la profundidad de la experiencia humana del ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión más gratuita del amor, que no termina nunca de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes, los hijos son amados antes de que lleguen. Cuántas veces me encuentro aquí a las madres que me enseñan su barriga y me piden la bendición porque son amados estos niños antes de venir al mundo. Esto es gratuidad, esto es amor. Son amados antes, como el amor de Dios, que nos ama siempre antes.

Son amados antes de haber hecho cualquier cosa para merecerlo, antes de saber hablar o pensar, incluso antes de venir al mundo. Ser hijos es la condición fundamental para conocer el amor de Dios, que es la fuente última de este auténtico milagro. En el alma de cada hijo, aún vulnerable, Dios pone el sello de este amor, que es la base de su dignidad personal, una dignidad que nada ni nadie podrá destruir.

Hoy parece más difícil para los hijos imaginar su futuro. Los padres --lo indicaba en las catequesis precedentes-- han hecho quizá un paso hacia atrás y los hijos se han convertido en más inciertos al dar sus pasos hacia adelante. Podemos aprender la buena relación entre las generaciones de nuestro Padre celeste, que nos deja libre a cada uno de nosotros  pero nunca nos deja solos. Y si nos equivocamos, continúa siguiéndonos con paciencia sin disminuir su amor por nosotros. El Padre celeste no da pasos atrás en su amor por nosotros, nunca, siempre va adelante. Y si no puede ir adelante, nos espera pero nunca va atrás; quiere que sus hijos sean valientes y den sus pasos adelante.
Los hijos, por su parte, no deben tener miedo al compromiso de construir un mundo nuevo: ¡es justo para ellos desear que sea mejor que el que han recibido! Pero esto se hace sin arrogancia, sin presunción. De los hijos es necesario reconocer el valor, y a los padres se les debe honrar siempre.

El cuarto mandamiento pide a los hijos --¡y todos lo somos!-- honrar al padre y a la madre. Este mandamiento viene justo después de los que se refieren a Dios. Después de los tres mandamientos que se refieren a Dios, viene este cuarto. De hecho contiene algo de sagrado, algo que está en la raíz de cualquier otro tipo de respeto entre los hombres.
En la formulación bíblica del cuarto mandamiento se añade: “para que se alarguen tus días en el país que el Señor tu Dios te da”. La unión virtuosa entre las generaciones es garantía de futuro, y es garantía de una historia realmente humana. Una sociedad de hijos que no honran a los padres es una sociedad sin honor, cuando no se honra a los padres se pierde el propio honor. Es una sociedad destinada a llenarse de jóvenes ávidos y codiciosos.

Pero, también una sociedad avara de generación, que no ama rodearse de hijos, que los considera sobre todo un preocupación, un peso, un riesgo, es una sociedad deprimida. Pensemos en muchas sociedades que conocemos aquí en Europa, son sociedades deprimidas porque no quieren hijos, no tienen hijos, el nivel de nacimiento no llega al 1 por ciento.

¿Por qué? Cada uno que lo piense y responda. Si se mira una familia generosa de hijos como si fuera un peso, hay algo que no va bien. La generación de los hijos debe ser responsable, como enseña también la encíclica Humanae Vitae del beato Papa Pablo VI, pero tener más hijos no se puede convertir automáticamente en una elección irresponsable. Es más, no tener hijos es una elección egoísta. La vita rejuvenece y adquiere energías multiplicándose: ¡se enriquece, no se empobrece! Los hijos aprenden a hacerse cargo de su familia, maduran en el compartir sus sacrificios, crecen apreciando sus dones. La experiencia feliz de la fraternidad anima al respeto y el cuidado de los padres, a quienes debemos nuestro reconocimiento.

Muchos de vosotros aquí tenéis hijos. Y todos somo hijos. Hagamos algo, un minuto, no nos alargamos mucho. Cada uno piense en su corazón en sus hijos, si los tiene. Piense en silencio.  Y todos pensamos en nuestros padres, y damos gracias a Dios por el don de la vida. En silencio, los que tienen hijos que piensen en ellos y todos pensamos en nuestros padres. (Momentos de silencio) Que el Señor bendiga a nuestros padres y bendiga a vuestros hijos.

Jesús, el Hijo eterno, hecho hijo en el tiempo, nos ayude a encontrar el camino de una nueva irradiación de este experiencia humana así de simple y así de grande que es ser hijos. En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de enriquecimiento de la vida de todos, que viene del mismo Dios. Debemos redescubrirlo, desafiando al prejuicio; y vivirlo, en la fe, en perfecta alegría.  

Y digo qué bonito es, cuando paso entre vosotros, y veo a los papás y las mamás que alzan a sus hijos para ser bendecidos. Este es un gesto casi divino. Gracias por hacerlo.

domingo, 8 de febrero de 2015

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO

El Evangelio de hoy (cfr Mc 1,29-39) nos presenta a Jesús que, después de haber predicado el sábado en la sinagoga, cura a muchos enfermos. Predicar y curar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con la predicación Él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones demuestra que éste está cerca, en medio de nosotros.

Al entrar en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está en la cama con fiebre; en seguida le toma la mano, la cura y la hace levantar. Después de la puesta de sol, cuando al terminar el sábado la gente puede salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas, espirituales. Venido a la tierra para anunciar y realizar la salvación de todo hombre y de todos los hombres, Jesús muestra una predilección particular por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos, los marginados. Él se revela así como médico tanto de las almas como de los cuerpos, el buen Samaritano del hombre. Él es el verdadero Salvador, Jesús salva, Jesús cura.

Esta realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo, nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. A esto nos llama también la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el miércoles próximo, 11 de febrero, memoria litúrgica de la Beata Virgen María de Lourdes. Bendigo las iniciativas preparadas para esta Jornada, en particular la Vigilia que tendrá lugar en Roma la noche del 10 de febrero.
La obra salvífica de Cristo no se agota con su persona, y en el arco de su vida terrena; esta continua mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios a los hombres. Enviando en misión a sus discípulos, Jesús les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos (cfr Mt 10,7-8). Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos como parte integrante de su misión.

“Los pobres y los que sufren los tendréis siempre con vosotros”, advierte Jesús (cfr Mt 26,11), y la Iglesia continuamente los encuentra en su camino, considerando a las personas enferma como un camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo.

Esto sucede también en nuestro tiempo, cuando, a pesar de las múltiples adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las personas suscita fuertes interrogantes sobre el sentido de la enfermedad y del dolor y sobre el por qué de la muerte. Se trata de preguntas existenciales, a las que la acción pastoral de la Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo ante los ojos al Crucificado, en el que aparece todo el misterio salvífico de Dios Padre, que por amor a los hombres no se reservó a su propio Hijo (cfr Rm 8,32). Por tanto, cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del Evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a cuantos les asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se lleve a cabo cada vez con más humanidad, con  dedicación generosa, con amor evangélico.

Oremos a María, Salud de los enfermos, para que cada persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quienes le rodean, el poder del amor de Dios y el consuelo de su ternura paterna.

Después del Angelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, memoria litúrgica de santa Giuseppina Bakhita, la monja africana que de niña tuvo la dramática experiencia de ser víctima de la trata, las Uniones de las Superioras y Superiores Generales de los Institutos religiosos han promovido la Jornada de oración y reflexión contra la trata de personas. Aliento a cuantos están comprometidos a ayudar a hombres, mujeres y niños esclavizados, explotados, abusados como instrumentos de trabajo o de placer y a menudo torturados y mutilados. Auguro que cuantos tienen responsabilidad de gobierno se pongan manos a la obra para eliminar las causas de esta vergonzosa plaga, indigna de una sociedad civil. Que cada uno de nosotros se sienta comprometido a ser voz de estos hermanos y hermanas nuestros, humillados en su dignidad. Oremos por ellos y por sus familiares.


miércoles, 4 de febrero de 2015

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA FRANCISCO

“Queridos hermanos y hermanas. Hoy quisiera referirme al aspecto positivo y decisivo de la figura del padre. Toda familia necesita un padre. Un padre que no se vanaglorie de que el hijo sea como él, sino que se alegre de que aprenda la rectitud y la sensatez, que es lo que cuenta en la vida. Esto será la mejor herencia que podrá transmitir al hijo, y se sentirá henchido de gozo cuando vea que la ha recibido y aprovechado”.

 Por eso, ha proseguido, “trata de enseñarle lo que el hijo aún no sabe, corregir los errores que aún no ve, orientar su corazón, protegerlo en el desánimo y la dificultad. Todo ello con cercanía, con dulzura y con una firmeza que no humilla. Para ser un buen padre, lo primero es estar presente en la familia, compartir los gozos y las penas con la mujer, acompañar a los hijos a medida que van creciendo.” La parábola evangélica del hijo pródigo --ha recordado el Papa--- nos muestra al padre que espera a la puerta de casa el retorno del hijo. Sabe esperar, sabe perdonar. Así, ha afirmado que “también hoy los hijos, al volver a casa con sus fracasos, necesitan a un padre que los espera, los protege, los anima y los enseña cómo seguir por el buen camino. A veces tiene que castigarlo, pero nunca le da una bofetada en la cara. Muchas veces no lo admitirán, pero lo necesitan. Como todos necesitamos acudir al único padre bueno, como dice el Evangelio, el Padre nuestro que está en los cielos!”

A continuación ha saludado a los peregrinos de lengua española provocando un fuerte aplauso de los presentes. En particular, ha dicho el Santo Padre, ha saludado “a los venidos de España, Argentina, México, y otros países latinoamericanos. Pidamos al Señor que nunca falte en las familias la presencia de un buen padre, que sea mediador y custodio de la fe en la bondad, la justicia y la protección de Dios, como san José”.


Finalmente, tras los saludos en las distintas lenguas, Francisco ha dirigido un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Tal y como ha recordado el Papa, mañana se celebra la memoria de santa Ágata, virgen y mártir. De este modo, el Pontífice ha pedido que esta santa que murió joven, haga comprender a los jóvenes “el valor de la vida vivida para Dios”. 

Asimismo, ha deseado para los enfermos que su fe inquebrantable ayude a los enfermos a “confiar en el Señor en los momentos de desconsuelo”. Y que “su fortaleza en el martirio” le indique a los recién casados “los valores que verdaderamente cuentan para la vida familiar”.

domingo, 1 de febrero de 2015



Queridos hermanos y hermanas,
 
El pasaje del Evangelio de este domingo (Mc 1,21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entran a Cafarnaúm, ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea.

El evangelista Marcos nos dice que Jesús, ese día siendo un sábado, se dirigió inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cf. v. 21). Esto nos hace pensar al primado de la Palabra de Dios, Palabra para escuchar , para ser aceptada y para ser anunciada. Llegando a Cafarnaúm, Jesús no deja para después el anuncio del Evangelio, no piensa antes a la logística sin duda necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su principal preocupación es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga queda impresionada, porque Jesús "les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas" (v. 22).

¿Qué significa "con autoridad"? Esto significa que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que cumple lo que dice. De hecho, Jesús, después de predicar, demuestra inmediatamente su autoridad mediante la liberación de un hombre presente en la sinagoga, que fue poseída por el demonio (cf. Mc 1,23-26). Sólo la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de Satanás, escondido en aquel hombre; Jesús, por su parte, reconoció de inmediato la voz del maligno y "ordenó severamente:" ¡Cállate! Y sal de él! '"(V. 25). Con el poder de su palabra, Jesús libera la persona del maligno. Y una vez más los presentes quedaron asombrados: "El manda aun a los espíritus inmundos y le obedecen" (v. 27).
 
El Evangelio es palabra de vida: no oprime al pueblo, por el contrario, libera a los esclavos de tantos espíritus malignos de este mundo: la vanidad, el amor al dinero, el orgullo, la sensualidad ...

El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida transforma las inclinaciones al mal en buenos propósitos. Por lo tanto, es deber de los cristianos difundir por todas partes el poder redentor, convirtiéndose misioneros y predicadores de la Palabra de Dios Nos lo sugiere el mismo pasaje de hoy que cierra con una apertura misionera: "Su fama - la fama de Jesús - muy pronto se difunde. por todas partes a lo largo de toda la región de Galilea "(v. 28). La nueva doctrina enseñada con autoridad por Jesús es aquella que la Iglesia lleva al mundo, junto con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza autoritaria y la acción liberadora del Hijo de Dios se convierten en las palabras de salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.
 
Invocamos la intercesión maternal de la Virgen María, Aquella que ha acogido la Palabra, y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Ella nos enseña a ser oyentes asiduos y heraldos autorizados del Evangelio de Jesús.
 
DESPUÉS ANGELUS 
 
Queridos hermanos y hermanas,
 
Quiero anunciar que el sábado 6 de junio si Dios quiere, voy a ir a Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. Les pido desde este momento de orar para que mi visita a esas queridas personas sea estímulo para los fieles católicos, despierte fermentos de bien y contribuya a la consolidación de la fraternidad y la paz.

Saludo a las familias, parroquias, asociaciones y todos los que han venido de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, los peregrinos del Líbano y Egipto, los estudiantes de Zafra y Badajoz (España); los fieles de Sassari, Salerno, Verona, Módena, Scano Montiferro y Taranto.

Hoy se celebra en Italia la Jornada de la Vida, cuyo tema es "Solidaridad para la vida." Extiendo mi agradecimiento a las asociaciones, movimientos y todos los que defienden la vida humana. Me uno a los obispos italianos para pedir "un renovado reconocimiento de la persona humana y una atención más adecuada de la vida, desde la concepción hasta su fin natural" (Mensaje para la 37ª Jornada Nacional por la Vida). Cuando nos abrimos a la vida y se sirve a la vida, se experimenta el poder revolucionario del amor y la ternura, inaugurando un nuevo humanismo (cf. Gaudium N. Evangelii, 288.): El humanismo de la solidaridad.

Saludo al Cardenal Vicario, a los profesores universitarios de Roma y aquellos que están comprometidos con la promoción de la cultura de la vida.

Les deseo a todos un buen almuerzo de domingo. Por favor no se olviden de rezar por mí. Adiós!