Un gran don
del Concilio Vaticano II ha sido el de haber recuperado una visión de Iglesia
fundada en la comunión, y de hacer entendido de nuevo también el principio
de la autoridad y de la jerarquía en esta perspectiva. Este nos ha
ayudado a entender mejor que todos los cristianos, en cuanto bautizados, tienen
igual dignidad delante del Señor y están unidos por la misma vocación, que es
la de la santidad. Ahora nos preguntamos: ¿en qué consiste esta vocación
universal a ser santos? ¿Y cómo podemos realizarla?
En primer
lugar debemos tener muy presente que la santidad no es algo que conseguimos
nosotros, que obtenemos nosotros con nuestras cualidades y nuestras
capacidades. La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús,
cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la
Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que "Cristo ha amado a la
Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa". Así es,
realmente la santidad es el rostro más bello de la Iglesia, el rostro más
bello: es descubrirse de nuevo en comunión con Dios, en la plenitud de su vida
y de su amor. Se entiende, por tanto, que la santidad no es una prerrogativa
solamente de algunos: la santidad es un don que es ofrecido a todos, ningún
excluido, por lo que constituye el carácter distintivo de cada cristiano.
Todo esto nos
hace comprender que, para ser santos, no es necesario por fuerza ser obispo,
sacerdote o religioso… No ¡Todos estamos llamados a ser santos! Muchas veces,
antes o después, estamos tentados a pensar que la santidad está reservada
solamente a los que tienen la posibilidad de despegarse de los quehaceres
diarios, para dedicarse exclusivamente a la oración. ¡Pero no es así! Alguno
piensa que la santidad es cerrar ojos, poner cara de estampita, así. No, no es
esa la santidad. La santidad es algo más grande, más profundo que nos da Dios.
Es más, es
precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en
las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en
las condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres
consagrado, consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu
ministerio. ¿Estás casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer,
como Cristo ha hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo
cumpliendo con honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al
servicio de los hermanos 'Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo
como contable, siempre con los números, allí no se puede ser santo'. ¡Sí, se
puede! Allí donde trabajas, puedes ser santo. Dios te da la gracia para ser
santo Dios se comunica contigo, siempre, en cualquier lugar se puede ser santo.
Abrirse a esta gracia que trabaja dentro y nos lleva a la santidad. ¿Eres padre
o abuelo? Sé santo enseñando con pasión a los hijos y a los nietos a conocer y
a seguir a Jesús. Y es necesaria mucha paciencia para esto, para ser buen
padre, o un buen abuelo, una buena madre, una buena abuela, es necesaria mucha
paciencia. Y en esta paciencia viene la santidad, ejercitando la
paciencia.
¿Eres catequista, educador o voluntario? Sé santo convirtiéndote en
signo visible del amor de Dios y de su presencia junto a nosotros. Así es: cada
estado de vida lleva a la santidad, siempre. En tu casa, en la calle, en el
trabajo, en la Iglesia, en ese momento, en el estado de vida que tienes
se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis de ir sobre este
camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que pide el
Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos.
En este punto,
cada uno de nosotros puede hacer un poco examen de conciencia. Y ahora podemos
hacerlo, cada uno se responde así mismo, dentro, en silencio. ¿Cómo hemos
respondido hasta ahora a la llamada del Señor a la santidad? ¿Tengo ganas
de hacerme un poco mejor, de ser más cristiano, más cristiana? Este es el
camino a la santidad. Cuando el Señor nos invita a ser santos, no nos llama a
algo pesado, triste. ¡Todo lo contrario! ¡Es la invitación a compartir su
alegría, a vivir y a ofrecer con alegría cada momento de nuestra vida,
haciéndolo convertirse al mismo tiempo en un don de amor por las personas que
están cerca de nosotros. Si comprendemos esto, todo cambia y adquiere un
significado nuevo, un significado hermoso, comenzando por las pequeñas cosas de
cada día. Un ejemplo: una señora va al mercado a hacer la compra y encuentra a
una vecina y empiezan a hablar y después llegan los chismorreos. Y esta señora
dice, no, yo no hablaré mal de nadie. Esto es un paso a la santidad, esto te
ayuda a ser más santo. Después en tu casa, el hijo te pide hablar un poco de
sus cosas fantasiosas, 'estoy cansado, he trabajado mucho hoy'. Pero tú,
acomódate y escucha tu hijo, que lo necesita, te pones cómodo, le escuchas con
paciencia.
Esto es un paso a la santidad. Después termina el día, estamos todos
cansados, pero la oración, hacemos la oración. Eso es un paso a la santidad.
Después llega el domingo, vamos a misa a tomar la comunión, a veces una cuando
una confesión que nos limpie un poco. Y después la Virgen, tan buena, tan
hermosa, tomo el rosario y la rezo. Esto es un paso a la santidad. Y tantos
pasos a la santidad, pequeños. Después voy por la calle veo un pobre, un
necesitado, me paro y le pregunto algo. Es un paso a la santidad. Pequeñas
cosas. Son pequeños pasos hacia la santidad. Cada paso a la santidad nos hará
personas mejores, libras del egoísmo y de la clausura en sí mismos, y abiertos
a los hermanos y a sus necesidades.
Queridos
amigos, en la Primera Lectura de san Pedro se nos dirige esta exhortación:
"Cada uno viva según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los
otros, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien
habla, lo haga como con palabras de Dios; quien ejercita un oficio, lo haga con
la energía recibida de Dios, para que en todo sea glorificado Dios por medio de
Jesucristo".
¡Es esta la
invitación a la santidad! Acojámosla con alegría, y apoyémonos los unos a los
otros, porque el camino hacia la santidad no se recorre solos, cada uno por su
cuenta no puede hacerlo, sino que se recorre juntos, en ese único cuerpo que es
la Iglesia, amada y hecha santa por el Señor Jesús.
Vamos adelante
con valentía en este camino de la santidad".
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