BENDICIÓN ECUMÉNICA Y FIRMA DE UNA DECLARACIÓN CONJUNTA
DECLARACIÓN
COMÚN
Nosotros, el
Papa Francisco y el Patriarca Ecuménico Bartolomé I, expresamos nuestra profunda
gratitud a Dios por el don de este nuevo encuentro que, en presencia de los
miembros del Santo Sínodo, del clero y de los fieles del Patriarcado Ecuménico,
nos permite celebrar juntos la fiesta de san Andrés, el primer llamado y
hermano del Apóstol Pedro. Nuestro recuerdo de los Apóstoles, que proclamaron
la buena nueva del Evangelio al mundo mediante su predicación y el testimonio
del martirio, refuerza en nosotros el deseo de seguir caminando juntos, con el
fin de superar, en el amor y en la verdad, los obstáculos que nos dividen.
Durante
nuestro encuentro en Jerusalén del mayo pasado, en el que recordamos el
histórico abrazo de nuestros venerados predecesores, el Papa Pablo VI y el
Patriarca Ecuménico Atenágoras, firmamos una declaración conjunta. Hoy, en la
feliz ocasión de este nuevo encuentro fraterno, deseamos reafirmar juntos
nuestras comunes intenciones y preocupaciones.
Expresamos
nuestra resolución sincera y firme, en obediencia a la voluntad de nuestro
Señor Jesucristo, de intensificar nuestros esfuerzos para promover la plena
unidad de todos los cristianos, y sobre todo entre católicos y ortodoxos.
Además, queremos apoyar el diálogo teológico promovido por la Comisión Mixta
Internacional que, instituida hace exactamente treinta y cinco años por el
Patriarca Ecuménico Dimitrios y el Papa Juan Pablo II aquí, en el Fanar, está
actualmente tratando las cuestiones más difíciles que han marcado la historia
de nuestra división, y que requieren un estudio cuidadoso y detallado. Para
ello, aseguramos nuestra ferviente oración como Pastores de la Iglesia,
pidiendo a nuestros fieles que se unan a nosotros en la común invocación de que
«todos sean uno,... para que el mundo crea» (Jn 17,21).
Expresamos
nuestra preocupación común por la situación actual en Irak, Siria y todo el
Medio Oriente. Estamos unidos en el deseo de paz y estabilidad, y en la
voluntad de promover la resolución de los conflictos mediante el diálogo y la
reconciliación. Si bien reconocemos los esfuerzos realizados para ofrecer ayuda
a la región, hacemos al mismo tiempo un llamamiento a todos los que tienen
responsabilidad en el destino de los pueblos para que intensifiquen su
compromiso con las comunidades que sufren, y puedan, incluidas las cristianas,
permanecer en su tierra nativa.
No podemos resignarnos a un Medio Oriente sin
cristianos, que han profesado allí el nombre de Jesús durante dos mil años.
Muchos de nuestros hermanos y hermanas están siendo perseguidos y se han visto
forzados con violencia a dejar sus hogares. Parece que se haya perdido hasta el
valor de la vida humana, y que la persona humana ya no tenga importancia y
pueda ser sacrificada a otros intereses. Y, por desgracia, todo esto acaece por
la indiferencia de muchos. Como nos recuerda san Pablo: «Si un miembro sufre,
todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1
Co 12,26). Esta es la ley de la vida cristiana, y en este sentido
podemos decir que también hay un ecumenismo del sufrimiento. Así como la sangre
de los mártires ha sido siempre la semilla de la fuerza y la fecundidad de la
Iglesia, así también el compartir los sufrimientos cotidianos puede ser un
instrumento eficaz para la unidad. La terrible situación de los cristianos y de
todos los que están sufriendo en el Medio Oriente, no sólo requiere nuestra
oración constante, sino también una respuesta adecuada por parte de la
comunidad internacional.
Los retos que
afronta el mundo en la situación actual, necesitan la solidaridad de todas las
personas de buena voluntad, por lo que también reconocemos la importancia de
promover un diálogo constructivo con el Islam, basado en el respeto mutuo y la
amistad. Inspirado por valores comunes y fortalecido por auténticos
sentimientos fraternos, musulmanes y cristianos están llamados a trabajar
juntos por el amor a la justicia, la paz y el respeto de la dignidad y los
derechos de todas las personas, especialmente en aquellas regiones en las que
un tiempo vivieron durante siglos en convivencia pacífica, y ahora sufren
juntos trágicamente por los horrores de la guerra. Además, como líderes
cristianos, exhortamos a todos los líderes religiosos a proseguir y reforzar el
diálogo interreligioso y de hacer todo lo posible para construir una cultura de
paz y la solidaridad entre las personas y entre los pueblos. También recordamos
a todas las personas que experimentan el sufrimiento de la guerra. En
particular, oramos por la paz en Ucrania, un país con una antigua tradición
cristiana, y hacemos un llamamiento a todas las partes implicadas a que
continúen el camino del diálogo y del respeto al derecho internacional, con el
fin de poner fin al conflicto y permitir a todos los ucranianos vivir en
armonía.
Tenemos
presentes a todos los fieles de nuestras Iglesias en el todo el mundo, a los
que saludamos, encomendándoles a Cristo, nuestro Salvador, para que sean
testigos incansables del amor de Dios. Elevamos nuestra ferviente oración para
que el Señor conceda el don de la paz en el amor y la unidad a toda la familia
humana.
«Que el mismo
Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con
todos vosotros» (2 Ts 3,16).
El Fanar,
30 de noviembre de 2014.
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