
La Iglesia celebra en septiembre el mes de los mártires,
con motivo de la fiesta, el 20 de septiembre, de san Andrés Kim Tae-gon y el
resto de los 103 mártires asesinados, que dieron su vida entre 1839 y 1867. En
una carta, el Papa ha pedido a los fieles coreanos que ésta sea «una
oportunidad para comprometerse más plenamente en la urgente tarea de la
evangelización». Para Francisco, la Iglesia coreana de aquellos años es un todo
un modelo, ya que, pese a las persecuciones y tener que vivir durante décadas
privados de pastores, los fieles cristianos mantuvieron viva la fe.
Fueron laicos los primeros misioneros en Corea en el
siglo XVIII, formados por los jesuitas en China. Cuando, a finales del siglo,
el primer sacerdote logró entrar clandestinamente en la península, encontró a
unos 4 mil católicos, catequizados, pero sin bautizar. La persecución
multiplicó su número, y hoy Corea del Sur es el segundo país asiático con mayor
presencia cristiana, después de Filipinas.
Las autoridades coreanas erigieron a mediados del siglo
XIX un monumento celebrando «El aniquilamiento de la religión perversa de los
cristiano». Murieron unos 8 mil fieles, pero su sangre dio fruto.
Los dos mártires más conocidos de aquellas primeras
comunidades son san Andrés Kim Taegon, el primer sacerdote coreano, y el laico
san Pablo Chong Hasang. Hijo de un mártir, Andrés se ordenó en China, y fue
decapitado, tras ser descubierto intentando propagar la fe en Corea.
También Pablo Chong procedía de una familia que sufrió
persecución. A los 20 años, se vio obligado a dejar a su familia para
reorganizar la Iglesia en Seúl. Desde allí escribiría al Papa para pedirle
misioneros. Fue así como Corea tuvo su primer obispo, monseñor Ímbert, que se
alojó en su casa. La persecución arreció. El obispo pudo escapar, pero no así
Pablo, a quien pronto seguirían en el martirio su madre y su hermana.
Juan Pablo II les canonizó, junto a otros 101 mártires,
durante su viaje a Seúl, el 6 de mayo de 1984. «La Iglesia coreana es única
porque fue fundada completamente por laicos», dijo el Beato Papa Wojtyla. «Esta Iglesia incipiente, tan joven y sin
embargo tan fuerte en la fe, soportó hola tras hola de feroz persecución, de
manera que, en menos de un siglo, pudo enorgullecerse de tener 10 mil mártires.
La muerte de estos mártires fue levadura de la Iglesia y llevó al espléndido florecimiento actual de
la Iglesia coreana. Todavía hoy, el espíritu inmortal de los mártires sostiene
a los cristianos de la Iglesia del silencio en el norte de esta tierra
trágicamente dividida».
En abril, durante una homilía en la Casa de Santa Marta,
el Papa Francisco aludió al caso análogo de Japón. Durante las persecuciones
del siglo XVII, los misioneros católicos fueron expulsados y las comunidades
cristianas permanecieron 200 años sin sacerdotes. No obstante, cuando volvieron
los misioneros a la isla, se encontraron una comunidad cristiana viva. «¿Quién
hizo esto? ¡Los bautizados!», resaltó el Santo Padre.
Algo similar sucedió también en los primeros siglos del
cristianismo. «Eran simples fieles, apenas bautizados desde hacía un año o poco
más, quizá. Pero tenían el coraje de ir a anunciar. ¡Y les creían! ¡E incluso
hacían milagros!» Con su testimonio, «suscitaban curiosidad... Hemos conocido a
Jesús», anunciaban. «Y nosotros, ¿creemos en esto?, se preguntó el Papa. «¿Que
el Bautismo sea suficiente para evangelizar? O esperamos que el cura diga, que
el obispo diga... ¿Y nosotros?» «Somos fieles al Espíritu para anunciar a Jesús
con nuestra vida, con nuestro testimonio y con nuestras palabras?»
R.B.
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