También hoy las relaciones no están siempre marcadas por el
respeto y la cordialidad... Pero, me pregunto ¿cómo nosotros nos
ponemos frente a todo esto? ¿Estamos también nosotros resignados, o somos
incluso indiferentes a esta división? ¿O creemos firmemente que se pueda y se
deba caminar hacia la reconciliación y la plena comunión? La plena comunión, es
decir, poder participar todos juntos del cuerpo y la sangre de Cristo.
Las divisiones entre los cristianos, mientras hieren a la
Iglesia, hieren a Cristo. Y nosotros divididos hacemos una herida a Cristo. De
hecho, la Iglesia es el cuerpo del que Cristo es la cabeza. Sabemos bien cuanto
estaba en el corazón de Jesús que sus discípulos permanecieran unidos en su
amor. Basta pensar en sus palabras que aparecen en el capítulo diecisiete del
Evangelio de Juan, la oración dirigida al Padre en la inminencia de su Pasión:
"Padre santo, cuídalos en tu nombre, los que me has dado, para que sean
una sola cosa, como nosotros".
Esta unidad estaba ya amenazada mientras Jesús estaba aún
entre los suyos: en el Evangelio, de hecho, se recuerda que los apóstoles
discutían entre ellos quién era el más grande, el más importante. El Señor, sin
embargo, ha insistido mucho en la unidad en el nombre del Padre, haciéndonos
entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio serán más creíbles cuanto más
seamos capaces de vivir en común y querernos.
Es lo que sus apóstoles, con la gracia del Espíritu Santo,
después comprendieron profundamente y se tomaron en serio, tanto que san Pablo
llegará a implorar a la comunidad de Corintio con estas palabras:
"Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que
se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta
armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir".
Durante su camino en la historia, la Iglesia es tentada por
el maligno, que trata de separarla, y lamentablemente ha estado marcado por
separaciones graves y dolorosas. Son divisiones que a veces han durado mucho
tiempo, hasta hoy, por lo que resulta difícil reconstruir todas las
motivaciones y sobre todo encontrar las posibles soluciones.
Las razones que han llevado a las fracturas y a las
separaciones pueden ser las más diversas: desde las divergencias sobre
principios dogmáticos y morales y sobre concepciones teológicas y pastorales
diferentes, hasta motivos políticos y de conveniencia, hasta los debates por
antipatías y ambiciones personales... Lo cierto es que de una forma u otra, detrás
de estas laceraciones está siempre la soberbia y el egoísmo, que son causa de
todo desacuerdo y que nos hacen intolerantes, incapaces de escuchar y aceptar a
quien tiene una visión o una posición diferente de la nuestra.
Ahora, frente a todo esto, ¿hay algo que cada uno de
nosotros, como miembros de la santa madre Iglesia, podemos y debemos hacer?
Ciertamente no debe faltar la oración, en continuidad y en comunión con la de
Jesús. La oración por la unidad de los cristianos. Y junto con la oración, el Señor
nos pide una apertura renovada: nos pide no cerrarnos al diálogo y al
encuentro, sino acoger todo lo válido y positivo que se nos ofrece también
quien piensa distinto a nosotros o se pone en posiciones diferentes. Nos pide
no fijar la mirada sobre lo que nos divide, sino más bien en lo que nos une,
tratando conocer mejor y amar a Jesús y compartir la riqueza de su amor. Y esto
comporta concretamente la adhesión a la verdad, junto con la capacidad de
perdonarse, de sentirse parte de la misma familia cristina, considerarse el uno
don para el otro y hacer juntos muchas cosas buenas, muchas obras de caridad.
Es un dolor pero hay divisiones, hay cristianos divididos,
estamos divididos entre nosotros. Y todos tenemos algo en común. Todos creemos
en Jesucristo el Señor, todos creemos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Y tercero, todos caminos juntos, estamos en camino. Ayudémonos el uno al otro.
'Pero tú piensas así, y él piensas así'. Pero en todas las
comunidades hay buenos teólogos: que ellos discutan, que ellos busquen la
verdad teológica, porque es un deber. Pero nosotros caminamos juntos, rezando
el uno por el otro y haciendo obras de caridad. Y así hacemos la comunión en
camino. Esto se llama ecumenismo espiritual, caminar el camino de la vida todos
juntos en nuestra fe en Jesucristo el Señor.
Se dice que no se debe hablar de cosas personales pero no
resisto la tentación. Estamos hablando de comunión, comunión entre nosotros. Y
hoy estoy muy agradecido al Señor porque hace 70 años que he hecho la Primera
Comunión. Hacer la primera comunión, todos nosotros, debemos saber que
significa entrar en comunión con los otros, en comunión con los hermanos de
nuestra Iglesia, pero también en comunión con todos los que pertenecen a
comunidades diversas pero que creen en Jesús. Damos gracias a Dios todos por
nuestro bautismo, damos gracias a Dios todos por nuestra comunión, para que
esta comunión termine por ser de todos juntos.
Queridos amigos, ¡vamos adelante ahora hacia la plena
unidad! ¡La historia nos ha separado, pero estamos en camino hacia la
reconciliación y la comunión! Y esto es verdad, esto debemos defenderlo. Todos
estamos en camino hacia la comunión. Y cuando la meta nos puede parecer
demasiado distante, casi inalcanzable y nos sentimos atrapados por la
desesperación, nos aliente la idea de que Dios no puede cerrar los oídos a la
voz del propio Hijo Jesús y no conceder su y nuestra oración, para que todos
los cristianos sean realmente una sola cosa. Gracias".
No hay comentarios:
Publicar un comentario