En este domingo, el Evangelio nos presenta el milagro de la
multiplicación de los panes y de los peces. Jesús lo hizo en el lago de
Galilea, en un lugar aislado donde se había retirado con sus discípulos después
de enterarse de la muerte de Juan Bautista. Pero muchas personas le siguieron y
le alcanzaron; y Jesús, viéndoles, sintió compasión y curó enfermos hasta la
noche. Entonces, los discípulos preocupados porque era tarde, le dijeron que
despidiera a la multitud para que pudieran ir a los pueblos y comprase comida.
Pero Jesús, tranquilamente respondió: "Dadles vosotros de
comer"; y le dieron cinco panes y dos peces, los bendijo, y comenzó a
partirlos y darlos a los discípulos, que los distribuyeron entre la gente.
¡Todos comieron hasta saciarse y aún así sobró!
En este acontecimiento podemos acoger tres mensajes. El
primero es la compasión. Frente a la multitud que lo sigue y -por así decir-
'no lo deja en paz', Jesús no actúa con irritación, no dice 'esta gente me
molesta'. Sino que siente compasión, porque sabe que no lo buscan por
curiosidad, sino por necesidad. Estemos atentos, compasión es lo que siente
Jesús. No es simplemente sentir piedad, es más, significa misericordia, es
decir, identificarse con el sufrimiento del otro, al punto de cargarlo en sí
mismo. Así es Jesús, sufre junto a nosotros, sufre con nosotros, sufre por
nosotros.
Y el signo de esta compasión son las numerosas curaciones
que hace. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las
nuestras. Nuestras exigencias, aún legítimas, no serán nunca tan urgentes como
las de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir. Nosotros hablamos a
menudo de los pobres, pero cuando hablamos de los pobres ¿sentimos a ese
hombre, esa mujer, ese niño que no tienen lo necesario para vivir? No tienen
para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de medicinas,
también los niños que no pueden ir al colegio. Es por esto que nuestras
exigencias, aún legitimas, no serán nunca tan urgentes como la de los pobres
que no tienen lo necesario para vivir.
El segundo mensaje es el compartir. Primero la compasión, lo
que sentía Jesús y después el compartir. Es útil comparar la reacción de los
discípulos, frente a la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son
distintas. Los discípulos piensan que lo mejor es despedirse, para que puedan
ir a buscar para comer. Jesús sin embargo dice: dadles vosotros de comer. Dos
reacciones diferentes, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos
razonan según el mundo, por lo que cada uno debe pensar en sí mismo. Reaccionan
como si dijeran 'arreglároslas solos'. Jesús razona según la lógica de Dios, la
del compartir. ¿Cuántas veces nosotros nos giramos hacia otro lado, para no ver
a los hermanos necesitados? Y este mirar a otra parte, es una forma
educada de decir en muchas cosas 'arreglároslas solos'. Y esto no es de Jesús.
Es egoísta. Si hubiera despedido a la gente, muchas personas se habrían quedado
sin comer.
Sin embargo esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por
Dios, bastaron para todos. Atención: ¡no es magia, es un 'signo'! Un signo que
invita a tener fe en Dios, Padre providente, que no permite que nos falte
nuestro "pan de cada día", ¡si nosotros sabemos compartirlo como
hermanos! Compasión, compartir. El tercer mensaje: el prodigio de los panes
preanuncia la Eucaristía. Se ve en el gesto de Jesús que "recitó la
bendición" antes de partir los panes y darlos a la multitud. Es el mismo
gesto que Jesús hará en la Última Cena, cuando instituyó el memorial perpetuo
de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de
la vida eterna, se dona a Sí mismo, ofreciéndose al Padre por amor a nosotros.
Pero nosotros, debemos ir a la eucaristía con esos sentimientos de Jesús, la
compasión. Y con ese deseo de Jesús, compartir. Quien va a la eucaristía sin
tener compasión de los necesitados y sin compartir, no se encuentra bien con
Jesús.
Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que
Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos lleva a afrontar con
fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de
este mundo, porque sale de Dios y vuelve a Él. La Virgen María, Madre de la
divina Providencia, nos acompañe en este camino.
Traducido por Sor María Pilar, OP.
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