domingo, 18 de mayo de 2014

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO


Queridos hermanos y hermanas,
Hoy la Lectura de los Hechos de los Apóstoles nos hace ver cómo en la Iglesia de los orígenes también aparecen las primeras tensiones y desacuerdos. En la vida, los conflictos existen, el problema es cómo los afrontamos. Hasta ese momento la unidad de la comunidad cristiana se basaba en la pertenencia a una única etnia y cultura: la judía. Pero cuando el cristianismo, por voluntad de Jesús, se abre a todos los pueblos, se abre también al ámbito cultural griego, comienza a faltar esta homogeneidad y surgen las primeras dificultades. Aparece el descontento, hay quejas, comienzan los favoritismo y la disparidad en el trato. ¡Esto también sucede en nuestras parroquias! La ayuda de la comunidad a las personas necesitadas, viudas, huérfanos y pobres en general, parece privilegiar a los cristianos de origen judío en detrimento de los demás.

Entonces los Apóstoles sopesan la situación: convocan una reunión en la que participan también los discípulos y debaten juntos la cuestión. Los problemas, de hecho, no se resuelven disimulando que no existen. Es bella esta confrontación entre los pastores y el resto de los fieles. Se llega, por tanto, a una subdivisión de deberes. Los Apóstoles hacen una propuesta que es acogida por todos: ellos se dedicarán a la oración y al ministerio de la Palabra, mientras que siete hombres, los diáconos, se encargarán de los pobres. Estos siete no son elegidos porque son expertos en estos temas, sino por ser hombres honestos y de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría; y son constituidos para este servicio mediante la imposición de las manos por parte de los Apóstoles.

Y así, de ese descontento, de esas quejas, de esos favoritismos y disparidad en el trato se llega a una solución: confrontándose, discutiendo y rezando. Así se resuelven los conflictos en la Iglesia. Confrontando, discutiendo y rezando. Con la convicción de que las murmuraciones, los celos, las envidias no podrán traernos nunca la concordia, la armonía o la paz. Ha sido el Espíritu Santo el que terminó esta empresa, y esto nos hace entender que cuando dejamos al Espíritu Santo la guía, Él nos lleva a la armonía, la unidad y al respeto de los distintos dones y talentos ¿Habéis entendido bien? Nada de murmuraciones, nada de envidias ni de celos.

Que la Virgen María nos ayude a ser dóciles al Espíritu Santo, para que sepamos estimarnos los unos a los otros y convergir cada vez más profundamente en la fe y en la caridad, teniendo el corazón abierto a la necesidad de los hermanos.

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