sábado, 25 de mayo de 2013

LAS EDADES DEL HOMBRE "CREDO"


Se ha inaugurado de nuevo las exposición de Las Edades del Hombre, en Arévalo (Ávila) la 18ª edición, este Año de la Fe está dedicado al Credo.

Referentes universales de la historia del arte como El Greco, Murillo, Francisco de Goya y Gregorio Fernández testimonian más de 1.400 años de presencia del Cristianismo en España y América con el Credo como eje vertebrador de una muestra inspirada en el Año de la Fe que la Iglesia Católica ha convocado para este 2013.

La fe se convierte en un elemento expositivo y espacio de reflexión a través de un recorrido por las piezas que integran la muestra, dos de las cuales han sido realizadas expresamente para “Credo”, explicó el comisario de la exposición, Óscar Robledo.

Piezas realizadas expresamente

Se trata de “Rabino estudiando Torá“, un óleo realizado por Daniel Quintero, y otro cuadro de Carmen Laffón (“Cielo”) en la parte final de una exposición donde también se expondrá “Carmen Dormida”, del pintor Antonio López.
“La obra contemporánea puede tener un sentido religioso”, tal y como lo demuestran un bronce de “Adán y Eva” (1986), de Juan Bordes, o “El profeta”, una escultura de Pablo Gargallo (1933) situada frente a la talla de un San Juan Bautista, de Luis Salvador Carmona (1743-1747), ha sugerido Robledo.

Este viaje por las representaciones más frecuentes del Cristianismo -en el año en que las exposiciones de Las Edades del Hombre cumplen 25 años de vida ininterrumpida-, no margina otros credos o religiones monoteístas (Islam, Hinduismo Budismo), a los que dedica un apartado especial de clara vocación ecuménica.

Diez millones de visitas

Tres sedes en otras tantas iglesias -Santa María la Mayor, San Martín y El Salvador- estructuran este nueva entrega de Las Edades que desde 1988 -en Valladolid- hasta 2012 -en Oña (Burgos)- ha mostrado cerca de 4.000 obras de arte que han contemplado diez millones de personas a lo largo del último cuarto de siglo.

El encuentro entre la fe del ayer y el mensaje evangélico del siglo XXI gravitan sobre este muestrario de arte sacro que ha coordinado Óscar Robledo sobre un guión firmado por el catedrático José Manuel Sánchez Caro, y que tiene en una pizarra del siglo VII a su pieza más antigua, con la inscripción “Excercitatio scholaris cum psalmo” (“Escuela de formación con el salmo”).

Tanto el referido encuentro entre religiones como el contraste del mensaje cristiano a la luz de los siglos queda también simbolizado en las tres iglesias que albergarán “Credo”, todas ellas originarias del siglo XII y cada una de las cuales amalgama diferentes estilos arquitectónicos: desde el románico y el mudéjar, hasta el renacentista y el barroco.

El arte moderno y contemporáneo, con nombres como Mariano Benlliure, Pablo Serrano, Venancio Blanco, Eduardo Chicharro y Antonio López, ocupa un destacado lugar en este muestrario de pinturas, esculturas, códices, libros, documentos y otros enseres litúrgicos.

El epílogo de este prontuario religioso, histórico y artístico tiene a Santa Teresa de Jesús entre sus protagonistas como insinuación de los venideros centenarios que serán conmemorados en 2014 -cuatrocientos años de la canonización en 1614- y en 2015 -quinientos del nacimiento en 1515-.

“Credo” es el tercer eslabón de la nueva etapa expositiva de las Edades del Hombre en sedes no episcopales, iniciada en 2011 en Medina del Campo y Medina de Rioseco -Valladolid- (“Passio”) y que continuó en Oña -Burgos- “Monacatus”, el año pasado, ahora en Arévalo inicialmente hasta el 3 de noviembre y que tendrá su próxima parada, en 2014, en Aranda de Duero (Burgos).


miércoles, 22 de mayo de 2013

«La oración hace milagros, pero debemos creer», dice el Papa


«Los milagros existen», pero se requiere «una oración valiente, que lucha por llegar a aquel milagro», no simplemente «oraciones de circunstancia» «y, después me olvido», dijo el Papa, al presidir en la mañana del lunes la Misa, en la residencia de Santa Marta. Francisco puso como ejemplo a un padre argentino que, cuando a su hija de 7 años le dieron unas pocas horas de vida, acudió al santuario de Luján, y pasó toda la noche rezando, luchando «con Dios», y luchando «junto a Dios por la sanación de su hija»

La liturgia del día proponía el pasaje del Evangelio en el que los discípulos no logran sanar a un muchacho, y Jesús debe intervenir, lamentando su incredulidad.  «Pero ¿por qué, esta incredulidad?», se preguntó el Papa. «Creo que es justamente el corazón que no se abre, el corazón cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control». Es un corazón que «no se abre» y no «deja a Jesús el control de las cosas», explicó el Papa, y cuando los discípulos le preguntan por qué no han podido sanar al joven, el Señor responde que aquel «tipo de demonio no se puede eliminar sino solo con la oración».

«Todos nosotros -añadió- llevamos un poco de incredulidad  dentro». Es necesaria «una oración fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda obrar el milagro. La oración para pedir un milagro, para pedir una acción extraordinaria debe ser una oración coral, que nos involucre a todos».
A este propósito el Papa narró un episodio ocurrido en Argentina: una niña de 7 años enfermó y los médicos le dieron pocas horas de vida. El padre, un electricista, «hombre de fe», «enloqueció y en aquella locura», contó el Papa, tomó un autobús para ir al Santuario mariano de Lujan, distante 70 kilómetros:
«Llegó ahí pasadas las 9 de la noche, cuando todo estaba cerrado. Y comenzó a rezar a la Virgen, con las manos aferradas a la reja de hierro. Y rezaba, y rezaba, y lloraba, y rezaba…, y así permaneció toda la noche. Pero este hombre luchaba: luchaba con Dios, luchaba junto a Dios por la sanación de su hija. Luego, después de las 6 de la mañana, fue al terminal, tomó el bus y llegó a casa, al hospital, a las 9, más o menos. Encontró a su esposa llorando. Se imaginó lo peor.

-¿Qué ha pasado? ¡No entiendo, no entiendo! ¿Qué ha pasado?
-Han venido los doctores y me han dicho que la fiebre ha pasado, que respira bien, que ¡no tiene nada! La dejarán en reposo por dos días más, pero no entienden ¡qué cosa ha pasado!
«¡Esto todavía sucede, ¿eh?, los milagros existen!», concluyó el Papa, pero es necesario orar con el corazón, se requiere «una oración valiente, que lucha por llegar a aquel milagro» no simplemente «oraciones de circunstancia» «y, después me olvido», sino «oración valiente, como aquella de Abraham que luchaba junto al Señor por salvar la ciudad, como aquella de Moisés que tenía las manos en alto y se cansaba, rezando al Señor; como aquella de tantas personas, de tanta gente que tiene fe y con la fe reza, reza. La oración hace milagros, pero ¡debemos creer!»

lunes, 13 de mayo de 2013

En español, homilía del Papa Francisco, canonizaciones Año de la Fe, 12 mayo 2013


En este séptimo domingo del Tiempo Pascual, nos reunimos con alegría para celebrar una fiesta de la santidad. Damos gracias a Dios que ha hecho resplandecer su gloria, la gloria del Amor, en los Mártires de Otranto, la Madre Laura Montoya y la Madre Laura Montoya y María Guadalupe García Zavala. Saludo a todos los que habéis venido a esta fiesta – de Italia, Colombia, México y otros países – y os lo agradezco.

Miremos a los nuevos santos a la luz de la Palabra de Dios que ha sido proclamada. Una palabra que nos invita a la fidelidad a Cristo, incluso hasta el martirio; nos ha llamado a la urgencia y la hermosura de llevar a Cristo y su Evangelio a todos; y nos ha hablado del testimonio de la caridad, sin la cual, incluso el martirio y la misión pierden su sabor cristiano.
1. Los Hechos de los Apóstoles, cuando hablan del diácono Esteban, el protomártir, insisten en decir que él era un hombre «lleno del Espíritu Santo» (6,5; 7,55). ¿Qué significa esto? Significa que estaba lleno del amor de Dios, que toda su persona, su vida, estaba animada por el Espíritu de Cristo resucitado hasta el punto de seguir a Jesús con fidelidad total, hasta hasta la entrega de sí mismo.

Hoy la Iglesia propone a nuestra veneración una multitud de mártires, que en 1480 fueron llamados juntos al supremo testimonio del Evangelio. Casi 800 personas, supervivientes del asedio y la invasión de Otranto, fueron decapitadas en las afueras de la ciudad. No quisieron renegar de la propia fe y murieron confesando a Cristo resucitado. ¿Dónde encontraron la fuerza para permanecer fieles? Precisamente en la fe, que nos hace ver más allá de los límites de nuestra mirada humana, más allá de la vida terrena; hace que contemplemos «los cielos abiertos» – como dice san Esteban – y a Cristo vivo a la derecha del Padre. Queridos amigos, conservemos la fe que hemos recibido y que es nuestro verdadero tesoro, renovemos nuestra fidelidad al Señor, incluso en medio de los obstáculos y las incomprensiones. Dios no dejará que nos falten las fuerzas ni la serenidad. Mientras veneramos a los Mártires de Otranto, pidamos a Dios que sostenga a tantos cristianos que, precisamente en estos tiempos, ahora, y en tantas partes del mundo, todavía sufren violencia, y les dé el valor de ser fieles y de responder al mal con el bien.

2. La segunda idea la podemos extraer de las palabras de Jesús que hemos escuchado en el Evangelio: «Ruego por los que creerán en mí por la palabra de ellos, para que sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros» (Jn 17,20). Santa Laura Montoya fue instrumento de evangelización primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios, y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella. En su obra de evangelización Madre Laura se hizo verdaderamente toda a todos, según la expresión de san Pablo (cf. 1 Co 9,22). También hoy sus hijas espirituales viven y llevan el Evangelio a los lugares más recónditos y necesitados, como una especie de vanguardia de la Iglesia.

Esta primera santa nacida en la hermosa tierra colombiana nos enseña a ser generosos con Dios, a no vivir la fe solitariamente – como si fuera posible vivir la fe aisladamente -, sino a comunicarla, a irradiar la alegría del Evangelio con la palabra y el testimonio de vida allá donde nos encontremos. En cualquier lugar donde estemos, irradiar esa vida del Evangelio. Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña acoger a todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio.

3. Por último, una tercera idea. En el Evangelio de hoy, Jesús reza al Padre con estas palabras: «Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17,26). La fidelidad hasta la muerte de los mártires, la proclamación del Evangelio a todos se enraízan, tienen su raíz, en el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5), y en el testimonio que hemos de dar de este amor en nuestra vida diaria. Santa Guadalupe García Zavala lo sabía bien. Renunciando a una vida cómoda – cuánto daño hace la vida cómoda, el bienestar; el aburguesamiento del corazón nos paraliza – y, renunciando a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús, enseñaba a amar la pobreza, para poder amar más a los pobres y los enfermos. Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital ante los enfermos y ante los abandonados para servirles con ternura y compasión. Y esto se llama «tocar la carne de Cristo». Los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo. Y Madre Lupita tocaba la carne de Cristo y nos enseñaba esta conducta: non avergonzarnos, no tener miedo, no tener repugnancia a tocar la carne de Cristo. Madre Lupita había entendido que significa eso de «tocar la carne de Cristo». También hoy sus hijas espirituales buscan reflejar el amor de Dios en las obras de caridad, sin ahorrar sacrificios y afrontando con mansedumbre, con constancia apostólica (hypomonē), soportando con valentía cualquier obstáculo.

Esta nueva santa mexicana nos invita a amar como Jesús nos ha amado, y esto conlleva no encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en las propias ideas, en los propios intereses, en ese pequeño mundito que nos hace tanto daño, sino salir e ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, compresión y ayuda, para llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos concretos de delicadeza y de afecto sincero y de amor.

Fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con la vida, dando testimonio del amor de Dios con nuestro amor, con nuestra caridad hacia todos: los santos que hemos proclamado hoy son ejemplos luminosos de esto, y esto nos ofrecer sus enseñanzas, pero que también cuestionan nuestra vida de cristianos: ¿Cómo es mi fidelidad al Señor? Llevemos con nosotros esta pregunta para pensarla durante la jornada: ¿Cómo es mi fidelidad a Cristo? ¿Soy capaz de «hacer ver» mi fe con respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Me percato del que padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas a los que debo amar? Por intercesión de la Santísima Virgen María y de los nuevos santos, pidamos que el Señor colme nuestra vida con la alegría de su amor. Así sea.

EVENTOS MAYO 2013

Os invitamos a ingresar a este enlace Nuevos Eventos Mayo 2013 para ver los eventos que tenemos organizados en nuestro Convento para el mes de Mayo 2013....
Os Esperamos.....

domingo, 12 de mayo de 2013

Santa Catalina de Ricci


El 23 de abril de 1522 nace en Florencia, Alejandra Lucrecia Rómola, hija de la noble familia de´ Ricci, que tuvo mucho poder y importancia en la ciudad.

Muerta su madre cuando ella era todavía muy niña, quedó bajo el cuidado de una madrastra. Poco después la puso su padre en el convento de las monjas de Monteceli donde estaba una tía suya. Allí recibe su primera educación y sobresale por su aplicación en los estudios.
A la niña le gustan los relatos de la Pasión de Cristo. Celeberrimo es el Crucifijo que se venera en aquel monasterio y que desde entonces se llama el Crucifijo de la Alejandrina.
A los doce años participa en un retiro en la comunidad del monasterio de san Vicente Ferrer en Prato, perteneciente a la Tercera Orden Regular de Santo Domingo.

Queda impactada por el estilo de vida y trabajo de las hermanas y pide la admisión en la comunidad. Cuando su padre fue a buscarla para volverla a casa, no quiso ir. El lunes de Pentecostés, 18 de mayo de 1535, a los trece años, tomó el hábito de terciaria de Santo Domingo, de manos de su tío Timoteo de´ Ricci O.P., mudando el nombre de Alejandrina por el de Catalina.

Profesó al año siguiente y dio en tal forma a la contemplación, singularmente de la Pasión del Señor, que de ordinario estaba abstraída de los sentidos. Por su gran humildad, siempre se puso bajo la obediencia de los superiores.

Dotada de natural prudencia, fue superiora dieciocho años, ganando mucho las religiosas en lo espiritual y en lo temporal por las muchas limosnas que le enviaban, con lo que pudo acabar la fábrica del convento y acoger muchas jóvenes.

Catalina era Madre Priora de una comunidad de, por lo menos, 120 monjas y que en unos años llegó a contar hasta 160 religiosas... Durante doce años, 1542-1554, revivió en su cuerpo las llagas del Crucificado y la Pasión del Señor.
Poco después de su profesión, el Señor vino a visitarla enviándole una terrible y múltiple enfermedad, ya que fueron varias las dolencias que a la vez afligían su débil cuerpo. Las mismas religiosas y los médicos quedaban admirados cómo era posible que pudiera resistir tanto dolor de todo tipo.

Se le apareció un alma beata de su Orden, hizo sobre ella la señal de la cruz y quedó curada por varios años. Durante estos atroces tormentos tenía una medicina que la curaba, por lo menos le daba paz y alivio: Era el meditar en la Pasión del Señor, en los muchos dolores que Él sufrió por nosotros... Meditaba paso a paso, en toda su viveza y a veces se le manifestaba el Señor bien con la Cruz a cuestas, bien coronado de espinas o clavado en la Cruz.

Recibió muchos dones y regalos del cielo: revelaciones, gracias de profecía y milagros, el don de leer los corazones... Luces especiales en los más delicados asuntos de los que ella nada sabía. Por ello acudieron a consultarla Papas, cardenales, los principes de Florencia, el Hijo del Rey de Baviera, igual que personas sencillas y humildes. A todos atendía con gran bondad y humildad ya que se veía anonada por sus miserias y se sentía la más pecadora de los mortales. Tuvo gran amistad y correspondencia con San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, San Pío V y Santa María Magdalena de´ Pazzi. El día Primero de febrero de 1590 recibió los santos sacramentos. Recibió el viático de rodillas, su rostro se resplandecía como él de un ángel.

Llamó después a las religiosas, les hizo una exhortación al amor de Dios y a la observancia regular, poniéndose de nuevo en oración hasta la noche. Muriò poco después, era el día dos de febrero del año 1590 y toda la ciudad de Prato se conmovió. 

Fue beatificada por Clemente XII el 23 de noviembre de 1732 y canonizada por Benedicto XIV el 29 de Junio de 1746. Catalina es también compatrona de la ciudad y diocesis de Prato en Italia, y en Guantánamo, desde 1836, una parroquía está dedicada a ella (hoy catedral).
Llena del fuego del Espíritu Santo buscó incansablemente la gloria del Señor. Promovió la reforma de la vida regular, inspirada especialmente por fray Jerónimo Savonarola, a quien admiraba con agradecido afecto. Su amor a la Pasión del Señor la llevó a componer el "Cántico de la Pasión", una meditación reposada sobre los sufrimientos de Cristo.

Debemos a su maestra, Sor María Magdalena Strozzi, si Catalina empezò a escribir sus extraordinarias experiencias místicas. Una muchedumbre de "Cartas" son muestra de su profundo itinerario en el Espíritu. Trabajó con solicitud en la atención de enfermos, hermanas o laicos. La extraordinaria abundancia de carismas celestiales, junto con una exquisita prudencia y especial sentido práctico, hicieron de ella la superiora ideal.

El cuerpo incorrupto de la santa se venera en la Basilica menor de San Vicente Ferrer y Santa Catalina de´ Ricci en Prato, donde las monjas dominicas siguen viviendo su espiritualidad y su mensaje de amor.
  

sábado, 11 de mayo de 2013

Beata Ana de los Ángeles


Nació la Beata Ana de los Angeles en la ciudad de Arequipa, el 26 de Julio de 1595, festividad de Santa Ana, madre de la Santísima Virgen María.
Fueron sus padres don Sebastián de Monteagudo (español) y doña Francisca Ponce de León. Al principio de su matrimonio no tuvieron descendencia, pero el Señor quiso recompensarles su generosidad con los necesitados, concediéndoles cuatro hijos: tres varones y una mujer.

A la edad de tres años aproximadamente, sus padres la enviaron como educanda al Monasterio de Santa Catalina, en la misma ciudad de Arequipa, para que recibiera una educación verdaderamente cristiana. Es de suponer que el trato con algunas religiosas de probada virtud fuera sembrando en su alma el deseo –que luego se transformó en vocación– de entregarse a Dios como religiosa dominica de clausura.
Cuando tenía aproximadamente 14 años de edad, sus padres decidieron que ya había llegado el momento de reintegrarla a la vida de la ciudad, con todo lo que ello llevaba consigo: relaciones sociales, matrimonio, etc.

La joven Ana, de vuelta a su casa, decidió seguir con el mismo género de vida que hasta entonces había llevado en el monasterio de Santa Catalina. Hizo de su habitación un lugar de retiro, donde trabajaba y rezaba, sin descuidar los quehaceres de la casa.

Un día, mientras meditaba en su aposento, se le apareció en una visión, Santa Catalina de Sena, quien le hizo saber de parte de Dios, que había sido elegida para entrar en el estado religioso, vistiendo el hábito dominicano. Le dirigió estas palabras: " Ana, hija mía, este hábito te tengo preparado; déjalo todo por Dios; yo te aseguro que nada te faltará". Le daba a entender que debía prepararse para un gran combate espiritual, donde no faltarían las asechanzas del enemigo, pero que con la ayuda de Dios obtendría al final la victoria.

Confortada por esta visión, Ana decidió buscar la forma más eficaz para regresar al monasterio de Santa Catalina, pues sus familiares no querían que se hiciera religiosa, hasta el punto de vigilarla constantemente. Aprovechando una ocasión en que nadie la vigilaba, salió de la casa y encontró a un joven llamado Domingo que –a petición de ella– la acompañó hasta el monasterio.

Una vez llegados al lugar de destino, agradeció al muchacho el favor prestado y le pidió comunicara a sus padres el lugar donde estaba.
Sus padres, al conocer el paradero de su hija se indignaron en extremo, pues ya tenían decidido darla por esposa a un joven distinguido y rico; y fueron al monasterio con la firme resolución de hacerla regresar a su casa. A este fin nada dejaron de intentar para disuadirla de su propósito. Le ofrecieron regalos y prometieron darle cuanto le apeteciera; pero ella con todo respeto y humildad les respondió, que se quedasen con todo aquello, que sólo deseaba tener a Jesucristo como esposo y llevar el hábito que llevaba puesto. Les pidió que se resignasen como buenos cristianos con la voluntad de Dios.

Viendo los padres de Ana que no conseguían su cometido, se llenaron de ira y recurrieron a las amenazas e injurias, secundados por la Madre Priora, quien –por temor y debilidad– quiso también que regresara con sus padres. A pesar de todo, Ana permaneció firme en su decisión, apoyada por las demás monjas, que aconsejaron retenerla en el monasterio hasta que, calmados los ánimos, se pudiera juzgar lo que fuera para mayor gloria de Dios.
La Madre Priora, mal dispuesta con Ana, se propuso tratarla con mucha dureza, con la finalidad de cansarla y obligarla así a regresar con sus padres; pero Ana soportó esta prueba con gran paciencia y resignación.

Entretanto, dolida por el comportamiento de sus padres, quiso reconciliarse con ellos, mediante los buenos oficios de su hermano Sebastián, quien no sólo logró su intento, sino que la socorrió con todo lo necesario para su mantenimiento. Intercedió también ante la Priora para que cambiara su manera de proceder, consiguiendo su cometido. Efectivamente, la Priora reconoció la vocación y el buen espiritu de Ana, y comenzó a quererla como a todas las demás, aceptándola como novicia.