Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Continuamos hoy hablando de la Iglesia. Cuando profesamos nuestra fe, nosotros
afirmamos que la Iglesia es “católica” y “apostólica”. Pero ¿cuál es,
efectivamente, el significado de estas dos características de la Iglesia? ¿Y
qué valores tienen para la comunidad cristiana y para cada uno de nosotros?
1. Católica significa universal. Una definición
completa y clara nos la ofrece uno de los Padres de la Iglesia, en los primeros
siglos, San Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: “La Iglesia, sin duda, se llama
católica, es decir universal, por el hecho de que está en todas partes, del uno
al otro confín de la tierra; y porque abarca universalmente y sin defección
todas las verdades que tienen que llegar al conocimiento de los hombres, ya sea
de las cosas celestes, que las terrestres” (Catequesis XVIII, 23).
Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que esta habla todas las
lenguas. Y esto no es otra cosa que el efecto de Pentecostés (cfr. Hch 2,
1-13): es el Espíritu Santo, de hecho, el que hace que los Apóstoles y toda la
Iglesia sean capaces de hacer llegar a todos, a los confines de la Tierra, la
Bella Noticia de la Salvación y del amor de Dios.
La Iglesia nació católica, “sinfónica”, desde los orígenes y no puede dejar de
ser católica, proyectada a la evangelización y al encuentro con todos.
La Palabra de Dios hoy se lee en todas las lenguas; todos tienen el Evangelio
en su propia lengua, para leerlo. Vuelvo a decir lo mismo: es bueno que todos
tengamos un evangelio pequeño, de bolsillo, al trabajo y durante la jornada
poder leer una cita. ¡Esto nos hará bien!
El Evangelio está traducido a todas las lenguas para que la Iglesia anuncie a
Jesucristo, Redentor a todo el mundo. Por eso se dice que la Iglesia es
católica, es decir universal.
2. Si la Iglesia nació católica, quiere decir que nació
“en salida”, que nació misionera. Si los Apóstoles se hubiesen quedado en el
Cenáculo, sin salir a predicar el Evangelio, la Iglesia sería sólo la Iglesia
de ese pueblo, de esa ciudad, de ese Cenáculo.
Pero todos salieron por el mundo. Desde el momento del nacimiento de la
Iglesia, desde el momento de la venida del Espíritu Santo, por eso la Iglesia
nació “en salida”, es decir misionera.
Es lo que expresamos cuando la calificamos de apostólica. Porque el apóstol es
el que trae la Buena Noticia de la Resurrección de Jesús.
Este término nos recuerda que la Iglesia se basa en los Apóstoles y está en
continuidad con ellos, son los Apóstoles los que van y fundan nuevas Iglesias,
nombran obispos y por eso en todo el mundo está en continuidad.
Todos nosotros estamos en continuidad con ese grupo de Apóstoles que recibió el
Espíritu Santo y después ha ido “en salida” a predicar.
La Iglesia es enviada a llevar a todos los hombres el anuncio del Evangelio,
acompañándolo con los signos de la ternura y de la potencia de Dios. También
esto deriva del evento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, el que
supera toda resistencia, vence la tentación de encerrarnos en sí mismos, entre
los pocos elegidos, y de considerarse los únicos destinatarios de la bendición
de Dios.
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