Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La conciencia de las maravillas que el Señor ha obrado por
nuestra salvación dispone nuestra mente y nuestro corazón a una actitud de
gratitud hacia Dios, por todo lo que Él nos ha donado, por todo aquello que
cumple a favor de su Pueblo y de la humanidad entera. De aquí parte nuestra
conversión: ella es la respuesta reconocida al misterio estupendo del amor de
Dios. Cuando nosotros vemos este amor que Dios tiene para nosotros, sentimos
las ganas de acercarnos a él y esta es la conversión.
Vivir el Bautismo hasta el fondo – esta es la segunda
invitación – significa no acostumbrarse a las situaciones de degrado y de
miseria que encontramos caminando por las calles de nuestras ciudades y de
nuestros países. Está el riesgo de aceptar pasivamente ciertos comportamientos
y de no sorprendernos frente a las tristes realidades que nos rodean. Nos
acostumbramos a la violencia, como si fuese una noticia cotidiana descontada; nos
acostumbramos a hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un
techo para protegerse. Nos acostumbramos a los prófugos en busca de libertad y
dignidad, que no son acogidos como se debe. Nos acostumbramos a vivir en una
sociedad que pretende menospreciar a Dios, en la que los padres no enseñan más
a los hijos a rezar ni a hacerse la señal de la cruz. Yo les pregunto: sus
hijos, sus niños ¿saben hacerse el signo de la cruz? Piensen. ¿Sus nietos saben
hacerse el signo de la cruz? ¿Se lo han enseñado? Piensen y respóndanse en su
corazón. ¿Saben rezar el padrenuestro, saben rezar a la Virgen con el Avemaría?
Y respóndanse ustedes. Este acostumbrarse a comportamientos no cristianos y de
comodidad ¡nos narcotiza el corazón!
La Cuaresma nos llega como un momento providencial para
cambiar ruta, , para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del
mal que siempre nos desafía. La Cuaresma se debe vivir como tiempo de
conversión, de renovación personal y comunitaria a través del acercamiento a
Dios y de la adhesión confiada al Evangelio. De esta manera también nos permite
mirar con nuevos ojos a los hermanos y sus necesidades. Por ello la Cuaresma es
un tiempo propicio para convertirse al amor al prójimo; un amor que sepa hacer
propia la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, que «se hizo pobre
para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9) . Meditando sobre los
misterios centrales de la fe, la pasión, la cruz y la resurrección de Cristo,
nos damos cuenta de que el don sin medida de la Redención se nos ha dado por la
iniciativa gratuita de Dios.
Acción de gracias a Dios por el misterio de su amor
crucificado; fe auténtica; conversión y apertura del corazón a los hermanos:
éstos son los elementos esenciales para vivir el tiempo de la Cuaresma. En este
camino, queremos invocar con especial confianza la protección y la ayuda de la
Virgen María: Que sea Ella, la primera creyente en Cristo, la que nos acompañe
en los días de intensa oración y de penitencia, para llegar a celebrar, purificados
y renovados en el espíritu, el gran misterio de la Pascua de su Hijo.
Gracias.
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