Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, Miércoles de Ceniza, comienza el itinerario cuaresmal
de cuarenta días que nos conducirá al Triduo pascual, memoria de la pasión,
muerte y resurrección del Señor, corazón, centro del misterio de nuestra
salvación. Y la cuaresma nos prepara a este momento tan importante y por ello
la Cuaresma es un tiempo “fuerte”, un punto de viraje que puede favorecer en
cada uno de nosotros el cambio, la conversión, todos nosotros tenemos necesidad
de mejorar, de cambiar en positivo, y la cuaresma nos ayuda. Y así salimos de
los hábitos cansados y del perezoso acostumbrarse al mal que nos insidia. En el
tiempo cuaresmal la Iglesia nos dirige dos importantes invitaciones: tomar conciencia
más viva de la obra redentora de Cristo; vivir con mayor empeño el propio
Bautismo.
La conciencia de las maravillas que el Señor ha obrado por
nuestra salvación dispone nuestra mente y nuestro corazón a una actitud de
gratitud hacia Dios, por todo lo que Él nos ha donado, por todo aquello que
cumple a favor de su Pueblo y de la humanidad entera. De aquí parte nuestra
conversión: ella es la respuesta reconocida al misterio estupendo del amor de
Dios. Cuando nosotros vemos este amor que Dios tiene para nosotros, sentimos
las ganas de acercarnos a él y esta es la conversión.
Vivir el Bautismo hasta el fondo – esta es la segunda
invitación – significa no acostumbrarse a las situaciones de degrado y de
miseria que encontramos caminando por las calles de nuestras ciudades y de
nuestros países. Está el riesgo de aceptar pasivamente ciertos comportamientos
y de no sorprendernos frente a las tristes realidades que nos rodean. Nos
acostumbramos a la violencia, como si fuese una noticia cotidiana descontada; nos
acostumbramos a hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un
techo para protegerse. Nos acostumbramos a los prófugos en busca de libertad y
dignidad, que no son acogidos como se debe. Nos acostumbramos a vivir en una
sociedad que pretende menospreciar a Dios, en la que los padres no enseñan más
a los hijos a rezar ni a hacerse la señal de la cruz. Yo les pregunto: sus
hijos, sus niños ¿saben hacerse el signo de la cruz? Piensen. ¿Sus nietos saben
hacerse el signo de la cruz? ¿Se lo han enseñado? Piensen y respóndanse en su
corazón. ¿Saben rezar el padrenuestro, saben rezar a la Virgen con el Avemaría?
Y respóndanse ustedes. Este acostumbrarse a comportamientos no cristianos y de
comodidad ¡nos narcotiza el corazón!
La Cuaresma nos llega como un momento providencial para
cambiar ruta, , para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del
mal que siempre nos desafía. La Cuaresma se debe vivir como tiempo de
conversión, de renovación personal y comunitaria a través del acercamiento a
Dios y de la adhesión confiada al Evangelio. De esta manera también nos permite
mirar con nuevos ojos a los hermanos y sus necesidades. Por ello la Cuaresma es
un tiempo propicio para convertirse al amor al prójimo; un amor que sepa hacer
propia la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, que «se hizo pobre
para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9) . Meditando sobre los
misterios centrales de la fe, la pasión, la cruz y la resurrección de Cristo,
nos damos cuenta de que el don sin medida de la Redención se nos ha dado por la
iniciativa gratuita de Dios.
Acción de gracias a Dios por el misterio de su amor
crucificado; fe auténtica; conversión y apertura del corazón a los hermanos:
éstos son los elementos esenciales para vivir el tiempo de la Cuaresma. En este
camino, queremos invocar con especial confianza la protección y la ayuda de la
Virgen María: Que sea Ella, la primera creyente en Cristo, la que nos acompañe
en los días de intensa oración y de penitencia, para llegar a celebrar, purificados
y renovados en el espíritu, el gran misterio de la Pascua de su Hijo.
Gracias.
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